La deriva
Y sin embargo durar en oquedades, revelar el ahogo del latido en el combate, esparcirse y recuperarse en el mismo asedio con que atañe la culpa, apenas intención al borde, dudoso yacimiento donde medra el deterioro.
Y todo desposesión, descarnamiento, legado de brasas y espejos enemigos, vigilancias quietas que cierran y suspenden las certezas, que arrastran hacia otras cisuras más fuego en la médula.
Imposible llegar hasta la impunidad, establecido, pues, en los límites, apenas resta desatajarse y someterse leva a punto cuando, erupción y desierto, la memoria de la muerte asiste.
Y así entregarse luego a la ira y desalmarse queriendo cometer nuevo el tiempo, acometerlo intacto soñándose sin escombros, y acceder entonces al olvido o a la salvación de algún espacio final donde amar o morir resueltamente.
Solo rastros en sus restos de silencio, no es inocente la vida ni el filo de su trama, indicio vulnerable el cuerpo que se devasta con mansedumbre sigilosa, ocurriendo como ocurre un letal mar de jables.