Josefina de la Torre

Textos escogidos

DE VERSOS Y ESTAMPAS (1927)

Mis dolores se escondían
en el fondo de mi alma.
Eran tantos, tan pequeños,
que casi no me molestaban.

Los guardaba con amor
en el fondo de mi alma.

No te acerques al estanque:
antes me he mirado en él
y vi su fondo a través
de mi sombra.
No te acerques al estanque:
tendrás el pecho hondo y frío
y tembloroso del agua.

La tarde tiene sueño
y se acuesta en las copas de los árboles.
Se le apagan los ojos
de mirar a la calle
donde el día ha colgado sus horas
incansable.
La tarde tiene sueño
y se duerme mecida por los árboles.
El viento se la lleva
oscilando su sueño en el aire.

DE POEMAS DE LA ISLA (1930)

Si ha de ser, quiero que sea
de pronto. Cuando yo piense
en horizontes dormidos
y en el mar sobre la playa.
Si ha de ser, que me sorprenda
en mis mejores recuerdos
para hacer de su presencia
un solo signo de aire.
Dormida no, ni despierta:
si ha de ser, quiero que sea.

Tu nombre ya me lo han dicho
pero yo no te conozco,
ni te vi nunca la cara
ni sé el color de tus ojos.
Pero tu nombre ¡qué claro
lo voy diciendo en el fondo,
con sus siete letras firmes
de tres sílabas, sonoro!
Enamorada ya estoy
aunque yo no te conozco,
ni te vi nunca la cara,
ni sé el color de tus ojos.

Tu nombre ya me lo han dicho
con siete letras en corro.

Mira:
me gustas porque sabes
decir mentiras.
Si dijeras verdades
no me gustarías.
¡Qué dulce que sabe
la mentira!
Es buena,
noble,
decisiva.
Y la verdad
¡qué tonta y desabrida!
Siempre igual,
esperada, conocida.
¡En cambio la mentira
qué dulce,
amarga compañera mía!

Te quiero, porque sabes decir mentiras.

Te quería
por tu palabra inútil,
fuerte muchacho atlético,
como un mundo desnudo
y trazado
de nervios.
Yo te miraba, absuelto
de aquella gritería desbandada
de gargantas y viento,
cuando tú hubieras sido
vencedor de mi acero
y de aquella muchacha despeinada
en su inútil esfuerzo
y sólo fuiste proa
valiente
de tu pecho.

Quisiera tener sujeta
la naranja de la tarde
así entre las manos, fresca,
sin la piel rubia y brillante
tirabuzón de la luna
peinado por mi cuchillo.
Que sabor a fruta nueva
ha de tener en los bordes
el mar, la arena y el aire.
¡Qué deseo de partir
en dos mitades la tarde!
Cuando la noche se asome
a su ventanal de cobre
se tragará la naranja.
¡Ay niña desconsolada!

 

DE MARZO INCOMPLETO (1968)

Quisiera que en lugar
de este Abril y este Mayo
y de este sol que nace
con el aire temprano,
fuera otra vez, de nuevo,
aquel marzo incompleto.
No tenía principio
ni fin. Era mitad,
centro predestinado,
eje de un solo sueño.
¡Ay, yo hubiese querido
que como rueda libre
del recuerdo, este Marzo
girara! Yo lo tengo
prendido entre mis sienes.
Pero así no lo quiero.
¡Haber sido una vez
círculo de este anhelo!
¡Girar constantemente
por el mismo momento!
Y ahora dieciocho
y veintisiete luego,
y en esas fechas
girar con mi desvelo.
Pero este Abril lejano
y este Mayo en silencio
que dejaron mis voces
encerradas por dentro,
¿qué saben de este Marzo
sin medida, incompleto?

Cuando el tiempo
no tenga ya memoria
y todo lo pasado
sólo exista en la luz
de mi recuerdo intacto.
Cuando tu vida ya sea otra
y ese rumbo
del que hoy irás en busca
sea ya tu destino.
Cuando tú y yo,
salvadas las distancias,
la inevitable ausencia
que tu palabra puso a nuestro alcance
volvamos a encontrarnos
frente a frente,
yo buscaré detrás de tu mirada
la imagen de mi imagen,
y todo
lo que ahora he perdido
lo volveré a encontrar.

Encontrarte
por las abiertas mariposas de la noche.
Por la sombra
donde tus ojos buscarían apoyo.
Descubrirte
por los caminos de lo inesperado,
donde tus palabras
encontrarían su contorno.
Sorprenderte
por tu misma certidumbre,
donde tu propósito conseguiría libertarse.
Y hacer de ti la luz,
el porqué de soñar,
de estar despierto;
la razón de sonreír,
de respirar al sol las alegrías…
Todo lo que en tus ojos se ha dormido.

Me busco y no me encuentro.
Rondo por las oscuras paredes de mi misma,
Interrogo al silencio y a este torpe vacío
Y no acierto en el eco de mis incertidumbres.
No me encuentro a mí misma.
Y ahora voy como dormida en las tinieblas,
Tanteando la noche de todas las esquinas.
Y no puedo ser tierra, ni esencia, ni armonía,
Que son fruto, sonido, creación, universo.
No este desalentado y lento desgranarse
que convierte en preguntas todo cuanto es herida.
Y rondo por las sordas paredes de mí misma
esperando el momento de descubrir mi sombra.

