Domingo Rivero

Textos escogidos

LA SILLA

Silla de junto al lecho que la figura adquieres
de mis cansados hombros al sostener mi traje:
sostén de mi fatiga paréceme que eres;
tú me hablas en silencio; yo entiendo tu lenguaje.
La lámpara agoniza y tu piedad escucha
entre la ropa aún tibia el palpitar del pecho.
Yo pienso que mañana ha de volver la lucha
cuando de ti recoja mi traje junto al lecho.

Y en la callada noche, humilde silla amiga,
mientras de ti pendiente parece mi fatiga,
siento crecer la fuerte virtud de la Paciencia
mirando de la lámpara bajo la triste luz,
tu sombra que se alarga, y evoca mi existencia,
y alcanza los serenos contornos de la Cruz.

 

A TOMÁS MORALES
(CON MOTIVO DE SUS VERSOS DEL DIARIO DEL CORTIJO)

Apolo te conserve la fuerza y el reposo,
nieto de labradores, que en tus estrofas juntas
el pulso del yuguero y el ritmo poderoso
con que en el campo avanzan las sosegadas yuntas.

Por ti surgiendo van en amplios medallones
los viejos campesinos de continente austero
y trajes que dejaban latir los corazones
tejidos toscamente en el telar casero.

Allá, entre sus montañas, cumplieron su destino;
profunda fue su huella y corto su camino…
Tu pluma los evoca junto a la fuente clara

con que regar solían en lo alto de la sierra,
y, atávica, tu mano, en vez de escribir, ara…
trazando sus figuras sobre la misma tierra.

EL MUELLE VIEJO

A Fernando Clavijo

Cuando el sol de la tarde sus rayos amortigua
y el muelle en sombra dejan sus pálidos reflejos,
por las aceras toscas de la explanada antigua,
siguiendo su costumbre, van llegando los viejos.

Desde ese muelle —anhelo de tres generaciones—
en otro tiempo vieron sobre la azul llanura
cruzar las velas blancas de las embarcaciones
como presagio humilde de la ciudad futura.

Y hoy desde el viejo muelle, silencioso y desierto,
miran con turbios ojos salir del nuevo puerto
para Marsella o Londres, Hamburgo o Liverpool,

en vez de los pequeños veleros de otros días,
vapores poderosos que exportan mercancías
y manchan de humo negro el horizonte azul.

VIVIENDO

Mi oficina da al mar. Desde la silla
donde hace treinta años que trabajo,
las olas siento en la cercana orilla
de las ventanas resonar debajo.

Y mientras se deshacen en espuma,
en la playa al batir, constantemente,
yo en mi triste labor muevo la pluma
y crecen las arrugas en mi frente.

A veces sobre el mar pasa una nave
que se pierde a lo lejos como un ave
que empuja el viento del Destino esquivo…

Son emigrantes. ¿Volverán? ¡Quién sabe!
Cuando su lucha por la vida acabe
yo trabajando seguiré si vivo.

1916-1924

A TOMÁS MORALES POR SU «ODA AL ATLÁNTICO»

Naciste aquí. Del mar que nos rodea
tu alma tiene el aliento soberano,
y acaso el nombre de poeta sea
más grato para ti, junto al de hermano.

Que ese mar anchuroso a cuyo brío
filial ofrenda consagró tu estro
y a quien llamaste con amor: «mar Mío»,
es el padre común, es el mar nuestro.

Y en la hora más noble de tu suerte,
tú nuestra suerte con la tuya igualas,
haciendo que el espíritu despierte

del sueño enervador que era su muerte,
hoy que hacia nuestro mar, que te hizo fuerte
tus versos otra vez tienden las alas.

1920

A MIS VERSOS

Versos de polvo cubiertos,
que hoy miráis enflaquecida,
con turbios ojos de muertos,
la mano con que os di vida.

Soy el que a muerte os condena;
tanto no os quise jamás:
tenéis muy honda mi pena
para verla los demás.

No fue para vuestras frentes
el fulgor de la hermosura,
pálidos versos dolientes,
dulces como mi amargura.

Por siempre nuestra memoria
morirá en un mismo ocaso.
A quien no soñó en la gloria
no le entristece el fracaso.

En la tierra incompasiva,
pobres hijos del dolor,
viviréis lo que yo viva:
no pidáis vida mayor.

