DEL LIBRO PRIMEROS POEMAS
1
Yo no me pertenezco. Soy sólo del camino.
De ese largo camino que invita a no volver.
De los anchos desiertos y las blancas estepas
donde olvida el espíritu la realidad de ser.
Amo el mar indomable, su belleza rebelde,
verde extensión de agua que de mi alma se adueña.
Y amo un claro lucero, lejano, palpitante,
que altivamente solo, en el espacio sueña.
Amo lo que es arcano, lo que quizá no existe.
La distancia me llena de una vaga ansiedad.
Me atrae lo indefinible, lo que se llama: lejos,
como atrae a las naves la azul inmensidad.
6
Cómo dirán que fui.
Era a la vez ingenua y voluptuosa.
Prefirió siempre al brillo del diamante
la sencilla fragancia de la rosa
y el temblor de la estrella más distante.
Ardiente y triste, el corazón tenía
hecho de luna y brisa. En su mirada
se reflejaba la melancolía
de sentirse del mundo desterrada.
Así vivió. Sonriente y pensativa.
Amaba la belleza y por amarla
en un velo de luz quedó cautiva.
Sus versos fue labrando hora tras hora,
y cruzó por la vida sin mirarla
con su alma azul de eterna soñadora.
DEL LIBRO MANANTIAL DE SILENCIO
Cuando me diste aquel beso,
quedó la tarde asustada
y el aire paró su vuelo.
Cuando me diste aquel beso,
bañó un rocío azulado
los verdes juncos despiertos.
Cuando me diste aquel beso…
¡Ay, amante, qué alborada
me nació dentro del pecho!
Se puso verde la luna
y el agua quedó sin una
ligera palpitación
Sufrió un desmayo la rosa
y brilló la mariposa
blanca de la anunciación.
¡Qué dulce milagro amante!
Quedó la tierra fragante
como una ingenua canción.
Y yo sentí que tu beso
me ponía todo el peso
del cielo en el corazón.
DEL LIBRO CRISTAL
HE VENIDO
He venido hasta ti a través de los siglos,
con la sombra del lirio y la luz de la espiga.
He venido hasta ti desnuda del pasado,
desnuda de mi nombre y ausente de mí misma.
Verde como las uvas, eterna como el agua,
te traje entre los labios un murmullo de viento.
He venido hasta ti desde todos los mundos
para darte las rosas amarillas del sueño.
Errante como el aire que se quiebra en la hojas
de los árboles altos, en los jardines viejos,
me acerqué descubierta de risas y jazmines
hasta tocar la arena sedienta de tu cuerpo.
He venido hasta ti para que el cielo fuera
cómo tú lo forjaste y para que tus brazos
recogiesen las lluvias de todos los abriles
y una luna de estío cantase entre tus manos
He venido hasta ti sin conocer el alba,
para llenar de estrellas tu boca adormecida,
para darte lo blanco de todos los misterios
y el rojo hecho alborada de todas las heridas.
YO SOY LA MUJER DULCE
Yo soy la mujer dulce, la eterna peregrina
que ignorando sus tierras a tus tierras llegó.
Yo soy aquella sombra de pájaro o de estrella
que en las tardes tranquilas delirante te amó.
Mi carne la doraron los soles más antiguos,
era la edad primera de los vientos y el mar,
cuando surgí desnuda de la rosa salvaje
y atravesé descalza blancos mundos de azahar.
Soy la estatua que ignora qué escultor la ha labrado,
qué mano puso vida en su arcilla doliente,
qué labios sonrieron como sonríe el alba
cuando besó los aires con su boca reciente.
Busco mi propia luna, mi otoño desvaído
y en las tardes azules mis lentas primaveras.
Busco mi propio nombre circundado de ríos,
busco en mi propia sangre mi raza verdadera.
Duermo viva, ignorada bajo un manto de sombras.
Pienso en aquellas sendas que hoy pude recorrer;
¿qué cielos abrirían su luz en mis cabellos,
qué lejanas ciudades me pudieron tener?