Estoy clavada en el espacio, inmóvil
como una mariposa prisionera.
Coleccionista sordo no dudaste
en dejar los aires sin adioses.
Ya no puedo moverme de este quieto
rincón de sueños de mis alas muertas,
donde mi corazón tiene prendido
el filo agudo que le clava el tiempo.
A veces por el borde de los años
-siete colores de la sangre quietapasa
rozando el viento y las alegres
desconocidas voces de otros tiempos.
Pero clavada estoy y ya no puedo
descubrir mundos ni contar estrellas…

DE MEDIDA DEL TIEMPO (1989)

Noches calientes de estío
apretadas de recuerdos,
que atormentadas y oscuras
cabalgan entre mis sueños:
tus lamentos ateridos
claváronme en sus desvelos
una lanza que me fija
en mitad del pensamiento.

Cuando veo mi imagen reflejada
en la luna impasible del espejo,
siento cómo me duele su reflejo
tan fiel a mi verdad enajenada.
Esta forma que late y se rebela,
un tiempo fue de amor y fue de vida;
y aún hoy, que huellas saben de su huido,
queda una voz para su luz en vela.
Pero un día vendrá el irremediable
que a este espejo me asome, ya acabada.
Y la raíz de fuego insobornable
que crece en mi interior, aún no saciada,
conmoverá la cárcel indomable
con su llanto de ruina abandonada.

Aquí está mi cadáver,
os lo ofrezco.
Levantad vuestras frentes
y respirad el aire de vuestras alegrías.
Tomad ya mi cadáver.
Se acabaron las dudas,
las grises inquietudes,
las preguntas,
el no saber,
la torpe sospecha.
Mi cadáver es paz.
La paz de vuestras vidas,
de vuestra labor diaria,
de la seguridad de vuestro sueño.
Mi cadáver
os dará ese tranquilo,
individual descanso.
Mi cadáver que,
vedlo,
miradlo bien,
será
un cadáver con los ojos abiertos,
con la frente desnuda
y el corazón despierto,
que espera ese milagro entre los vivos.

 

DOS FRAGMENTOS DE MEMORIAS DE UNA ESTRELLA (1954)

–He escrito mis memorias –empezó diciendo con voz grave–. Todas tenemos algo que contar en la vida, y nosotras, las que nos hemos dedicado al arte, poseemos más episodios, más anécdotas de interés y emoción que nuestras amigas, aquellas que se casaron en una provincia y tuvieron muchos hijos…
Sonrió. No quise interrumpir su silencio, comprendiendo que así facilitaba su confesión.
–Creo que he conseguido hacer un relato interesante… curioso… Y he pensado en ti. Eres periodista, novelista… Tal vez puedas hacer algo… publicarlo acaso. Se apresuró a mirarme de frente.
–No con mi nombre, claro está… sino como una historia común a todas las que hemos realizado nuestro sueño… ¿Qué te parece?
Le dije que estaba dispuesta a leer el manuscrito, y que si, como no dudaba, me resultaba interesante, lo publicaría. ¿Cómo? Era cosa de pensarlo. ¿Reportaje? ¿Novela? Entonces la estrella se levantó. El perro se fue con ella y los dos desaparecieron tras un biombo de flores exóticas. No tardaron en regresar. Ella traía entre las manos un cuaderno de piel verde jade, con iniciales doradas. Era bastante voluminoso y estaba escrito con letra apretada. Comprobé que trascendía también a «Sacandale»…

Ayer me he divertido mucho. ¡Cuánta gente tonta hay en el mundo! Al terminar el trabajo, hubo prueba de actrices. Bueno, al menos ellas decían que lo eran. Se trataba de dos señoritas (esto también lo decían ellas), recomendadas por el guionista, y de las que se venía hablando hacía muchos días. Una de ellas cantaba, tocaba el piano y era actriz de teatro. Una «enciclopedia», como me dijo Josele, el ayudante del director. La otra no sabía hacer ninguna de aquellas cosas. Las dos tenían bonita figura. Pero la «enciclopedia» no era muy guapa; ni fú, ni fá. Y en cambio la otra era preciosísima. Demasiado, para mi modo de ver. Tenía dieciocho años y la otra ¡treinta! El colmo. Total: les dieron a hacer una escena, como prueba. Se trataba de una de las más difíciles, con el protagonista. Las dos mujeres la hicieron. Yo, si he de ser sincera, que a veces hay que ser de todo, diré que la menos bonita la interpretó muy requetebién, con una voz preciosa. La otra, en cambio, estuvo bastante sosita. Pero claro, ¿cómo iban a dudar entre una muchacha de dieciocho años y una vieja de treinta, por mucho piano, mucho canto y muchas tablas que tuviera? Luego me dijo Josele: «Chica, para el cine es preferible una cara bonita que todo el arte del mundo.» Y vaya si tiene razón Josele.

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