Nivaria tejera

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Hoy empezó la guerra. Tal vez hace muchos días. Yo no entiendo bien cuándo empiezan a suceder las cosas. De pronto se mueven a mi alrededor y parecen personas que conocía desde antes. Para mí. Que no sé pensar, la guerra empezó hoy frente a la casa del abuelo.

Han pasado las horas. Siento que he cumplido entre ellas muchos años a la vez. Miro las cosas como quien las extraña. Parece no estar. «Este patio es de una casa. En este patio hay un árbol de nísperos, una tinaja de agua, aquélla es una cabra negra. Casa, tinaja, patio, cabra negra, árbol. Si me cubren los ojos puedo indicar sin equivocarme: árbol, cabra negra, patio, tinaja, casa.» Pero igual que si me borrasen la memoria y me extraviaran lejos, muy lejos. Oigo seguido: «guerraguerraguerra» como si esta palabra tuviera martillo. (Las otras se aflojan detrás, no son más.) No tiene sitio, pero siento que vigila desde todos lados, como otro cuerpo que se mudara en mí. La guerra. De pronto es algo que me conoce hace mucho tiempo. Un pasillo largo y oscuro donde papá va dejando de sonreír.

[Del libro El barranco (1954)]

 

ESPERAR EN la calle, ¿el qué? Andar es la única forma de esperar y lo imprevisto es el único acontecer y el acontecer es el exterior heterogéneo incoherente escandalosos y frágil, perpetuamente ajeno a sus más perentorias urgencias siempre vagas, agazapadas, oscilando dentro de él al abrigo del sol que lo calienta y lo vacía… pero ¿qué más esperar del sol? Ni siquiera lo deja tranquilo para hablar para hablar… esa imperiosa necesidad de hablar con éste con aquél con el otro de no se sabe qué de antes de ahora de luego de nada de lo que pudo ser de lo que podría ser «y si hiciéramos esto y si sucediera esto otro pero claro que nunca sabe uno porque cuando menos uno se lo espera… pues como dice el dicho “más vale poco que nada” y si me dieran un chancecito aunque fuera pa cartero aunque fuera en el muelle, viejo, pa la pesetita pal café con leche… lo que pasa es que aquí en la habana todo el mundo está enviciado…»

«lo que hay es que no morilse»

[Del libro Sonámbulo del sol (1972)]

 

De este modo, el exilio parece extirpar de la geografía los espacios que habitará el exilado. Y de ahí que los sueños albergan en esa geografía otras imágenes que irrumpen, despiertan, descubren márgenes inesperados sobre toda cosa, otro tiempo, sensaciones inéditas para el cuerpo contraído, inerte ya a los iresvenires del día, sueños que, de ser interpretados, transmitirían a un punto de ruptura total con el pasado. En ellos los espacios desaparecen, los seres que los poblaron se desplazan o se evaporan o mueren. Una especie de inmensa demolición la suplanta…

-Cada sitio armoniza con una forma de vivir correspondiente… ¡qué quieres!…

-Ya no queda aquella gente que siempre hubo… Todos se han ido…

-Con el último exilado desaparece el paisaje… y nosotros con él.

-El lugar donde crecí, le había dicho Heberto en uno de tantos azarosos congresos de escritores, no reconocerías nada. Todo se desmorona… Cada esquina es un escombro… Olvídate ya de la isla, amiga, olvídala…

Aún aceptando tal y tal concepto, o estando de acuerdo con lo que semeja un análisis certero, los sentidos trasmiten al cerebro una inquietud que sugiere la mecánica del sueño, opuesta a todo orden. Una lucha contra lo heredado se establece entonces, la última posible. Porque el ser ensaya todas las estrategias para desplazar la aceptación de la realidad inmediata. No se trata de acorralar conceptos, de aniquilarlos, sino que los sueños convergen en otras vertientes y su labor consiste en moverlas, desmantelarlas, multiplicarlas dividiéndolas, fecundarlas…

Pero despojarse co un golpe de esponja de la grasa que los conceptos han ido depositando en uno conduciría, acaso, a un vacío tan insoportable como la negación de la existencia. Y es tal vandalismo lo que el exilio impone. El exilio (ese incógnito recinto desplazado) exige a cada cual de manera despótica prescindir de transitorias autodefensas para asumir su vida, del mismo modo -aunque suene exagerado- que se asume una obra imperecedera: la pirámide, por ejemplo. Pues como una momia egipcia el exilado se envuelve de vendajes, vendajes que en sus múltiples y complejos reburujones (horizontales, diagonales o espirales) cobijan, en su cuerpo semimuerto, cada una de las convicciones que le alejaran del país verdugo, convicciones aislantes que a su vez se confunden con las que le unieron al mismo.

[Del libro Espero la noche (2002)]

 

-CLAUDIO eres un esperpento encapuchado embozado hirsuto tieso oscuro híbrido ( ) Levanta como yo los dos brazos y respira por los puños y cuando los dejes caer renueva la esperanza de no estar muerto aún CLAUDIO CLAUDIO abandónate desquíciate…

Claudio va y viene de una esquina a otra se detiene alza el rostro gira medio cuerpo se inclina como para danzar una pavana (ah! las reverencias ocultas surgen y le asustan) los hombros se le desprenden como resortes usados y las retinas a carne viva borran en su intenso parpadeo los contornos de los pies amarillos de los pasantes de los que solo ve la sombra a sus espaldas.

Cubierto por una capa sacada de cualquier armario de claustro Claudio Tiresias cree andar por la extensión grisácea del cielo de Paris que simula huir pero vuelve con los desprendimientos de la humedad depositada en el zinz aque protege la inclinación de les mansardes desde las nubes que transpiran hasta patios balcones aceras y pecho adentro de los más distraídos.

-Claudio Claudio…

[Del libro Huir de la espiral (2010)]

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