Ah, tú que me has amado, tú que me tienes toda,
tú que forjaste el sueño del color de mis ojos,
tú, poeta y amante, dime ¿qué loco río
descubres en mi carne en los ocasos rojos?
Desvélame, desvélame. Haz que surja la esfinge,
quiero darme del todo a tu amor infinito,
llámame por mi nombre, por el que no conozco,
por el que en las arenas del mundo se ha perdido.
Entonces seré tuya, carne y alma tangibles.
No puedes poseerme si tan sólo soy sueño.
Llámame por mi nombre y entonces podré darte
en mí misma el azul de los mares y el cielo.
DEL LIBRO LOS CAMINOS PERDIDOS
Pequeña rama soy junto a la orilla.
Adormecidos sangre y pensamiento,
como el día que acaba en los cristales,
como acaba la noche del amor
sobre los tibios lechos.
Quizás en otro tiempo ya remoto
fui una brizna de hierba en el camino,
un irisado insecto de los bosques,
una piedra azulada bajo el agua,
un pájaro sin nido.
Nunca quise ser más que esa belleza
que apenas se ha mirado se ha perdido.
Belleza de un minuto desprendida
del girasol gigante que da vueltas
a través de los siglos.
Porque nada es más cierto en nuestras almas
que ese instante que pasa si te deja
en su fugacidad de estrella viva
un latido inmortal del universo,
un sorbo de belleza.
Si te deja en los labios entreabiertos
un sabor de manzanas prohibidas,
doradas por el fuego de una tarde
que sabemos es única y por siempre
en nuestro cuerpo habita.
O el perfume absorbido en esa noche
donde una luna roja nos envuelve
y brilla ante los ojos sorprendidos
con un color de estrella ensangrentada
y en el alba se pierde.
Algo breve, ligero como el aire,
que diese la alegría de un minuto
al hombre que no vuelve a nuestro lado,
a la mujer de pálida sonrisa
y corazón desnudo.
Nunca quise ser más que esa belleza
de garza o de paloma fugitiva
que borrase la niebla de la angustia
y luego se perdiera entre las ramas
pobladas de la vida.
Nada más que esa luz. Sólo un reflejo
de fogata en la noche descubierta.
Sólo un aroma de jazmín oculto
en una madrugada silenciosa
frente a una puerta abierta.
Poca fuerza encerrábase en mi cuerpo,
arquitectura diminuta y leve.
Pero la vida en dura y duramente
te requiere a ser más, aunque la sangre
a ser más se rebele.
Y tuve que crecer sobre mis sueños
para aguantar el peso de la vida,
de la lucha diaria bajo el cielo,
del amor apremiante; de los hijos
la prolongada herida.
Estos hijos que cada primavera
nacían de mi vientre palpitante
como los trigos nacen de la tierra.
Tuve que ser la tierra dolorida,
la raíz vigilante.
Yo que sólo quería ser la llama
del árbol florecido en verde espera
o la sombra azulada del manzano.
La tierra es maternal y sufridora,
yo no lo era apenas.
Era ligera y suave. Absorbida
por hondos sueños que no acaban nunca.
Hoy sólo siento este cansancio oscuro
de verme aprisionada por raíces
alargadas y duras.
Por eso en esta tarde cristalina
anhelo hundirme en su verdor profundo
para poder sentir, soñar de nuevo
que soy mi antiguo ser resucitado
sobre el sencillo mundo.
Soñar que soy apenas una brizna
de perfumada hierba junto al río,
o ese irisado insecto de los bosques,
o una piedra azulada bajo el agua,
o un pájaro furtivo.
Breve destino de pequeña cosa.
Apenas un temblor de luz inquieta
que ilumine las frentes pensativas,
los ojos despoblados de esperanzas,
las manos ya serenas.
Después…La vida sigue y en pie quedo
fingiendo ser el árbol recio y firme
hasta que un día azul me llame el viento
y pueda, liberada como un ave,
con mis ensueños irme.
DEL LIBRO LAS MORADAS TERRESTRES
VUESTRAS MORADAS
He venido a cantaros, uno a uno.
A entregaros el río de mi aliento,
la amapola fugaz de mi alegría
y el desprendido aroma de mis versos.
