Luis Feria

Textos escogidos

CONCIENCIA, Madrid, 1962

A la lenta caída de la tarde
amar la vida largamente es todo
el oficio del hombre que respira.
Alzar la mano y detener el cielo.
Destino de la luz, nunca te acabes.

LAS PALABRAS

Las palabras están vivas, y por lo
tanto traicionan; lo que expresan
hoy como verdadero y puro mañana
es falso y está muerto.
L. CERNUDA

Acaso no debiéramos escribir nunca más
sobre una página
pues las palabras son
mayores que la vida
y como a ellas tendríamos
que sostenerlas con el brazo
hasta que llegue el día que el cansancio lo
doble.

Las palabras son siempre más anchas que los labios,
mayores que la ausencia y que la infamia.
Tal vez debamos siempre escribir en los aires,
que el sol en los caminos las incendie un momento
y las vuelva a la nada,
al silencio
y al polvo,
las integre a la noche
y a su germen,
intocables y puras como una antorcha viva.

 

FÁBULAS DE OCTUBRE, Barcelona, 1965

AGOSTO

Como una ronca ráfaga de azafrán y luciérnagas
era la vida. Al fondo, las guitarras
espesaban la tarde, y en las sombras
abrían caminos por los que iba el sueño
sin querer llegar nunca…

Se adentraba la sangre por densos corredores,
una ardiente marea devoraba el contorno,
y los frutos vecinos, ya entera luz, ardían.
Amapolas salvajes derretían su lacre
al sol, sobre fosforescentes tierras sin dueño,
y un silencio colgado cegaba el horizonte.

Al fondo de los pozos el calor destellaba
como una piel de toro tatuada de tréboles.
Una mano posaba su pulpa bermellón
por los turbios refugios donde el amor hervía
mientras la luz de pólvora fermentaba en las costas.

Amar era partir el mar con una espada,
sentirlo de repente golpeando la boca
mientras iba la vida recorriendo sembrados
y a más amor en vuelo más violencia crecía.

 

EL FUNERAL, Las Palmas de Gran Canaria, 1965

Solo un hecho persiste, y es la torpe
inexperiencia tuya ante la muerte. El día
decisivo ha llegado; la anterior
es nada; nunca vale
el largo ensayo general: la vida.
Mientras vivimos falsamente amados
fuimos, nadie nos enseñó
lo que debía: ¿es que fue amor
un espejismo que ocultó la sima?
¿Es que debemos a pesar de todo
agradeceros, padres, los llamados amigos,
el que nos engañaseis? Un día
solos nos dejaréis; entonces
comprenderemos la razón. Todo consumado,
hemos de dar el paso irrevocable
y todo acabará: ¿va a comenzar la vida
otra vez, la otra vertiente
donde la soledad anterior no vale nada,
no nos compra la paz por el precio pagado?

 

CALENDAS, Santa Cruz de Tenerife, 1981

JUNIO

No soy de patria alguna ni a nadie pertenezco,
haragán en la yerba vivo por no morir,
sólo acato el desorden y nunca me importuno
por la suerte o la muerte que me pueda ocurrir.

NOVIEMBRE

DIME cómo es la vida cuando no sé estar vivo,
despójame de sueños, que la tierra no espera.
Que tu empresa y la mía sean sólo el poema,
hiélame si algún día no me asombra mi oficio.

 

CLEPSIDRA, Las Palmas de Gran Canaria, 1983

No sueñes la vida; vívela viviendo o será mentira.
Tu palabra, alegre; que quite la sed pero te dé fiebre.
Leguas por andar; los pasos serenos y nunca llegar.
Nada es para siempre; anoche, la lluvia, ahora el sol de frente.

VERANO

Cuchillo casi flor,
varón, buenafortuna, tango lento.
Te vivo; tú me asumes:
mi sangre es tan cruel como la tuya.

Cuánto azul, qué de vida, qué de mar.
Qué de luz tan sin fin.
Agosto para siempre;
no es injusta la muerte después de tanto amor.

