Sebastián Padrón Acosta

Textos escogidos

Del artículo “La voz de los bronces” (Gaceta de Tenerife , 21 de agosto de 1921)

(…) El bronce canta pesadumbres y regocijos. ¡Llora como la vida, y también como ella canta! ¡La música es el lenguaje alado del sentimiento!

Poseen las campanas en los días solemnes grandiosidades, magnificencias de rito… Y son ellas como espíritus invisibles que nos invitan a conversar con las alturas.

En la sonrisa del amanecer, en esas mañanitas frescas y perfumadas, los bronces desparraman por los campos y ciudades dormidos sus notas armónicas de alegría. Es el alba toque de diana.

Y el bronce dice: “despertaos y venid a presenciar la entrada triunfal del Sol. Rezad. Ya se percibe el rumor del florecimiento vital”.

Y ellas entonan sus oraciones matinales antes que la Naturaleza despierte embelesada por la gloria deslumbrante del Sol.

En la hora ritual del véspero la campana florece en acentos de salmodia. Semeja un anacoreta que reza.

Y en los días de las pompas religiosas, las lenguas de los bronces estremecen al alma cristiana con sus decires misteriosos que se adentran en el fondo del alma, allá donde solo reinan el silencio y el pensamiento.

Las campanas pueblan de ecos los campos, y son sus armónicos sonidos como alondras que ascienden a los cielos, rumorosas, enamoradas del azul…, como miríada de mariposas en alas de los vientos, como bandada de blancas palomas glorificadas por la luz…

Musitan los bronces elegías sobre el dolor de los sepulcros y entonces tienen sus tañidos ecos de plegaria.

En nuestra edad desventurada, las campanas parecen lanzar un reproche a los hombres que no quieren oír sus invitaciones.

Son las campanas clarines del Cristianismo, trompas religiosas, trompetas que anunciaran pompas rituales, sagrativas efemérides, días litúrgicos.

Son sus teñidos como insistentes clamores lanzados desde lontananzas infinitas, ecos de las alturas, aromados con nostalgias paradisiacas, con llamamientos celestes.

La misma campana que hoy canta júbilos, lanzará mañana clamores de melancolía.

La voz de los bronces es litúrgico lenguaje del Cristianismo, nacido en tiempos en que la fe comenzaba a escribir en la historia sus epopeyas. Es la voz de Dios hecha ritmo, hecha armonía.

Las esquilas de los vetustos conventos prodúcennos sensaciones de inenarrables dulzuras.

Los bronces lanzan a los aires sus metálicos decires que suben a la inmensidad como armonías aladas, como aves musicales…

¡Voz de la aldea, canto de mansiones monacales, invitación a las pompas religiosas, a las rituales efemérides, todo esto es la campana!

¡Vibración de excelsitud! ¡Música de las alturas! ¡Voz de Dios!

 

Del artículo “Salterio rumoroso” (Gaceta de Tenerife , 23 de abril de 1922)

(…) Este viejo titán, por la Mitología divinizado en la fábula de Neptuno, perennemente reza
en las soledades el salterio glorioso de los rumores.

El mar nos habla siempre, pregonando con su voz formidable la omnipotencia del que en la mañana de la creación le hizo surgir con el poderío de su palabra creadora. El mar nos halaga con su eterna letanía, venida de regiones desconocidas. Él es coraje, cuando la tormenta ensancha los pulmones gigantescos del titán. Él canta, en la dulzura de las tardes rosadas, nimbadas de oro, llenando las oquedades con la salmodia que, desde su natalicio, le mandara entonar el Dios de las magnitudes.

El mar es caricia para el oído, deleite para la visión, cuando en la calma del véspero de amansa, se recoge, se aquieta para recibir la comunión del sol, que entre fantásticas coloraciones, no soñadas por el pintor, desciende al pecho azul del viejo titán dormido, extasiado con el místico recogimiento de la hora solemne en que las diurnas sinfonías van apagándose en la cima de las lejanas montañas altivas.

El Atlántico regala los oídos de sus amadores con la música exquisita con que las olas saludan la entrada triunfal del día por las puertas de Oriente, ornadas de rubíes y topacios. El mar es el sendero plúmbeo, por donde las barquillas siguen su ruta, por donde las naos emprenden su camino aventurero, desplegando a l os vientos las alas quijotescas de sus lonas triunfales. Diríanse las naves gigantescas aves marinas que vuelan, ágiles, por los dominios azules.

Y dijérase el mar un Hércules voluptuosamente prisionero entre caricias de nereidas ondinas, estremecidas por secretos deleites refinados. Me encanta la agreste soledad de las riberas, bordada por el festón de las espumas nacarinas. Me deleitan las playas, llenas de rumores atlánticos, cuando Nuestro Señor el Sol derrama el milagro de su luz vivificadora.