He venido a cantaros, a deciros
con claridad de madrugada nueva
que el sol abre en los surcos de la vida
una inmensa y rotunda primavera.
Os aguardo a la entrada del molino
donde la harina cálida se ofrece
a vuestras manos que la quieren pura,
a vuestros labios que la sueñan nieve.
En el centro del bosque hoy os espero,
corazón verde, fruto ya inflamado,
nido de estrellas, copa de frescura,
lleno de quietas ramas y de cantos.
Al fondo bajo de la oscura mina.
Allí el silencio mora, allí lo palpo
como un carbón ardiente, duro y negro,
oscura boca, descarnada mano.
Y al mar después me voy, donde la barca
del pescador aguarda la promesa
de ver sus redes llenas con la viva
y saltarina luz de sus cosechas.
Al taller entero y el jardín recorro.
Subo a las casas, cruzo los sembrados
En todo encuentro la semilla nueva,
el fruto claro del amor logrado.
Hermanos, si hoy me acerco a visitaros,
los ojos firmes, la sonrisa abierta,
como el que abre la mano a la esperanza,
vuestras moradas ábranme sus puertas.
LA PUERTA ABIERTA
Es para todos. Para cada uno.
Nació como una espiga de oro vivo,
como una llama azul ardió en mi pecho
y transformóse en libro.
Verso a verso fui haciendo vuestra casa.
Un edificio de cristal y luna,
una clara colmena que albergase
la fuerza y la ternura.
Entrad en ella, hermanos. Allí aguardan
sus bosques luminosos y fragantes
vuestros cansados cuerpos, y en sus fuentes
la sed podrá apagarse.
El polvo y el sudor serán borrados,
la fatiga olvidada y la tristeza
alejará sus manos de vosotros
y hallaréis la belleza.
Venid de los molinos, de las minas,
de las fábricas grises, de los campos.
Venid con vuestros sueños y amarguras.
Aquí termina el llanto.
Vuestro imperio comienza. Todos somos
servidores de todos y hoy debemos
repartir como panes la semilla
de días venideros.
Yo he querido poner en vuestras manos
una paloma blanca – pluma y nieve-
y una rama de olivo – paz y altura-
que del aire nos viene.
Un libro fresco como el agua pura
que vive en las montañas escondida.
Un libro que encerrase entre sus hojas
ramales de alegría.
Una morada de esperanza y gozo,
de rama verde y liberado fuego.
Para todos y para cada uno
mi corazón entrego.
DEL LIBRO LAS OSCURAS VIOLETAS
PRIMER SUEÑO
Si pudiera volver al primer sueño,
a la primera espuma, al primer hálito,
redescubrir la luz con ojos nuevos,
acariciar la flor con nuevas manos.
La hierba primitiva, siglos verdes,
espacios verdes por mi piel rodando.
Los pájaros de entonces, los de siempre,
con sus alas de luz en lo más alto.
Sentir la sangre golpear de nuevo
en el pequeño pulso acelerado,
y hablar con un lenguaje puro y fresco.
Y reinventar palabras, risas, cantos…
Si pudiera volver al primer sueño,
tú serías de nuevo el primer llanto.
PUDISTE SER
Pudiste ser el río de mi vida,
el torrente azulado de mis sueños.
Pudiste ser el alba estremecida
en la cálida noche de mi lecho.
Pudiste ser la luz que no se apaga
en la playa infinita de mi cuerpo.
Sólo estuviste tú, y no te tuve,
Sólo estuviste tú. Lejano, incierto.
Te tuvieron las páginas de un libro,
y los negros renglones de un cuaderno.
Las líneas de un diario envejecido,
y el mar de la niñez en tus recuerdos.
Pude ser para ti la miel más dulce,
el aroma más puro, Rosa y heno.
El frescor de la fruta entre tus labios.
El pan tibio y dorado entre tus dedos.
Pude ser para ti luna de estío.
La música del sol y del desierto.
El susurro del bosque, ebrio de pájaros
y la oscura violeta del invierno.
Yo quise darte el oro de la vida,
la lucha esperanzada. Tierra y cielo.