¿Buscar en vano, volando,
un refugio contra el frío
en pechos ajenos, cuando
deje de latir el mío?

No será. Unió nuestra suerte
del dolor la excelsitud:
tendremos la misma muerte
y ¡ojalá! el mismo ataúd.

26 marzo 1920

EL HUMILDE SENDERO

Nunca aspiré a la gloria, ni me atrajo
de la fama el estruendo,
ni soñé que mi nombre
pueda en su libro recoger el tiempo.
De esa ambición mi corazón no sabe…

Pero cuando contemplo,
por la noche, del campo en el retiro,
el humilde sendero
que hollaron pobres pies que ya descansan,
borrado en parte, que blanquea a trechos,
a la luz de la luna, y que condujo
a un apartado hogar, ahora desierto,

mi terrena raíz se reverdece
y acaso a veces pienso
con humana emoción: así quisiera
que en la tierra quedara mi recuerdo.

6 abril 1920

A MI VIEJO BARBERO JOSÉ DÍAZ HENRÍQUEZ

Cuando en el boscaje de mis crespas canas
ves una hebra oscura, buen viejo, te alegras,
pensando que antaño sus blancas hermanas
—¡mentira parece!— también fueron negras.

A manos más ágiles, la tuya prefiero
que en días felices me afeitaba el bozo;
y a charla moderna, tu hablar de barbero
antiguo que evoca mis tiempos de mozo.

Mi vida conocen tus viejas tijeras
que entre mis cabellos —¡hace tantos años!—
cuando aún eran negros, cortaban quimeras,
y hoy entre mis canas cortan desengaños.

1920

PIEDRA CANARIA

Oscura piedra; fibra duradera
de robustas entrañas.
Piedra que tienes la tristeza austera
de las patrias montañas.

Yo hallé, para sufrir, tu fortaleza,
que en mi propio dolor busqué mi abrigo,
y oscura del color de tu tristeza,
sólo mi sombra caminó conmigo.

Tú guarneces mi casa, que velar,
apurando mi pena silenciosa,
me siente de la noche en el misterio.

Como hoy en las paredes de mi hogar,
tú mi tristeza guardarás piadosa
en el nicho del viejo cementerio.

Octubre 1921

MIS PIES

Pies que alzabais ayer —cuando yo era
ferviente soñador— polvo que ardía,
de mi sol juvenil bajo la hoguera,
como una nube al despuntar el día,

y tal vez misteriosa cabellera
en la senda a lo lejos parecía…
¡Aquel amanecer de la quimera
es noche triste en mi vejez sombría!

Y hoy, pobres pies cansados, que a mi puerta
la muerte ya con impaciencia llama,
y camináis hacia la tumba abierta;

de la senda de ayer, ahora desierta,
polvo arrastráis con que mullir la cama
en que no se despierta.

8 septiembre 1924

UNAMUNO

Fuerteventura —el yermo castellano
rodeado de mar— le vio en su orilla,
errante enamorado de Castilla
que ya no tiene grande ni un tirano.

El trágico poeta, hacia el lejano
solar glorioso que el Destino humilla,
lanza, envuelta en sarcasmo, la semilla
ideal desde el páramo africano.

Y en la Isla triste que la sed devora,
caminando en la sombra hacia la aurora,
adusto como Dante en el destierro,

oye a las olas presagiar su hora,
en los ojos la llama redentora
y en las entrañas de Vizcaya el hierro.

1924

YO, A MI CUERPO

¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?
¿por qué con humildad no he de quererte,
si en ti fui niño y joven y en ti arribo
viejo a las tristes playas de la muerte?

Tu pecho ha sollozado compasivo
por mí en los rudos golpes de mi suerte;
ha jadeado con mi sed y altivo
con mi ambición latió cuando era fuerte.

Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
extenuada de angustia y de miseria.
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo sé que en tus hombros hice mía
mi cruz, mi parte en el dolor humano.

[DE LA ERMITA PERDIDA…]

De la ermita perdida
en la falda del monte solitario,
imagen de mi vida
entre ruinas se eleva el campanario.
Mi vida fracasó: desvanecidos
contemplé mis anhelos; y mis hombros
siento que ya vacilan doloridos
de sostener escombros.

Pero en mi pecho se conserva sana,
como en mi fuerte juventud lejana,
la recóndita fibra
donde, cual entre ruinas la campana,
el ideal aún vibra.

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