Son que me va acreciendo, golpe que agolpa sangre,
todo lleva a tu ser: vivir es vastedad.
Anúdate a mi cuerpo que buscan los cuchillos:
la tierra es una sed: cantas porque te vas.

El corro de las brujas prepara su conjura,
la luna lenta incuba su traición.
Corre una espuma espesa por la tierra:
enagüitas de niña, esconded vuestra flor.

 

DINDE, Barcelona, 1983

LOS JUEGOS

Las niñas nunca orinaban de pie como nosotros, sabían cosas misteriosas siempre acertadas, organizaban unas carreras fantásticas con los curieles de la azotea, tocaban música chillona con un peine envuelto en papel de seda o se pegaban pétalos de geranio rojo en los labios y en las uñas, y manoteaban para llamar nuestra atención, pero nosotros ni caso. Cansadas de que les fallásemos o de que les fallasen sus inventos, sacaban no se sabía de dónde una cuerda muy gorda, trincaban los dos extremos a una rama del zapotero y se ponían un cojín como asiento para mayor comodidad: aquello sí que estaba bien.

Luego, para darnos envidia, nos deslumbraban desde lejos echándonos el sol en los ojos con un espejito. Hacíamos como que no nos interesaba, pero por dentro estábamos trinando porque aquel juego no se nos hubiese ocurrido a nosotros. Al cabo de un rato, cuando calculábamos que ya habíamos dejado a salvo nuestra dignidad, nos dirigíamos remolones hacia ellas y, sin aguantar más, nos abalanzábamos sobre el columpio, en el que se entablaba un feroz combate para ocupar un sitio o colgarse aunque fuese de una cuerda.

Cuando quedábamos todos más o menos revueltamente instalados nos impulsábamos por el aire cada vez más arriba, y más arriba, y más, hasta dar con los pies en las ramas altas, en medio de un alboroto considerable, frutos que se chafaban contra el suelo, hojas que se desprendían y chillidos con risas nerviosas y entrecortadas. La cuerda terminaba a veces por desgastarse, y nosotros por salir despedidos y aterrizar cerca o en medio del estanquillo de las ocas, que graznaban despavoridas estirando el cogote.

Al rato recomenzaba la juerga, pero esta vez con la bicicleta en la que, no se sabe cómo, cabíamos todos. Allá iba haciendo eses, chirriando, la frenábamos con los pies, se ladeaba, hasta que nos caíamos de cabeza contra un macizo de flores.

Derrengados por fin, nos despatarrábamos a la sombra para que se nos pasara el sudor, sin dejar de pensar qué inventaríamos nosotros para quedar por encima de las niñas. Pero la verdad es que a ellas siempre se les ocurrían cosas más sabias.

EL PAJARITO

Para Antonio Álvarez de la Rosa

Al dichoso pajarito le hubiéramos retorcido el pescuezo. Rompíamos el jarrón dorado con dragones, crisantemos y otros floripondios y, aunque escondíamos bien los pedazos, los encontraban enseguida.

Si tirábamos sobre el armario la comida que no nos gustaba, después de hacerla bolitas y envolverla en papel de periódico, lo mismo. Cuando le pegábamos coces a la gata tuerta, que salía tarifando, o bailábamos un zapateado a lo Fred Astaire sobre el sofá nuevo, hasta que rechinaban los muelles, también se enteraban. O de que bañásemos a las gallinas donde lavaban la ropa blanca, a  ver si con el añil ponían  los huevos azules.

Y todo lo sabían por el pajarito. Daba la impresión de que nos seguía por todas partes sin que lo viéramos y luego iba con el cuento.

Salíamos al jardín furiosos, decididos a arreglar el asunto como fuera. Pero entre el desbarajuste de pájaros que frecuentaban los alrededores, cualquiera distinguía al soplón. Y como al vernos nos contaban tantas cosas de viajes y aventuras, nos ponían el ala sobre el hombro conciliadores, y además ya iba para seis años que éramos amigos, terminábamos por perdonar al desconocido culpable y marcharnos con ellos, aunque remolones y mosqueados y mirándolos de reojo, de vez en cuando, a ver si alguno se delataba.