Pero a tu lado permanecí sola,
enamorada sobre tu cuerpo.
Tú no supiste ver la transparencia,
ni el verde, ni el azul, sólo lo negro.
Sólo las vestiduras de la muerte
en el amargo trago del desvelo.
Si me pierdes, amor, yo no lo quise.
Tú buscaste el dolor. El rojo. El negro.
El rojo de la sangre, su alarido.
El negro penetrando los infiernos.
Si me pierdes, amor, yo no lo quise.
Quizás para la flor ya no hubo tiempo.
EL AIRE DE LA VIDA
Ah, qué fácil sería regresar a la vida.
Encontrarse de nuevo al principio de todo…
Sería tan sencillo, tan sencillo como abrir
una ventana al mundo,
como salir al aire de la vida.
Tan simple como eso.
Quitarte un traje oscuro, un abrigo pesado,
unos zapatos viejos…
Y ponerte otra ropa.
Una túnica fresca, unas sandalias de oro
y el pelo al aire, suelto.
Bajar una escalera, atravesar un muro,
un arco, una puerta.
Salir de nuevo al mundo.
Reconocer las cosas por su nombre,
las cosas olvidadas.
Las rosas y los versos, los pájaros del alba,
los aromas nocturnos,
las húmedas violetas de noviembre
y las tempranas lilas que perfuman
las mañanas de marzo.
Reír junto a otra risa,
soñar junto a otros ojos.
Hablar de cosas nuevas y de cosas lejanas.
Brindar en nuevas copas por un momento nuevo,
recién nacido, intacto.
Y una mañana tibia recibir en los brazos
un gran ramo de hermosas flores rojas.
Tener otra vez tiempo.
Tiempo para la risa, tiempo para el amor,
tiempo para los sueños.
Sería tan sencillo salir de nuevo al mundo,
al aire de la vida…
Pero no pudo ser. Cerré las puertas.
DEL LIBRO LAS PLAYAS VACÍAS
PARA QUIÉN
¿Para quién la belleza
si nadie puede verla?
¿Para quién la sonrisa,
cuando a nadie le importa
que estés alegre o triste,
pensativo o feliz?
Cuando pisas las playas
vacías de la vida,
y la arena no es cálida,
y el mar es duro y gris.
¿Para quién la belleza
si la rosa está sola
en medio del desierto?
¿Para quién la sonrisa,
la mirada, la voz?
Si no hay ojos ni manos
que puedan recibirte,
¿para quién la caricia,
la dulzura sin fin?
Esta noche se han ido
del cielo las estrellas
y un árbol agoniza
en el viejo jardín.
LAS PLAYAS VACÍAS
¿Por qué vienes ahora,
cuando ya estaba el alma adormecida
con su dolor a solas?
Yo no te había llamado,
pensamiento.
Hace tiempo vagabas libremente
por ese limbo azul,
donde los sueños,
cansados de ser sueños,
también duermen.
Yo no te había llamado.
Casi estaba feliz por no tenerte,
sombra de amor, o pena,
o rebeldía,
llamando con tus dedos transparentes,
empujando la hierba perezosa
de ese mundo invisible de la mente.
Feliz por no tener más pensamiento
que no pensar en nada,
que no llorar por nada,
que no sentir ya nada.
Ni el calor de la llama,
ni el dolor de la espina,
ni el penetrante aroma
de las rosas de mayo.
Ni la sensual locura
de las flores nocturnas.
Estaba el corazón tan fatigado
de tanto galopar por las llanuras
donde nadie te oye.
Por las playas vacías,
del sueño y del deseo…
De tanto tener sed
y no apagarla.
Ya no hay fuentes, ni ríos,
ni lagos de transparente luz.
Ay, ya no hay cielos.
¿Han muerto de repente las estrellas?
Quizá en otro tiempo
reciba tu visita
con la mirada clara,
como me gusta hacerlo.
Cuando pueda encontrar
las palabras exactas
que reflejaban tu rostro,
el rostro que yo amo.
Pensamiento importuno…
Hoy no te quiero,
mi pequeño fantasma,
hoy te aparto con pena
de mi lado.
