Graciliano Afonso

Textos escogidos

DEL LIBRO EL BESO DE ABIBINA

EL CANARIO

En su prisión dorada
un canario bellísimo
repetía dulcísimo,
su cantinela amada,
y Abibina agraciada,
blanda, tierna, amorosa
encuentra sus delicias,
prodigando sus caricias
al ave venturosa.
Un día, que gozosa
lleva dulce alimento,
y el agua cristalina,
que a su cantor destina
con divinal contento,
le ve, ¡cruel tormento!,
triste y encapotado,
bajo el ala sumida
la cabeza pulida
y el cuerpo espeluzado.
¡Qué te aflige, cuitado!
¡Mi amor, di, qué te aqueja!
La portezuela abriendo,
blandamente le asiendo,
de la prisión le aleja:
ya, una esencia no deja,
que sobre él no salpica;
ya, en su seno, le anida
ya llorosa, perdida,
tiernos besos le aplica;
pero el mal se duplica
en el instante mismo;
cabeza y pies tendiendo
y las alas batiendo
con triste parasismo.
Al ver tal fatalismo,
pálida, sollozando,
contempla los despojos,
que baña de sus ojos
el llanto derramado
y el canario saltando,
cual mágico portento,
el vuelo alza ligero
y canta vocinglero,
con aquel dulce acento
de celestial contento,
donde libertad mora:
soy libre, y quiero muerte,
antes que esclava suerte,
que entre sus grillos dora
falsa amistad traidora.
Tente, canario insano,
(mi grito hinchó la esfera)
que tu libertad fiera
es un delirio vano;
que el yugo soberano
si tú de amor probaras;
sus grillos y cadenas,
sus dolores y penas,
por libertad trocaras;
que en sus separadas aras
el sabio libre jura
que su patria y su ella
son luminosa estrella,
do guía su ventura
la libertad segura.

Mas él vuela atrevido;
que el beso de Abibina,
y el de patria y Ciprina,
desdeña endurecido,
el libre de partido.

 

DEL LIBRO EL JUICIO DE DIOS O LA REINA ICO

ADVERTENCIA

Conocer la historia de su país después de la religión es el primer ramo de cultura del hombre civilizado. El alumno del Parnaso es el ministro natural para promover esta incumbencia. Las novelas históricas, las ficciones poéticas sobre las tradiciones del país, embellecidas con los adornos de la imaginación, son los vehículos naturales para alcanzar este noble intento: así lo practicó el célebre Walter Scott y otros genios del norte que han hecho aprender con placer la historia, la geografía y las costumbres de sus respectivas patrias. Entre los españoles, el desgraciado Larra, el fecundo inimitable Zorrilla, han empezado a allanar este camino maravilloso, con algunos otros que no han sido tan felices.

La historia de las Canarias abunda en cuadros con los que se puede facilitar y excitar el deseo de nuestra indolente juventud, a la que, si bien los veintiocho grados de latitud le dan viveza, gracia, donaire, y un inagotable deseo de distinguirse y brillar, para reducirla al trabajo es necesario sembrarle de flores el sendero y hacerle olvidar entre el perfume las asperezas del saber. Hay además otro defecto que es de la mayor consecuencia: el desprecio de la historia de su país. Vergüenza es ver muchos jóvenes que darán razón con vanagloria de la cronología de los reyes de Persia y de la China, ignorando al mismo tiempo quién fue el patriota Doramas y el terrible Maninidra, el valiente Bencomo y el desgraciado Tinguaro.

El amor es la llave del corazón, y siendo este país naturalmente erótico, por eso he escogido las aventuras de Ico y Guadarfia, los amores de Fayna y Avendaño para inspirar este deseo sin violencia ni aridez. […]

Mas, a pesar de lo pequeño del suceso, es un hecho histórico del mayor interés el ver que el amor de una reina salvaje con un europeo, que una tempestad arrojó a la costa de Lanzarote, fuese el primer paso, o por mejor decir, el primer acto de la sangrienta tragedia que había de concluir en las bastas regiones de la América la insaciable avaricia de los caníbales europeos.

Agradezca la juventud canaria esta pequeña adición a mi continuo y notorio deseo de los progresos y adelanto de las letras entre mis jóvenes paisanos.

 

TEXTOS SUELTOS

A DOLORES

Es tu nombre una adivina:
¿Quién al verte tan hermosa
no te creyera una diosa
celestial, ninfa divina?
Eres rosa sin espina,
Tierna flor de los amores
toda perfume y olores.
Quien te mira está en el cielo…
siendo así, ¿cómo en el suelo
todos te llaman Dolores?

Eres hermosa y preciada,
mas también despreciadora,
y tienes en una hora
mil resabios de taimada.
Vives siempre acariciada
de galantes amadores;
mas agravias sus favores;
y entonces sin duda alguna
al ver morir su fortuna
te llaman todos Dolores.

Mas si hubiese algún dichoso
que, lejos de sinsabores,
no sintiese los rigores
de tu pecho veleidoso
quizá entonces venturoso
en dulce amor abrasado,
cantaría entusiasmado
aquella canción sabida:
Dolores me dan la vida,
Dolores me la han quitado.

Amor, divino consuelo,
esperanza celestial
que das al triste mortal
la felicidad del cielo:
permite que sin recelo
goce el hombre tus favores,
que entre tus dulces ardores
llegue venturoso el día
en que sea una ironía
el que te llamen Dolores.

 

AL RELOJ

[Dedicado al imaginero Luján Pérez, natural
de Santa María de Guía (Gran Canaria)]

Con mesurado paso blando, lento,
mides el tiempo, oh péndola canora,
el que insaciable con afán devora
tras siglo tanto el volador momento.

