Cristóbal del Hoyo Solórzano y Sotomayor

Textos escogidos

«SONETO AL PICO DE TEIDE, EN DICIEMBRE DE 1732 EN QUE SALIÓ EL MARQUÉS DE SANTA CRUZ»

¡Oh cuán distinto, hermoso Teide helado,
te veo y vi, me ves ahora y viste!
Cubierto en risa estás cuando yo triste,
y cuando estaba alegre, tú abrasado.

Tú mudas galas como el tiempo airado,
mi pecho a las mudanzas se resiste;
yo me voy, tú te quedas, y consiste
tu gloria en esto y la crueldad de mi hado.

¡Dichoso tú, pues mudas por instantes
los afectos! ¡Oh quién hacer pudiera
que fuéramos en esto semejantes!

Para ti llegará la primavera
y a ser otoño volverás como antes,
más yo no seré ya lo que antes era.

 

DEL LIBRO CARTA DE LA CORTE DE MADRID

(Fragmento, pp. 54-55)

Para con las señoras el ceremonial es diferente. La camarera mayor pasa recaudo por escrito a todas las señoras grandes, a sus primogénitas (con tal que no haya varón en la casa), a todas las señoras tituladas, a las mujeres de los secretarios del Despacho Universal, de oficiales generales y ministros, con su cuenta y razón todo, quitando en alguna las ataras y poniendo en otras los escollos. Porque en mi tiempo ha sucedido entrar envuelta en perlas una y entre otras embrujada y, reconocido por la camarera o por sus espías el fardo de contrabando, descaminarlo hacia fuera, lloviendo de su hermoso cielo rayos. Otra entró con aviso de la camarera, mas sin saberlo antes la Reina a quien, siendo primeriza, debe la camarera dar cuenta. Llamó Su Majestad a Su Excelencia y le pregunta quién aquella señora es. Respondióle y concluyó que con aviso suyo había venido. Llevó un jabón la camarera, y ella sin culpa padeció el desaire formidable de salirse de la sala cuando estaba ya bien llena. Supongo que las forasteras señoras (como los hombres con el capitán de guardias y los mayordomos) deben presentarse a la camarera, darse a conocer y decirle que quieren concurrir con las demás a los B.M.; porque sin esta diligencia mal puede la camarera saber que haya llegado, quién es y que quiere disfrutar sus privilegios. La hora para esta función señalada es entre siete y ocho de la tarde: cuyo corto espacio esperan todas, madrugando más o menos, en la antesala de los Reyes.

En estas ocasiones esta aula es la universidad de la envidia, la cátedra de la murmuración y de todas las Furias del Infierno el calabozo. No hay asientos para nadie. Entran las primeras y cogen el borde de una chimenea o las abrazaderas de un bufete. Van entrando las demás como en una iglesia, vase llenando la colmena y comienzan todas estas avecillas a libar sobre las flores, no como las abejas miel, sino ponzoña como las arañas. −Ninguna gala nueva (dice una a su coadjunta, aunque no la comunique, porque para murmurar luego se hacen amigas) veo aquí. −En cuanto besamanos (dice otra) he visto con aquella túnica misma a la Marquesa, etc.

(pp. 73-74)

El pobre que una pulga mata, al mismo instante le cuelgan; pero si tiene dinero, aunque haya muerto un elefante, dura la causa y la prisión dura mientras que dura el dinero; y a mucho tiempo y a descuido mucho, o él sin justicia se va, o la mata Dios con ella. Los zapateros, los boticarios, médicos, sastres, barberos, etc., todos tienen sus alcaldes, todos han tenido examen y sacan todos pasaportes de asesinos, de embusteros y ladrones, sin apelación de los delitos: porque, si alguno se queja, gastará sus pasos y su dinero para utilidad solamente de alguaciles y de jueces. Cuantos graduar quisieron de doctor o licenciado, como lleven las propinas abundantes, bien pueden ir por mi cuenta a la universidad que quisieren, aunque el romance como Luis Fernández lean y como Fr. Luis de Lara el latín hablen. Y si no me quieres creer, examina tú a Dominguito de Guisla, a don Lope y otros, y te desengañarás.