Pero vuelve otro día,
quizá -todo es posible-
encuentres al final
del silencio y las sombras
las estancias de nuevo florecidas.
DEL LIBRO LUCIÉRNAGAS
1
SÓLO la piel
caricia compartida.
Tantas veces tus besos
en mi cara,
ahora sólo huella
desvaída.
7
CUANDO la luz se apague
y el horizonte sea
sólo una raya oscura
ante tus ojos,
aún sentirás la rosa palpitante
en tus manos desiertas.
12
PARA qué, para quién…?
Cantar en vano
sería mi cantar enamorado.
El amor está lejos,
mas la huella
quedó de su ternura
y su presencia.
15
AHORA la noche acaba
y acaba el sortilegio.
Bailando en la distancia,
diminutas y leves,
se quedan palpitantes
luciérnagas
de luz en el recuerdo.
DEL LIBRO LAS DULCES VIEJAS COSAS
LA FALDA
Esa falda de tela desvaída,
tantas veces lavada, usada, poseída,
se ciñe a mi cintura
tan impalpablemente,
que casi ni la siento resbalar
suavemente, rozando mis caderas.
Y esa blusa gastada
de la que tú te ríes
cuando me la ves puesta,
ofrece su caricia más íntima
a mis senos, ahora no tan altivos,
como ella, no tan nuevos.
Ay, las cosas gastadas
por el tiempo y la vida,
se han hecho tan amigas
de mi cuerpo,
que cuando estoy cansada
nada me reconforta
como su suave tacto,
tan cálido y sereno.
El gran armario guarda
las ropas más preciadas.
Oscuros terciopelos,
suaves sedas de Italia.
Los hermosos vestidos.
conque te gusta verme.
Pero ahora estamos solos
en la dulce penumbra
de la tarde que cae.
Perdóname que elija
entre el placer de verme
hermosa ante tus ojos,
esta humilde alegría
de verme como soy.
LA MECEDORA
Duermes en un rincón,
ya abandonada,
oh vieja mecedora
de mis sueños.
Duermes rota, tan rota,
tan vacía de presencias amadas.
Tu respaldar atado
con trozos de cordel,
casi coqueta,
tan tierna y femenina.
Un día tú también,
curiosa y bella,
con tu mimbre brillante,
con tus formas pulidas,
dabas gracia al salón.
Presencia acogedora
a aquel que te escogía
para leer un libro,
charlar con los amigos,
o mecerse en tu vientre
acompañado
por el mágico embrujo
de alguna melodía.
Ahora, abandonada
suspiras en la sombra
y esperas que unas manos
compasivas
vengan a liberarte,
y otra vez te devuelvan
tu belleza perdida.
Y ser de nuevo
como ayer lo fuiste,
asiento para el niño
y la sonrisa,
asiento para el sueño
y la esperanza.
Acogedora flor para la amiga
que regresa de lejos
y nos llena la casa
de alegría.
Y sobre todo ser
como eras antes,
mecedora de lágrimas
y risas.
DEL LIBRO DEJAD CRECER LA HIERBA
1
El tiempo se detuvo y de repente
quise hablar con vosotros,
niños del mundo.
De este mundo en peligro de ser aniquilado.
De esta gran rosa azul
amenazada.
2
Quise hablar con vosotros,
como habla la hierba con el viento,
como habla la lluvia
con la tierra.
3
Quise deciros tantas,
tantas cosas…
Claras, precisas,
como sois vosotros,
espigas verdes creciendo bajo el sol.
4
Espigas nuevas
apuntando a las nubes,
rientes amapolas
despeinadas
por las ligeras aguas de verano.
6
Dejad que crezca el árbol,
que siga siendo
la casa de las aves,
susurrante verdor
de los caminos.
7
Dejad crecer la hierba,
que los campos no dejen
de ser mares de espigas,
alfombras de olivos verde – gris,
tapices de rosados almendros.
8
Dejad creced la hierba…!
Que el agua saltarina de los ríos
vuelva a ser lecho puro
donde vivan los peces,
líquida agua marina
entre los labios.
9
Dejad creced la hierba…!
