El primer ejemplar
Estaba fechado el 4 de mayo de 1976, y dos días más tarde me lo llevó a Londres Julián Martínez, que era corresponsal de Informaciones en la capital británica. Ese ejemplar debió de hacer un mal viaje, pues llegó roto por las puntas, deshecho, como releído. Pesaba poco, acaso no pesaba nada. ¿Y para esto tanto esfuerzo? Acostumbrados a los periódicos ingleses, fuertes y sólidos, amplios como sábanas, de letras de cuerpo altísimo, diarios consolidados como el país en que se hacían, El País se parecía a un esqueleto de periódico, y acaso también se parecía a España, un esqueleto de país, una nación aún grisácea que se recuperaba a duras penas del franquismo impertinente. Un país que había roto con la memoria y con la creatividad y que se había encerrado en sí mismo como si también hubiera querido quebrantar los mecanismos razonables según los cuales los pueblos progresan. Un país que despertaba de una larguísima guerra civil y de la muerte del dictador que condujo ese extensísimo periodo de miseria intelectual, de intolerancia.
La portada de El País era reflejo de ese país de nubarrones: a tres columnas, una información de Ramón Vilaró sobre la actitud europea hacia España, en virtud de la cual si no había partidos políticos no habría integración en la comunidad de las naciones de nuestro entorno. En dos columnas, disimuladas por una fotografía de José María de Areilza, la información de que el primer ministro de Asuntos Exteriores viajaría a Marruecos. Abajo, un editorial explosivo y orteguiano —«Ante la reforma»— a favor de la libertad plena de los partidos políticos, pidiendo la dimisión del presidente Arias Navarro, reclamando la instauración total de la democracia, explicando que para los españoles del posfranquismo no era satisfactorio aquel régimen de libertad bajo vigilancia. Una última noticia subrayaba aún más la procedencia de este diario español: el día anterior ETA había matado a un guardia civil en Euskadi. El repertorio, en efecto, no podía ser más nuestro. El periódico era una novedad absoluta, el diario más esperado del posfranquismo, un nuevo diseño en el mundo periodístico de entonces. Muchos lo dijeron luego: «Ahora no se entiende mucho cómo gustó tanto el diseño, cuando era un verdadero tocho».