LAS NUBES

No existían; las inventábamos nosotros y luego las dábamos al vacío como ciertas, para que se perdiesen o se perpetuaran, para que se consumaran o pereciesen: eran tiempo ya.

No, no existían; las imaginábamos nosotros, las veíamos inaugurarse y al instante eran otras; se permutaban, fermentaban, se retractaban y rehacían en formas nuevas, cifras, símbolos. Altas iban, venían, sábanas madrugantes, monacales y quedas, a la noche despojos de nupcias consumadas.

Su poblada multitud ocupaba un lugar terminante en el espacio, pero luego lo abandonaban para usurpar el tamaño del mundo; es decir, del error. Eran, mas no eran. Estaban y ya no. Quizá fuesen tan sólo puentes de plata hacia la nada, sueños en busca de quien los soñó.

¿Quién les dio maldad? Fingían ser emblemas de inocencia, enseñas de amnistía, mas su cándida navaja inquietante amenazaba, presagiaba desdichas que hombres deplorables celebraban. Ah, tribus somnolientas del espacio, acampadas sin armas, sí con cantos, copas de claridad, yelmos de los guerreros, caravanas de pájaros cegados, rocío y tempestad, rosas para nadie; erais casi verdad, cuidados semejantes nos unían. Cierro los ojos; os veo casi ciertas, os retengo un instante, os asumo. Ya os palpo; os creo, sí, sois ciertas. Pero los abro y no estáis. Así se fue la infancia.

 

MÁS QUE EL MAR, Valencia, 1986

LA INFANCIA

Vivir sin nombre aún, sin servidumbre; no queríamos sombras: desterraban la vida. Presente y nada
más, mediodía del ser.

Ah, tierra de salud, hervor salobre; al absorber la dicha, fermentábamos; qué vivir para
siempre empapando de savia el aire retoñado.

Densa urdimbre; sonaba el atabal; era la fiesta de la celebración. Los días, rojos: no existía
el vacío. Infancia concluyente, ¿qué sería olvidar?

LOS SINÓNIMOS

Pájaros con ombligo: niñas. Carta sin remite: golondrina. Rocío: lágrima de luna. Azafrán: greña del sol.

La llama triste: lirio. El zaguán, pozo donde resuenan los recuerdos. El mar que no se queda: lluvia. Nube que se devana: niebla. Infancia: un aroma, un dolor, un cuchillo, una huella, una ceniza. Todo. Nada.

MADRE

Nos miraba: qué de repente el sol. Sonreía: toda la claridad. Al hablarnos, nos brotaba hoja nueva; si callaba, se apagaba el fuego. Como nadie: cierta y para siempre; madre era abril, el resto oscuridad.

Vivir era habitar en ella. La olfateábamos: olía a nuestra sangre, la casa entera sonaba a corazón. Por su regazo íbamos y por él nos volvíamos, por él nos extraviábamos adrede, seguros, ah qué susto tan bueno, de que siempre nos encontraría. La hierba oliendo no era más que ella; desde su fronda fresca nos decía el cantar.

Al despertar, su nombre lo primero. Llamábamos: si nos la habrán quitado. Corríamos al cuarto: allí de par en par. Le echábamos el ruido en la almohada: «despierta, mira que nos vamos. No volveremos más».

Bullía; al fin abrió los ojos. Al vernos tan diezmados, nos miró azul, nos derramó su resplandor más claro. Resentidos, le huimos los nuestros por vengarnos; les dio alcance, los anudó a los suyos. Con mano cuidadosa nos levantó una casa. Nada dijimos; para qué, ella sabía. Corrimos otra vez hacia el amanecer.

 

SALUTACIONES, Jerez, 1985

ROSA

Cuando descreo
me pongo en tu fogón deliberado,
me leo tus recetas del amor.
Qué bien se está
oyendo a las abejas inventándose a Mozart.
Bájate la camisa, que te vea el ombligo.
y qué propicio es;
anda, sube a mi ojal:
la burguesía la inventó la rosa.