En este mundo nuestro,
planeta azul y verde,
pudiera de repente apagarse la vida.
11
La tierra es nuestro hogar,
y es para todos.
Los pueblos son estancias
de un único edificio
que debéis preservar de la ruina.
15
Extended vuestras manos,
que no halla ningún muro
que entorpezca los pasos.
Alargad bien los brazos,
porque en la otra ribera
hay también otros niños
que cantan y que ríen
y que lo mismo juegan.
16
Y más allá otro niño,
tiene solo una rama,
o unos cuantos guijarros,
pero son tán bonitos…!
Y un globo, si lo sueltas,
puede volar tán alto…!
17
Pero también hay niños
que no ríen ni saltan,
que por todo juguete
le ponen en las manos,
en sus pequeñas manos,
un fusil negro y frío.
18
Ya no hay cometas rojas.
Ya no hay balones blancos.
Ni siquiera una rama,
ni pequeños guijarros.
19
Sólo pequeñas balas,
sólo pequeños llantos,
y unos ojos, aún nuevos,
donde habita la muerte.
20
Ahora que sois jóvenes,
que el corazón se ensancha
con versos y canciones,
aprended el lenguaje de la paz.
El ritmo del amor
y la ternura.
21
La ternura es hermosa
en el hombre,
no sólo en la mujer,
así como el valor es oficio también
de las mujeres.
Con ternura y valor
vais a salvar al mundo.
22
Con ternura y valor
vais a salvar la vida.
Pues que si Dios existe,
Dios está con vosotros,
niños del mundo.
DEL LIBRO LA ROSA Y EL RESPLANDOR
ADAGIO
Porque tú estabas lleno
de esencias y caminos,
de caminos y fuentes,
de fuentes y de estrellas
un día pude amarte.
Con mi voz de cascada,
con mi cuerpo desnudo,
en el silencio rojo
de un sol de mediodía,
cuando aún no existían
el alba y la pureza,
un día pude amarte.
Porque ahora reclinas
junto a mí tu cabeza
y tu frente cansada
me roza los cabellos
porque en ti me reencuentro.
Después de tantos años,
después de tanta vida,
muchas fueron las rosas,
quizás más las espinas.
Pero el perfume intacto
de aquella primavera
que envolvió nuestros cuerpos,
perdura en esta noche
de silencio y de espera.
Por tus ojos sombríos
que los míos reflejan,
por tus manos perdidas
en las mías ahora.
Cuando el otoño avanza
y su oro nos penetra
y nos deja en los labios
el antiguo sabor
de las moras salvajes.
Cuando el alba ilumina
suavemente la carne
como un rocío blanco,
dulce, de luna nueva.
Por tanta luz y vida compartidos,
amor, aún puedo amarte.
DEL LIBRO CANTOS PERSONALES
CANTO A PABLO NERUDA
No recuerdo el momento en que fue, pero un día
atravesando espacios y cruzando fronteras,
llegó hasta mí tu libro, y con tu claro acento
los aires y las lluvias que bañaban tus tierras.
Burlando vigilancias, desbaratando muros,
llegó tu canto libre hasta mi España esclava,
hasta mi patria herida, donde la espiga rota
no sonríe a los cielos cuando se acerca el alba.
Pablo, tú no lo sabes, la distancia no deja
que mi voz, tan lejana, pueda llegar a ti.
Tú no sabes qué río luminoso y gigante
saltó de entre las sombras cuando tu libro abrí.
Desde entonces yo miro tu nombre en cada estrella,
en las hojas altivas del laurel victorioso.
Miro tu nombre, Pablo, y el nombre de tu patria,
y el nombre de la mía que ya no reconozco.
A ti, hermano de Chile, yo te recuerdo. Escucha.
Mi sangre se levanta para llamarte, amigo,
y no es sólo mi sangre, es la sangre de España,
que forzada al silencio, calló, mas no ha dormido,
Ella sufre y aguarda. No vencerá el tirano
que vendió nuestros cantos y nuestra primavera,
que comerció con todo lo que alcanzó su mano,
y privó de alegría nuestras viejas banderas.
Hoy te saludo, hermano, maestro y camarada.