 

DE CARTA DE LISBOA

(p. 65)

Esta es mi vida, alegremente pasando. Aquí no lidio con escribanos, procuradores ni abogados; aquí no veo los mayordomos de monjas, con el sombrero a la bolina, amenazando destrozos, el clérigo con capellanías, ni el fraile con sus memorias; pues digan si es el alguacil del maestro Coto o el Pastor de don Santiago, ¡zape, qué miedo! Y es verdad que tienen ellos razón y que nosotros ninguna, porque debemos pagar, aunque andemos sin camisa y comamos calabaza, primero, que dar lugar a procedimientos en justicia. Porque el mayordomo de monjas no ejecute, le damos debajo de dos el asiento; porque el fraile no remate, con sumisión le rogamos y la autoridad del provincial, con humildad, interponemos. ¡Cuántas indecencias tengo visto! Aquí no oigo hablar en viñas, falta de pipas, peones de poda, malas ventas, peores pagas, infernal continua conversación que no se suelta de la boca en nuestra tierra. Aquí no veo a los primeros sujetos de ella esperando en las antesalas o corredores de los mercaderes a que despierten o salgan para hablarles; ¡y qué mercaderes! Mester Piter y Carlos Caballero; señor don Carlos, lo llamaba Landaeta y lo sentaba a su lado, mas tan caro le salió el don y el asiento como a Icaro las alas; como al gallo Demócrito con que expresó el hombre de Platón, lo dejó Landaeta.

(p. 77)

Yo te aseguro, aunque sin vergüenza lo confiese, que por ninguna consideración me fastidia el mundo tanto como por la necedad que es: esta adulación continua, hablando siempre en contra de lo que se siente; este afán para adelantarse, so pena de que lo tengan por perdido; esta lisonja, esta incomodidad, este frío sufriéndolo unos y abultándolos otros; este mujeril aseo, la corbata reventando, la media bien tirada, la camisa siempre limpia, la barba siempre hecha, las uñas bien cortadas, blanco el guante, la cabellera bien peinada, y hasta el zapato sin polvo, pretendiendo jurisdicción en el aire como pudiera el dios Eolo; este sobresalto de que el lacayo con la librea se huya, de que todos juntos lo roben una noche, de que al coche se le rompa el vidrio, de que al anillo se le desengaste y caiga en la calle el diamante; este medir las voces para hablar, contar los pasos para entrar en un estrado de señoras, para besar la mano al rey.

 

DE Soledad escrita en la isla de la madera [1733] (pp. 27-29)

Una tardía imitación de las “Soledades” de Góngora: la “Soledad escrita en la isla de la madera”, de
Cristóbal del Hoyo.

Era del año la estación primera
en que el de Colcos, animal lucido,
acaba en el zodiaco su carrera
y empieza presumido
a ensangrentar las flores con golpes de marfil y con ardores,
cuyas puntas, en campo de azul fino,
abriendo van camino
al año, fértil paso
con que Ceres adorna su regazo,
y su madeja helada sacudiendo,
bello signo dorado, presuntuoso,
por renacer venciendo
Invierno riguroso,
donde, pisando altivo las estrellas,
quitar la luz pretende a todas ellas,
y de la de Citérea acompañado,
encanto que el Tonante pasa a nado,
y a la doncella de Agenor engaña
con flores que ya viste y después baña,
gala ahora en sus armas floreciente,
que armas serán después, seguramente,
y a quien el hijo de Climene sigue,
o con Flegón y Piritoo persigue,
osada bizarría
que en sangrienta porfía
con garrochas de fuego y puntas de oro
fuerte le viene haciendo como a Toro.
[…]
En esta, pues, hermosa primavera,
estación en que Flora
de plata el prado y de rubíes dora,
pisa la fértil playa en la Madera
amante peregrino
a quien la fuerza cruel su destino
hoy conduce, ignorando lo que intenta;
porque es mayor tormenta,
derrota, y no victoria,
su alegre fuga, o triste vanagloria,
contra quien la soberbia de Neptuno
(gigante ya de sal, Etna de celos),
pretendiendo subir hasta los cielos,
campo de Tetis fue, nada importuno;
porque bien se percibe
si aborrecido viene
Titón del alba, en otro tiempo amado,
que en túmulo de plata sepultado,
piedad amante fuera de los mares,
acabar de una vez con sus pesares;
pues desde fiel partida
tanto aborrece la que amaba vida
que, transformada en triste suerte,
sólo será la muerte
a tan mísero estado
horóscopo feliz, dichoso hado.

