Pino Ojeda

Textos escogidos

Del libro Niebla de sueño (1947)

¡Cómo quisiera ser tus pequeñas cosas!
El aire que te roza y te acaricia.
El polvo que te sigue y se te posa.
El agua que desciende y te penetra.
La ropa que te cubre y te ausenta
la carne fuerte y olorosa.
El cuello que rodea tu garganta,
yo quisiera ser.
Y quisiera ser tus manos, tus pies.
Pisar donde pisas y tocar lo que tocas.

Ser color y sentarme en tus pupilas.
Ser agua y verterme en tu boca.
Ser luz y en las mañanas
abrir mis dos ventanas
para que a la vida tú te asomes.
¡Ay, cómo quisiera ser para ti la nada
y poderte ofrecer el más allá!

 

Del libro Como fruto en el árbol (1954)

Te busqué por los sueños

Te busqué por la tierra, por largos
pasillos de seres. Te busqué por las noches,
por calles y sombras, por quietas esquinas
agudas. Te busqué por los días. Nadie
con carne y tacto me descubría tu nombre.

Te busqué por los bosques: altas miradas
rodaron por copas, por ramas, por quietas
palmeras, por viejos pinos lejanos. Pero nada,
nada tenía escrito su nombre.

Te busqué por las hojas sobre vientres
de campos morenos. Te busqué por los trigos,
por valles y praderas de lirios, por montañas,
por fuentes. Por cada sendero oculto
iba gritando tu nombre.

Te busqué por los mares, por frágiles
barcas de marineros mojados. Te busqué
por algas, por peces, por rocas agudas,
por olas y anchas playas doradas.

Te busqué más abajo, en lo hondo, entre
viejas astillas de barcos remotos. Olvidadas
cartas marinas no decían tu nombre.
Te busqué por estrellas, por nubes,
por albas, por quietos celajes. Te busqué
por los aires, por la luna callejera,
por locas primaveras saltando.

Te busqué por el tiempo, por los siglos:
fríos cementerios no tenían tu nombre.

Tú eras un signo, un signo de ave
y nadie, nadie podría encontrarte.

Te busqué por los sueños:
Por los sueños, tú me estabas esperando.

 

Del libro La piedra sobre la colina (1964)

7

Todo al alcance del deseo trascendido
subiendo hasta iluminarse.
Desbordado como marea que sube y muerde
sin apenas herir
pero hundiéndose en la carne tibia de la orilla.

Todo presente.
Posible entre los dedos que se van alargando
hasta hacer brotar la llama
donde habrán de quemarse.

Qué allí todo.
Qué posible.
Lucha de ansias que se agrandan y purifican.
Lucha del amor por el amor que ya existe.

Todo viviendo.
Abrazándoles alma y materia.
Llenándoles de paz en la espera innumerable.
Qué luz en los ojos buscándose en la distancia.
Qué seguridad fluyendo por la vena
más fuerte del corazón
para que no se les destruya la esperanza.

 

Del libro El alba en la espalda (1987)

Algo, de pronto, sacude mis huesos.
Y vivamente me incorporo.
Sobre mi piel atormentada brotan
agudos tallos
que se alargan buscando
la carne donde enraizar su tristeza.

Recuerdo el rostro en la mañana,
la curva misteriosa de sus labios,
el mensaje rodeado de silencio.
Y deseo volver a contemplarlo.
Mas, ya no es posible el encuentro.
Su enigma se ha fundido con las sombras.

Ahora, luces brillantes desnudan
seres y cosas sobre las paredes
que les cobijan.
Están quietamente entregados,
sumisos para que yo les encuentre.
Qué mudos y qué iguales estos seres
que nada dicen
y nos hablan desde todos los ángulos
en que cada día perecen.

 

Del libro El salmo del rocío (1993)

Llama

Así eres como te amo,
tan inmenso
y de nada,
tan dentro de mis sueños
y siempre
tan perdido
y tan cercano,
tan dueño de la luz
en esta oscuridad
del alma
y tan oscuro
en esa forma
tuya
imprecisa del aire.

Así es como yo te evoco:
Pura llama entornada
que arde pero no quema,
llama sola,
absoluta,
impenetrable,
silenciosa,
suprema.

 

En la ola más blanca

Cuando pienso
que tú puedas faltarme.
Tú y yo un solo agua,
un solo cauce.
No podrás caminar
aisladamente,
ni hallar un mar oculto,
ni un sol
estremecido
donde no esté
el aura,
mi nimbo de fervor
esperándote.
Míos
son estos mares
donde tú te reflejas,
míos son porque soy
tuya y en tu unidad
unida a ti
existo,
porque habré de estar
en las formas distintas
de las olas y espumas
de tu caudal insigne.
Agilidad de peces
poseerán
mis brazos por soñarte,
cuando en noches de luna,
río abajo
tus aguas
busquen lecho y remanso,
y yo estaré en la orilla,
en la ola más blanca,
esperándote.

 

Del libro Árbol del espacio (2007)

7

Todo estaba vivo en mí. Para mí.
Yo era el todo. Podía dominar
el pensamiento. Los seres y cosas
serían sujetos inermes ante mi fuerza poderosa.
Eslabones de invisibles cadenas
con los que ataría el mundo a la vida.
Nada podría escapárseme.
Cómo vibraba
ante la inmensidad de lo creado.
Todo fluía desde mí y el gozo
anegaba mi corazón
desorbitado.
Quién podía arrebatarme el poder
si este había nacido
como afirmación de mí misma.

 

10

Cierro los ojos. No ambiciono nada.
Brilla el sol, agosta árboles,
destruye simientes. Mi corazón
no oye el rugir del viento.
Estoy serena, en reposo. Sonrío.
Por qué y para qué lucha,
afán y esfuerzo. Para qué
acumular riquezas, sueños, ansias.
Tan ambiciosa entrega, para qué.
Qué ciega he sido. Cómo he caminado
tras las mismas promesas ya destruidas.
Ahora puedo sonreír.
Sutiles pensamientos surgen
de la penumbra, iluminando
la agobiadora sombra.
Qué gráciles separan
verdad y sueño.
Qué intensidad en la idea.
Desde mi mente parten
tiernos coloquios que van dando
vida al silencio.
Todo tiene su valor, su equilibrio.
Nada nace ni vive por sí mismo.
Lo creo y recreo
serenamente.
Camino despacio, viendo partir
los días, tan sugerentes, tan plenos
dentro de mi dominio.

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Máscaras y tierra (edit. 1977), Orlando Hernández Martín.

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Catalina Park (edit. 1975), Orlando Hernández Martín.

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