(En otra página cualquiera del Libro surge ahora otra protuberancia que crece hacia abajo, como un tentáculo que ahondara. Al igual que Bruno, solo los ojos se distinguen en su rostro carente de facciones, alisado como un pergamino del que un agua remota se hubiese llevado los signos escritos. Esta nueva protuberancia que responde por Fernando está situada en el extremo opuesto a la otra, es su antípoda en el espacio. Su voz también parece ajena).
Fernando: La oscuridad no es un territorio ambiguo, ni siquiera monstruoso. Cierto que sus resortes no los mueve lo que aceptamos habitualmente como lógica, pero yo he descubierto que también hay otra lógica: la del desorden, y que igualmente existe una organización de las tinieblas. Brauner sabía mucho de esto. Tal vez él haya sido el único que entendió perfectamente las reglas que están en lo oscuro, en lo desconocido Cuando pintó su propio autorretrato en el que aparece vaciado su ojo derecho por una flecha de la que cuelga la letra D. no hacía sino anticipar lo que habría de ser el hecho esencial de su existencia. Pudo quedarse en Rumanía, pero regresó de nuevo al Boulevard de Montparnasse; regresó justo a aquella casa que un día fotografió sabiendo –estoy seguro que lo sabía– que en ella Óscar Domínguez lo mutilaría. El ojo de Brauner se convirtió en una enorme llaga, en un agujero vacío que solo vislumbraba una D: la inicial que pendía en la flecha de su autorretrato, la inicial de quien hizo cierto aquel cuadro salido de la oscuridad y pintado años antes. Brauner sabía que el sueño, las sombras, lo que parece confuso en ellos, acaba por no serlo. También lo sabía Domínguez, como lo muestra su propio final: su propia muerte que él ya había reflejado en el lienzo… Son ejemplos, pruebas claras de lo que afirmo. Yo creo en la oscuridad. No me aterra. Adentrarme en las tinieblas es hallar explicaciones para nuestra condición y para lo que nos rodea. En lo oscuro nos encontramos.
(Alguien recorre las páginas del Libro, las hace pasar sin orden, como si soplara aspas de un molinete de viento, como si pusiese en marcha una ruleta y se quedara escuchando su sonido hasta que, lentamente, cesa la rotación y el molinete o la ruleta se detienen en un punto impreciso. De inmediato aparece Un Eco y resuena).
Un Eco: … La novela rechaza cualquier intento de limitación definitiva en razón a que es un arte intrínsicamente impuro. Para mí, técnicamente, el fin justifica los medios, pero los medios no justifican el fin. Cuando elaboro los materiales de mi obra no soy un hombre arcaico o mágico, sino un hombre de hoy, habitante de un universo comunal, lector de libros, receptor de ideas, individuo con posición social y política. Detrás de cada logro artístico debe haber una experiencia verdadera… Pero he de aclarar que no concibo la literatura a la manera del realismo de las primeras décadas del siglo. No persigo una descripción del ambiente realizada como un modo de transportar un trozo de realidad a la literatura. Con eso solo se consigue la mayor de las irrealidades, ya que se desconocen las causas que determinan esa realidad. Yo busco al hombre proyectado sobre la realidad inmediata, al hombre empeñado en definir su individualidad y armonizarla con el mundo que lo rodea. Mis ficciones quieren revelar, de una u otra manera, el drama del hombre de hoy y, por tanto, mi propio drama. Quizá sea la literatura la única creación que puede dejar profundo testimonio de ese trance angustioso en que se haya el hombre contemporáneo preguntándose, con mayor urgencia que nunca, qué es, hacia dónde va. Mi obra es la expresión de esa compleja crisis o no es nada…