De Ha llegado el esposo (1964)
Te ha llegado algo nuevo
algo que esperabas hace tiempo
y ahora te encuentras extraña,
y vives como si no fueras tú.
Como si esta vida
no fuera la tuya.
Como si tu habitación
no fuera la misma de siempre.
Pero te ha llegado ya
y no quieres darle importancia.
Quizá sea
que no te creas feliz.
Habrá nuevos atardeceres
y verás las nubes de tu ventana
desparramarse
hasta llegar a tu lecho,
y te acompañarán en las noches largas
porque tú tendrás un sitio preparado
Tendrás tu rincón
y tendrás también aquel secreto,
aquel secreto redondo y extraño
que ya no es secreto,
quedado entre los pliegues del pijama,
y lo verás revolverse inquieto
en el tintero,
y acercarse a ti con paso seguro,
y tú dejarás complacida
que manche tus senos
y escriba en tu vientre con palabras nuevas.
Con aquellas palabras
que tu conocías de antemano
porque un día las sorprendiste
en las entrañas de la tierra.
Ya no tienes tiempo,
pero sí, tienes mucho tiempo,
mucho tiempo aún
para colgar en tu cuarto
aquel cuadro que tanto te gustaba,
aquella ventana abierta
que te decía tantas cosas,
y aquella serpiente, ¿recuerdas?,
la que se te enroscaba a los pies
sin dejarte andar,
y aquel cesto,
un cesto para papeles alargado y limpio,
y un vaso de barro
con té frío y con ron.
No puedes volver atrás,
no puedes pensar
en rincones sin nubes,
sin luces claras, sin ventanas,
no debes pensar
en las crines de un caballo
que jamás has conocido.
Hojea una revista,
o léete el periódico de ayer.
Sí, si no dice nada,
pero no importa
porque nunca podrá decirte nada.
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Lava ya tus cabellos
que huelen a café tostado
y acicálate deprisa que llega tu esposo.
Tienes el delantal manchado de grasa
y tus manos están negras
de estar pelando verduras.
Tu cuerpo está mustio del trabajo del día
pero debes reponerlo ante que oigas su voz
en la calzada.
Extiende el mantel sobre la mesa
y arregla la casa con flores de verbena.
Pon un poco de música
y siéntante a esperarlo en el jardín
leyendo un libro cualquiera.
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Hay un muerto
en cada esquina de mis noches.
Hay un muerto
en los umbrales de mis días.
Hay un muerto
que me acecha por los campos.
Hay un muerto sin derrota
que me agobia y me persigue.
Hay un muerto
que acobarda mis sueños
y que estruja mi piel sin compasión.
Hay un muerto con cuerpo de mujer
que copia fielmente mis facciones.
Hay un muerto que tiene mis pies.
¡Hay un muerto, sí,
hay un muerto en mi cuerpo
cuando llegue su fin!
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De Almas de piedra (1970)
IV
Te aferraste a los viejos recuerdos
te aferraste a las viejas lecciones
te aferraste a todo lo de siempre
para conseguir un mundo calibrado
donde los pájaros volaran con orden
Ahora tú quisieras apretarte y sobornar
sobornar al que te apuñara tierra entre los ojos
porque morirse no está bien
morirse no es legal
cuando se esgrimen razones poderosas
morirse ha de ser por…
o por otras razones
sin pecados ni esencias de importancia
morirse ha de ser como la rosa
o como el pez
que dejó sus pulmones sin saberlo
Al final los dioses lo aprobaron todo
por unanimidad
y las diosas callaban
y recorrían las calles
con los muslos a la vista
y las antorchas eran de gas
y las túnicas caían al primer golpe
y empezaste a pensar
y te intimidó tanta grandeza
tanta falta de justicia
pero tú creíste en la justicia
creíste
creíste
creíste
Ahora el festejo es sin luces
ya no te acompaña nadie
ni siquiera para llorar
porque luchar es eso
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De Invierno de la piel (publicado póstumamente, 1990).
Silencio más total en este sueño
en esta estrecha calle en esta luna
silencio más total en esta herida
más silencio luchando cada hora
No es posible dormir en este encuentro
total de caracoles ya vencidos
no es posible dormir ya tan desnudo
no es posible luchar con tanta tierra
Era buena la mar
para romperse entero.
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De Te busco desde la aurora (publicado póstumamente: 2004)
X
Soy dueña de mi paz
de ahora
y de mis sueños,
pobres sueños dormidos
aletargados
entre altos muros
de ciudades apretadas,
pobres sueños llenos de polvo
arrinconados,
doblados con la ropa
que ya no se usa
y con la ropa blanca
que guardo cada día,
sueños grises
traídos del asfalto de la calle
sueños de mar y de orillas,
sueños de playas
y con nuevos pies
para mi cuerpo antiguo,
y con más árboles y más mañanas.
Que no se pierdan
y un día a lo mejor
alineados encima de mi cama
podré mirarlos duramente.
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XI
Te leían siempre,
todos los días
desde las arrugas de tu cara
las que tenías marcadas
desde el día que naciste
hasta la primera triste arruga
sin nombre
y los pliegues del vestido,
y el vaivén de tu cuerpo
y contaban las puntas
de cigarro
y los vasos de vino
y se les descolgaban los ojos
hasta tu cintura
y el escote y el pecho
y la mirada
y deseaban más aún que tú
más de lo que desearon nunca
y un día también
te desearon el vientre nuevo
y sentiste un terror hondo
alojado en tus entrañas
y deseabas hundir tu corazón
en otro corazón
y ensanchar el alma
con la cuna pequeña
y el olvido en la ventana
y la alegría
y el tiritar
y las lágrimas
las que brotan de lo profundo
sin querer
las que lloramos las mujeres
cuando el mundo nace.
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XII
Cuesta rendirse y callar
y hacerse sorda
a las cosas diarias,
a las cosas triviales
a la silla del comedor
desencolada
al niño que tose
y se revuelve inquieto en la cama
y luego el pájaro
durmiendo más allá
de los soles
y la jaula aquí vacía
con la lechuga y el alpiste
sobrando
y las voces de los niños
con su eco entre los barrotes.
Es duro rendirse
y mirar la jaula así
y sentirse tan niña
tan angustiosamente niña
como si la piel nos hubiera prestado
en el cuerpo,
y recordar de pronto el naranjo
y tocar su olor.
El naranjo de mi casa
maduro al atardecer
de gorriones libre