Tú marcas su vivir al gran talento,
y en la cima de olvido asoladora
también rodar verás la arpa sonora
que al héroe ensalza y encadena el viento.

¿Y allí estarás también, Luján sublime?
¿Hasta de tu cincel no habrá memoria?
¿Tu patria ahogará la voz que gime

perdiendo de tu genio la alta gloria?
Guía, no llores, que virtud exime
muera el patriota, y de su don la historia.

 

MI LÁMPARA

[Al señor don Juan Evangelista Doreste]

[El poema se inicia con un verso de las Sátiras de Horacio]

Mutato nomine de te fabula narratur.

¡Oh tú!, mi solitaria compañera,
cuando la noche de fantasmas llena
reina callada en mi recinto umbrío;
¡lámpara!, que, serena,
con moribunda luz, el rostro añoso
bañas, acaso por la vez postrera;
mientras del sueño el plácido rocío
me aprisiona en los lazos del reposo,
que retrata la muerte;
si entonces torno a verte
el aura respirando de la vida
que el más profundo meditar convida,
yo te saludo amiga y fiel candela,
de mi adormida sombra centinela.

¿No oyes la tempestad que airada brama,
y al genio del infierno que hondo clama
y el rayo en el abismo resonando
sangrientas, negras luces derramando?
Pálida de una nube huye a otra nube
la luna que al zenit medrosa sube,
ya tenebrosa, oscura radiando
al cielo encapotado penumbrando.

Pero aquí todo calla; sola brillas,
lámpara compañera, dulce amiga,
tu luz me ordena que tenaz persiga
el áspero sendero de la gloria,
y resuena al momento en mi memoria
el eco de la alabanza
y mi pecho se agita si no alcanza
no morir del olvido en las orillas
sin que la fama cante
su nombre y hasta el cielo lo levante,
tú ahuyentas de mis párpados el sueño,
frío y calor desdeño,
gloria, saber y triunfos inmortales
me gritan sus reflejos celestiales.

Y un rayo de tu luz iluminando
del vencedor romano el monumento
que Marón levantó; veo llorando
a la infeliz Dido; el puñal brilla
tinto en la sangre que el amor mancilla;
y el cisne del Danubio también llora
y allí también te vi, fama sonora,
que en su metro inmortal plañes su historia,
y Melpómene le ciñó de gloria;
y mi turbado espíritu reacio
admirado se humille a Metastasio.
una voz celestial se oyó al instante
que tu luz agitaba…
¡La tuya, heroica Todi!, que cantaba
tu inmortal son regina e sono amante.

En un volcán se abrasa el pecho mío
y de mi frente corre un sudor frío
que el horror del olvido pavoroso
oprime el corazón con cruel desmayo;
mas luego lanza un luminoso rayo
sobre la gloria del saber britano
que envidia fuera al griego y al romano
y veo las visiones halagüeñas
del genio que domina la desgracia
con poderosa fuerza y eficacia,
y sublime avasalla al universo
aterrado el perverso
y humillando ciudades, toscas peñas
y el desierto del tiempo; majestuoso
monumento, a su gloria el más suntuoso
¡oh lauro de Albión! Shakespeare divino
tu grandeza confunde mi destino.

¡Oh lámpara fatal!, muera tu lumbre,
que la gloria no habita mi techumbre,
oscuridad, tinieblas
del olvido feroz las densas nieblas
te rodean, ¡oh lámpara infelice!,
y el horror de mi suerte te predice.

Pero, ¡cielos!, qué miro,
¿será que yo deliro?
Oigo, divina musa, el tierno ruego
con que a la fama por Elisa bella
mi dulce amor y mi luciente estrella
el eco de su trompa pide luego
para inmortalizar tanta belleza;
pero aquella hermosura,
su gracia y donosura,
como luz que desmaya y va perdiendo
su brillo, su destello oscureciendo
la contempla el amor, triste pavesa,
y gloria de horror acompañada
será polvo inútil; miseria, nada.

Los hijos del saber también perecen
y cual sombra fugaz se desvanecen;
¿do el gigante estará que al tiempo insano
la corva hoz le arranque de la mano?

Lámpara sepulcral, ¿y tú no mueres?
Yo soy un insensato
cuando en pos de la gloria me arrebato:
humo de vanidad, vapor ligero,
que devora el sepulcro adusto y fiero
y lo sella el olvido
sin la esperanza de vivir perdido.
Sí, lámpara infeliz, tú también mueres,
que sólo vive el Ser, rey de los seres.

 

LOS BORBONES

Decrépito un Borbón alza en el Sena
el férreo cetro con caduca mano,
y al pie del trono que erigió el britano
a los nobles franceses encadena;

perjuro otro Borbón de angustia llena
al inocente infeliz napolitano,
y otro Borbón en el recinto hispano
labra, aunque en vano, la servil cadena:

el averno abortó a los Borbones
para usurpar al hombre sus derechos,
pero, ¡estirpe orgullosa!, no blasones
esclavizar al mundo con tus hechos,
pero esos hierros que forma y eslabones
puñales son, que pasarán sus pechos.

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Desde Chanatel el canto (1981), Ana M.ª Fagundo.

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Configurado tiempo (1974), Ana M.ª Fagundo.

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Diario de una muerte (1970), Ana M.ª Fagundo.

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Poema coral del Atlántico (1974), Orlando Hernández Martín.

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Claridad doliente (1964), Orlando Hernández Martín.

De Máscaras y tierra

edit. 1977
Máscaras y tierra (edit. 1977), Orlando Hernández Martín.

De Catalina Park

edit. 1975
Catalina Park (edit. 1975), Orlando Hernández Martín.

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La promesa, fiesta en el pueblo (1996), Orlando Hernández Martín.

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