Pequeña rama soy junto a la orilla. Adormecidos sangre y pensamiento, como el día que acaba en los cristales, como acaba la noche del amor
sobre los tibios lechos.
Quizás en otro tiempo ya remoto
fui una brizna de hierba en el camino, un irisado insecto de los bosques,
una piedra azulada bajo el agua,
un pájaro sin nido.
Nunca quise ser más que esa belleza que apenas se ha mirado se ha perdido. Belleza de un minuto desprendida
del girasol gigante que da vueltas
a través de los siglos.
Porque nada es más cierto en nuestras almas que ese instante que pasa si te deja
en su fugacidad de estrella viva
un latido inmortal del universo,
un sorbo de belleza.
Si te deja en los labios entreabiertos un sabor de manzanas prohibidas, doradas por el fuego de una tarde que sabemos es única y por siempre en nuestro cuerpo habita.
O el perfume absorbido en esa noche donde una luna roja nos envuelve
y brilla ante los ojos sorprendidos
con un color de estrella ensangrentada y en el alba se pierde.
Algo breve, ligero como el aire,
que diese la alegría de un minuto
al hombre que no vuelve a nuestro lado, a la mujer de pálida sonrisa
y corazón desnudo.
Nunca quise ser más que esa belleza
de garza o de paloma fugitiva
que borrase la niebla de la angustia y luego se perdiera entre las ramas pobladas de la vida.
Nada más que esa luz. Sólo un reflejo de fogata en la noche descubierta. Sólo un aroma de jazmín oculto
en una madrugada silenciosa frente a una puerta abierta.
Poca fuerza encerrábase en mi cuerpo, arquitectura diminuta y leve.
Pero la vida en dura y duramente
te requiere a ser más, aunque la sangre a ser más se rebele.
Y tuve que crecer sobre mis sueños para aguantar el peso de la vida,
de la lucha diaria bajo el cielo,
del amor apremiante; de los hijos la prolongada herida.
Estos hijos que cada primavera nacían de mi vientre palpitante como los trigos nacen de la tierra. Tuve que ser la tierra dolorida, la raíz vigilante.
Yo que sólo quería ser la llama
del árbol florecido en verde espera o la sombra azulada del manzano. La tierra es maternal y sufridora, yo no lo era apenas.
Era ligera y suave. Absorbida
por hondos sueños que no acaban nunca. Hoy sólo siento este cansancio oscuro de verme aprisionada por raíces alargadas y duras.
Por eso en esta tarde cristalina
anhelo hundirme en su verdor profundo para poder sentir, soñar de nuevo
que soy mi antiguo ser resucitado sobre el sencillo mundo.