EL EXTRANJERO
Hombre desconocido que detienes el paso y te quedas inmóvil delante de mi puerta, no prosigas, viajero, por el largo camino árido y polvoriento, sin una rosa. Entra.
Te entregaré los frutos más dulces de mi huerto y entre mis manos tibias te daré el agua fresca que apague, compasiva, la sed devoradora
que abrasa tu garganta y adormezca tu pena.
Me atraen como el abismo tu frente pensativa; y la amarga sonrisa que vaga por tus labios,
y la sombra de hastío que envuelve tus palabras, y ese mirar profundo de tus ojos cansados.
Yo quisiera apurar tu cáliz tenebroso
y hundirme delirante en tu pasión oscura,
lo mismo que un mar turbio donde no hubiera orillas, lo mismo que una noche sin resplandor de luna.
Formarte con mis brazos perfumadas cadenas y abrasarte la boca con besos encendidos,
y mirarte después, descansar a mi lado, rendida tu soberbia, como un león herido.
Mas, si algún día sientes renacer en tu pecho
el ansia incontenible de los blancos caminos, extranjero que llevas todo el mundo en los ojos, un mundo de tinieblas silencioso y sombrío,
cruza el umbral de nuevo, que mi puerta está abierta, y mis manos, viajero, no detendrá tu marcha.
Yo viviré esperando, por si acaso regresas,
una noche infinita a través de la escarcha.