Volverás a pisar el verde de mis campos,
volverás a traernos en tu voz infinita
el mensaje de aquellos que cayeron luchando.
Humildemente vengo a entregarte en la rubia
espiga de mi verso el llanto de mi patria.
Acógela en tus brazos, ella viene de lejos,
y es pequeña y sencilla como una gota de agua,
Pero es de aquella tierra que amaste y defendiste,
de aquella tierra altiva hoy bajo el sol callada.
Es nuestra España, Pablo, que sigue en pie esperando
que amanezca en sus campos la luz de tu palabra.
CANTO A LUISA MICHEL
En esta hora de lucha viene a mí tu recuerdo,
Luisa Michel, tu imagen menuda y solitaria.
Tu figura de niña, tu mirada profunda,
tu frente pensativa donde crecía el alba.
Eras pura y sencilla. Tenían en las manos
la paz tierna y agreste de tu pequeña aldea,
tenías en la boca, como un fruto dorado,
la sonrisa caliente y la palabra fresca.
Tu existencia era humilde, serena como el cielo
que cubría los campos de tu tierra francesa.
Enseñar a los niños, amar piedras y flores,
ser panal de alegría, jubilosa colmena.
Pero ya entreveías para ti otro destino.
Un camino más duro, pero inmenso y glorioso.
Conducir a los hombres como antaño a los niños
y llevar todo el peso de la luz en tus hombros.
Y un día te marchaste, con tu vestido negro,
con tu gesto sencillo y tu voz de amapola.
París iba a acogerte, a envolverte en su niebla,
a sentir en tu seno tu llama abrasadora.
Apóstol de una idea te entregaste a la lucha.
Conociste los muros de las frías prisiones,
supiste del destierro, del hambre y la injusticia.
En ti se hizo uno solo el dolor de los hombres.
Tú, que eras la más dulce de todas las criaturas.
Tú, que te asemejabas a los olivos verdes,
a los arroyos frescos, a los cerezos rojos
y a las viñas azules el color de tus sienes.
Fuiste el más alto ejemplo de fuerza apasionada,
de fuego combativo, de humana dignidad.
Tú, la pequeña hermana de pájaros y lirios,
entregaste tu vida para la humanidad.
El mundo era en tus brazos una blanca promesa,
tibia como la piel de los niños que amabas.
Para que ellos crecieran junto con las espigas
y el aire entrase puro por sus anchas ventanas.
Fuiste un soldado más en la trinchera oscura,
tus frágiles tobillos se hundieron en el fango,
expusiste tu cuerpo a los negros fusiles,
te alzaste combativa sobre el polvo y el barro.
Perdonabas el odio de tus perseguidores.
Ignoran lo que hacen —murmurabas serena.
Y del torpe enemigo que buscaba tu muerte,
ante asombrados jueces, tomabas la defensa.
Maestra pura y dulce, cuánta fuerza sacaste
de tu delgado cuerpo, de tu leve estructura.
Cuánto amor entregaste a humildes y vencidos.
Cuánta piedad vertiste sobre la tierra oscura.
La semilla que diste creció como un gran árbol.
Lo que entonces fue siempre hoy es fruto encendido.
El mundo que soñabas ya no es sólo promesa,
es realidad viviente sobre el agua y el trigo.
Hoy estás con nosotros en esta hora de lucha.
Recordamos tu nombre desde todas las patrias,
y tu nombre se enciende como una estrella roja
que ilumina los ríos y las tierras de Francia.
PALABRAS PARA UN AÑO NUEVO
Y otro año nació.
Estaba la mañana
desnuda,
transparente,
como un retazo de primavera en flor,
redonda,
pura,
como un capullo apenas entreabierto.
El primer día de Enero despertaba
a la luz de la vida.
Todo era claridad. El aire frío,
el cielo y la fragancia
tan puros del invierno.
Un año más que empieza.
Está recién nacido
y viene a nuestro encuentro
con la sonrisa apenas
brillándole en los labios.
Y los ojos abiertos,
redondos de los niños.
Quiere que le vistamos
y que le alimentemos,
y quiere, sobre todo,
un amor infinito,
un amor sin fronteras,
sin dividir colores.