El mar me sobrecoge, me anonada y me exalta como un poder sobrenatural. La sinfonía del mar viene de regiones ignotas, llega a los oídos, y se adentra en las intimidades del ser con el goce secreto, invisible de músicas inefables.

El mar es voz, el mar es caricia, el mar es música, el mar es rebeldía, el mar es salmodia.

De Leyendas canarias (“La fuente de la guancha»)

¿Qué hechizo se remansaba en las aguas embrujadoras de las fuentes isleñas cuando las armas del conquistador rompieron el encanto de la égloga primitiva? Nadie lo sabe. Lo supieron la princesa Dácil y el capitán Gonzalo del Castillo.

¿Conocéis la leyenda de La fuente de la guancha? Pues escuchad.

Las tropas del general Alonso Fernández de Lugo, ahítas de largas jornadas por caminos fragosos, acampan en un bosque de barbusanos.

El capitán Gonzalo de Soto, de relumbrante coraza, acuciado por el aguijón de la sed, adéntrase en la espesura buscando la fuente, cuyo murmullo escucha.

Entre las zarzas y los brezos de la grata penumbra, brota de una peña la sonora fontana.

Gonzalo se inclina para beber en el ánfora viva de su mano; pero, de pronto, se estremecen las frondas, los brezos rebullen, y al pie de la roca se alza la figura esbelta de una zagala, que sostiene, entre sus manos de nieve , roja vasija rebosante de agua transparente.

La belleza fascinadora de la guancha deslumbra los ojos asombrados del capitán, que con el mudo lenguaje de sus ademanes le pide agua para saciar la sed.

La moza le brinda, galante, el agua de su gánigo. Gonzalo de Soto, luego que hubo bebido, le devuelve la vasija y con los ojos le expresa su gratitud.

No se sabe qué le dijeron a la doncella los enamorados ojos del capitán; pero sí que la pastora ve en ellos tal sortilegio de amor que arroja la rústica crátera y huye a través de la espesura, esquiva, fragante y rumorosa.

Atónito quédase Gonzalo ante la rápida desaparición de la guancha, a quien busca inútilmente por todo el bosque. Gonzalo de Soto, decepcionado, exclama, con dejos de irónica amargura: «Vi la fuente de la guancha; pero no he vuelto a ver a la guancha de la fuente».

Cuando el crepúsculo devana sus oros en el bosque de barbusanos, el pastor de la comarca, que conduce al redil su rebaño, ha visto muerta en las faldas de un collado a la bella fugitiva, que prefirió morir a perder la libertad.

Gonzalo de Soto, lector asiduo de viejos romances castellanos, había soñado con el idilio de sus nupcias con la hermosa cautiva. Y hasta su aventada musa fanfarrona presintió el centelleo de los octosílabos en que iba a cantar la historia de la linda zagala cautivada por el prestigio de su acero en heroica acción de guerra…

Pero la guancha, que era ladina además de bella, derrumbó la torre de quimeras de Gonzalo de Soto, quebrando así la más heroica página del romancero español.

 

De Las poetisas canarias

El archipiélago canario es cuna de damas que se han distinguido en el culto a la poesía. La mujer canaria, siguiendo los ejemplos de sor [Juana] Inés de la Cruz, de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Carolina Coronado, rindió tributo a las Musas. Aunque inferiores a las insignes poetisas citadas, las poetisas canarias han realizado una labor digna de recordación y alabanza. No fueron astros de primera magnitud como lo fueron las Safos y Corinas de la antigüedad clásica y la Victoria Colonna del Renacimiento, pero con su gesto pusieron muy alto el nombre de la mujer canaria. Acaso con una preparación más sólida y educadas en otro ambiente de cultura superior, libres de prejuicios, nuestras poetisas hubieran podido realizar obras definitivas. Les animó un decidido empeño de hacer cosas logradas, y esto merece los más cálidos elogios.

Si en los siglos XVIII y XIX la mujer canaria no plasmó, como poetisa, una fina labor contorneada, ya en el actual siglo XX comienza a conquistar los laureles del triunfo. Díganlo si no los nombres de Josefina de la Torre y Mercedes Pinto, cuyo valor artístico ha sido subrayado por escritores de tan reconocida competencia como Valbuena Prat y Cristóbal de Castro.

Quiero en esta monografía dar una visión general de la obra de nuestras poetisas, con injusticia olvidadas. Los materiales con que se ha escrito esta síntesis que a primera vista parecerá fácil y ligera son fruto de una labor de años, pues la tierra que piso es virgen.