GALLO

A mí no me confundes
con tu traviata y tu andar jarocho;
alardeas porque tienes miedo.
Eres el guapo de barriada, ¿y qué?
También fui mozo yo, y renegaba
del silencio, la hilaza de la bruma;
el sol, el sol y nada más.
Acércate, al oído:
¿quién trabaja para que tú comas,
quién se hace sobria para que destaques,
quién inventó la perfección del huevo?
Anda, sé generoso,
mira que ya en las plumas empieza a tener canas;
hazle un huevo por su cumpleaños.

CUCHILLO CASI FLOR, Valencia, 1989

EL POEMA

Si después de leerlo sientes sed
es que el discurso es fértil;
léelo aún, y más: la sed engendra sed.
Qué error el del saciado;
no conoce la sed de la sed que no acaba.

UN AMOR

Si sientes un aroma que persiste
súmelo en ti, adéntralo en tu pecho;
un amor nunca acaba; se recobra.
Un amor: un dolor;
agradece: pervives.

CASA COMÚN, Valencia, 1991

CEBOLLA

¿Por qué me lloras, reina por un día,
la camisilla rota, la seda vaticana
de tu saya dominga toda húmeda,
el cuchillo sin ganas de violarte?
Que expulsen a ese bruto; la niña es virtuosa
y llora a vuelcajarras si la tratan
con zafiedad o impudor.
Ven, mi ojerosa, mi dama inconsolable,
no me gimas tú más, dame tu pulcra teta,
amamántame bien, nodriza melindrosa,
que llore yo también como un novio sin carta.

 

SEIS QUERELLAS DE AMOR, Santa Cruz de Tenerife, 1991

Qué trasvase en tu boca, yugular, gozne mío,
tenaza de mis noches, penúltima ocasión,
al sentir tu saliva las sábanas se anudan,
cuando amo no amo nada más que tu amor.
Si me quitas los ojos miraré con los tuyos,
sólo soy lo que eres, si tú no estás no estoy.
No aprendas a olvidarme; no hay verdad sin tu cuerpo.
Mayo lleva tu lámpara, todo olor es tu olor.

 

ARRAS, Valencia, 1996

Niño de ayer, tus pasos se han perdido;
el que yo era ya no va conmigo.

Si acaso algún poema te dio sed
es que era el mar; para su sal, tu vida.

No tiene nombre porque lo he callado,
amé pero nadie lo supo.
Cana del corazón, qué se nos da,
tú sabes bien lo mucho que he llorado.

 

POEMAS NO INCLUIDOS EN LIBROS

EL ARMARIO DE MAMÁ

Mamá se olvida la llave del armario.
Sésamo, ábrete: dentro
una gota de agua para verse mejor,
los pétalos que le sobran de la piel,
el pomo del que se unta el sol,
el cascabel para apariencia alegre,
los zapatos gastados de andar para atrás a joven,
los ojos azules que se quitó porque el mar la perseguía,
sus manos que nos roban del peligro,
y al fondo al fondo al fondo
yo,
hace mucho, allá lejos, muy antes de nacerme.

LAURA VELA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Laura Vela pregunta:
¿todos los niños son de hierbabuena?
¿Si me aprieto el ombligo vienen gatos?
Y se apulga, se aflora, se devana,
se pone el pico de las cacatúas,
se sube en las bandadas de gaviotas,
entra por los espejos cuando quiere,
ramonea, se amusga, se agavilla,
deshoja una gallina para hacerse unos guantes,
lleva el sol como un globo, con un hilo,
pone lluvia en un frasco para echarse colonia
y se saca a puñados el mundo de un bolsillo.
Quiere que la metamos en una botellita
y la echemos al mar para ver dónde llega.
No la busquéis: se esconde en una aguja.
Es amiga del diablo, por eso nos desdeña.

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Catalina Park (edit. 1975), Orlando Hernández Martín.

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