Sabéis,
es sólo un niño.
Un niño como todos.
Insolente y sencillo.
Luminoso, atrevido.
Un pequeño torrente
de luz nueva.
De nuevas esperanzas.
Es claro y exigente.
Como todos los niños.
Pero pensad, hermanos,
pensad.
Esa criatura que viene a nuestro encuentro
necesita un vestido
de templada dulzura.
Cálido, transparente,
como sus ojos nuevos.
¿Rosado como el alba?
¿Azul como los ríos?
¿Dorado como el sol que viene a despertarlo?
En todo caso,
tibio,
ligero,
luminoso.
Un vestido de vida.
No el áspero, el oscuro
ropaje de la muerte.
Y su pequeña boca ávidamente pide
el sabor de la leche
tibia y dulce.
De la luz de la miel.
Un sabor fresco
de almendras blancas
y de fresas silvestres.
Es un niño esperando anhelante,
exigiendo a la vida,
exigiendo a los hombres
un pequeño regalo de amor y de ternura
a cambio del regalo
inmenso que él nos trae.
Hay que empezar de nuevo.
Pese al dolor sufrido.
Pese a tantos problemas,
hay que empezar
de nuevo.
Recomenzarlo todo,
de raíz
y hacia el cielo.
Para poderle dar a este pequeño año,
año recién nacido,
un mundo más humano.
Una esperanza cierta
de amor entre los hombres.
El año que se ha ido
pasó por nuestro lado,
nos dio penas
y risas.
¿Qué le dimos a cambio?
Guerras,
dolor y muerte.
Si todos nos uniéramos,
si todos aportáramos
un pequeño granito
de amor a este año nuevo,
habría,
os lo aseguro,
menos soldados muertos,
menos niños sin risas,
menos manos
sin flores,
menos bocas sin pan,
menos ojos sombríos.
Hermanos de todos los países,
camaradas del mundo.
Unamos nuestras voces,
juntemos nuestras manos
para formar un muro
contra toda injusticia,
contra toda amenaza,
contra toda
crueldad.
No, a las guerras inútiles,
No,
al poder de las sombras.
No, al fanatismo ciego.
No, al racismo
que envilece y destruye.
No, a la eterna explotación
del hombre
por el hombre.
Y que el año que llega
encuentre,
al fin,
abiertas las fronteras,
abiertas las ventanas,
abiertos
los caminos
del corazón del hombre.
Y que un canto se eleve
de todos los confines
para decirle:
Ahora,
bienvenido tú seas,
año recién nacido,
a este
tu hogar:
La Tierra.
DEL LIBRO LA MEMORIA ENCENDIDA
EL EXTRANJERO
Hombre desconocido que detienes el paso
y te quedas inmóvil delante de mi puerta,
no prosigas, viajero, por el largo camino
árido y polvoriento, sin una rosa. Entra.
Te entregaré los frutos más dulces de mi huerto
y entre mis manos tibias te daré el agua fresca
que apague, compasiva, la sed devoradora
que abrasa tu garganta y adormezca tu pena.
Me atraen como el abismo tu frente pensativa;
y la amarga sonrisa que vaga por tus labios,
y la sombra de hastío que envuelve tus palabras
,y ese mirar profundo de tus ojos cansados.
Yo quisiera apurar tu cáliz tenebroso
y hundirme delirante en tu pasión oscura,
lo mismo que un mar turbio donde no hubiera orillas,
lo mismo que una noche sin resplandor de luna.
Formarte con mis brazos perfumadas cadenas
y abrasarte la boca con besos encendidos,
y mirarte después, descansar a mi lado,
rendida tu soberbia, como un león herido.
Mas, si algún día sientes renacer en tu pecho
el ansia incontenible de los blancos caminos,
extranjero que llevas todo el mundo en los ojos,
un mundo de tinieblas silencioso y sombrío,
cruza el umbral de nuevo, que mi puerta está abierta,
y mis manos, viajero, no detendrá tu marcha.
Yo viviré esperando, por si acaso regresas,
una noche infinita a través de la escarcha.