 

DE Soledad escrita en la isla de la madera [1733] (pp. 33-34)

»¡Oh tierna filomena!
¡Oh simples jilguerillos!
Más que yo, triste, venturosas aves,
pues con requiebros suaves
gozáis en paz serena
la libertad que, descalzando grillos,
quise perder violento,
ligando a dulce mal amargo intento
de una amable locura,
que me dobla el rigor con su soltura,
cuyo sistema impío
nace oblación y muere desvarío.

»Retozando gustoso el cabritillo,
nadando el pez, gorjeando el pajarillo,
se alegran a su modo
sobre la hierba, en matas y en el lodo.
Murmura el río, cállase la fuente,
aquél se ríe, y ésta nada siente.
Aja altivo las rosas, o, travieso,
el arroyuelo corre, o queda preso,
las azucenas pisa,
del clavel hace risa,
y sin algún desvelo
desnuda y viste flores con su hielo.
El león más arrogante,
majestad de las fieras imperiosa,
y, áspero el semblante,
con fuertes garras toscamente armado,
menosprecia el cuidado,
pues, forjando un espejo en cada peña,
su enmarañada greña
consulta, de que veo

tosca la urbanidad, fuerte el aseo.
Prosigue su camino
el pasajero ufano,
porque el león cortesano
la senda le franquea a su destino,
y en seguro ejercicio
acaba el labrador su noble oficio.
Todo se alegra, todo, en fin, descansa,
y sólo en mi fortuna no hay mudanza.

 

DE Carta de la corte de Madrid (pp. 229-230)

Dando los años a mi señora la duquesa de Atri

Por más que nos cuente abriles,
y por más que mayos cuente,
pertinaz la primavera
siempre se nos muestra alegre.
Por más que en Siglo de Luces
la Aurora perlas desprecie,
siempre hermosa, y siempre niña
la vemos cuando amanece.
Y por más que el sol cansado
de girar rayos se acueste,
siempre renace brillante
cuando de nuevo giro vuelve.
Así, Señora, en los años
de vuestra edad florecientes,
aunque más abriles pasen,
están como rosas siempre.
Rayos son, flores, y perlas,
que a nuestros ojos parecen
como las estrellas, firmes,
aunque es verdad que se mueven.
A cuya vida estimable
debo yo, y Juanica debe,
los cariños generosos,
y los efectos ardientes.
Vivid, Señora, y gozad
en siglos de grana, y nieve
tantos años como el Alba
en brazos de Tetis muere.
Vivid en círculo hermoso
los años que se requieren
hasta que en porfiadas vueltas,
su fin el círculo encuentre.
Para que el néctar sabroso
del gordo caldo caliente
mis inquietudes se paren,
mis divertimentos vuelen.
Siendo lo más apreciable
ver que Vuecelencia tiene
salud, aunque desconfiada,
y ésta, sin estudio, alegre.
Porque en todo lo demás,
Señora, poco se pierde,
que el mundo es un necio engaño,
una bobada, un juguete.
Yo siempre de Vuecelencia
soy el que fui, y seré siempre;
porque como Saulo de hombres,
apóstol soy de mujeres.

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