Hubo un tiempo en que una vez había, llegaban de abajo
y hasta la hebra del crepúsculo las voces de los profetas:
Los profetas lo son por hacer desierto -clamaban-,
por cernir polvo sus pies cereales.
Y el alambrista desde su hebra los despreció.
Y por igual, a los augures, esos ciegos sordos ignorantes
que no saben de las entrañas;
allá,
latiendo desde el tercer costado interconstelar.
Abajo, un espejo; y sin embargo, él y solo.