 

De Musa Popular Canaria. La Copla…

(…) La copla, por medio de la cual el alma canaria se pone al desnudo, la construyen los anónimos poeta populares isleños de diversas formas: unas veces es la estrofa en que son asonantes los versos pares, y los impares libres; otras la estrofa aconsonantada en forma de redondilla; y otras la estrofa en que son consonantes los pares, y los impares libres.

La copla es la más genuina forma de la lírica popular canaria. La música isleña en la copla ha plasmado todo su mundo interior. La copla ha cantado por medio de bellas metáforas la geometría de nuestras islas, las producciones de nuestro suelo, las características del canario de cada isla, la psicología y manera de ser de las mujeres isleñas firmes en el querer. La copla canaria ha sido pregonera de nuestro típico gofio; la copla ha sabido ser acorde de salterio para cantar la fe del pueblo isleño en los Santos de su predilección. Las rivalidades de nuestras islas ha tenido en la copla un suave calor de ironía. Mu chas veces la copla tiene ribetes de sesgo político. Y otras el anónimo poeta popular isleño buscó en las cuatro cuerdas de la copla la definición de nuestras folías, las condiciones que para cantarlas bien se requieren.

La copla canaria despide muchas ve ces la fragancia de nuestros campos y huele a las retamas de nuestros montes y a las rosas de nuestros valles. A través de sus cuatro versos desfila arquitectura de ermitas, iglesias y campanarios. Dentro de la copla late, encendida, toda el alma canaria. El anónimo poeta sabe buscar la metáfora más adecuada para la expresión de su idea y de su sentimiento. Amores y amarguras, esperanzas y agravios, paisajes y fe sobrenatural, surgen de la copla como índice de toda la psicología de un pueblo.

La copla canaria no tiene ese fondo de amargura trágica que rasga los versos de las coplas de otras provincias españolas.

Cuando la copla canaria canta dolores, lo hace con una suavidad de melancolía resignada, sin las dramáticas notas del cante jondo (…).

De Cien sonetos de autores canarios («Introducción»)

(…) Sentíase la necesidad de una antología de poetas canarios, en la que se pusiese ante los ojos de todos el vasto panorama de la poesía de nuestras islas; y a satisfacerla viene este libro, aunque ceñido a la linde métrica del soneto.

Anunciáronse antologías debidas a la pluma de Manuel Verdugo y de Fernando González; pero ninguna vio la luz pública. Solo contábamos con la que en 1879 editó en Santa Cruz Elías Mujica; mas esta limítase a poetas de la p asada centuria y carece, por otra parte, de gusto seleccionador y de notas biobibliográficas (…).

De lo predicho dedúcese la importancia de esta antología, pacientemente labrada, que abarca del siglo XVI al XX y que lleva el necesario bagaje de notas biobibliográficas.

Precisa que consignemos que para los siglos XVI, XVII y XVIII se ha utilizado el Ensayo de una bio bibliografía de escritores naturales de las islas Canarias (siglos XVI, XVII y XVIII) XVIII), obra monumental del docto catedrático don Agustín Mi llares Carlo, tanto en la transcripción de sonetos como en la síntesis de notas biobibliográficas. En cuanto a los siglos XIX y XX, son las notas frutos de investigación directa (…).

No son copiosos los ensayos sobre poesía canaria. Solo podemos citar l os nombres de José de Viera y Clavijo, Francisco María Pinto, Ángel Valbuena Prat y Andrés de Lorenzo Cáceres. Debo advertir, de paso, que tienen gran interés las Notas bibliográficas que sobre poetas actuales ha publicado María Rosa Alonso en Revista de Historia . La labor de Valbuena Prat acerca de nuestra poesía (…) es de trascendencia suma, aunque no acepte yo la totalidad de sus asertos. Su visión del siglo XIX isleño es incompleta (…). Para su juicio crítico sobre nuestro siglo XIX careció de ele mentos documentales (…).

Con esta antología puede contemplarse con todo sosiego, sin inquirir libros, periódicos ni revistas, el paisaje de la poesía canaria, que se inaugura en el siglo XVI, y se cierra en el XX con los más sazonados frutos de la cread ora juventud actual. Y aquí calla el prologuista. Que hablen ahora los poetas.

 

De Teide («Teide»)

A Víctor Zurita

Talla de piedra, a canon de hombre ajena;
piedra de tempestades, contenida;
con espuma de luz, piedra morena;
flor de basaltos; isla renacida.

Botón de redondez núbil y plena;
torre de nieve y sueño; azul medida
que cumbres y atalayas encadena;
punta de chapitel encandecida.

En el sol vesperal, jardín de rosa;
vergel de minerales, en la altura;
y en los flancos, ramajes de granito.

La lid de los volcanes pavorosa,
¡oh piedra milenaria!, en ti perdura.
Sobre puntal y eslora, vela y mito.

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