Llueve, dios, como tú sabes para borrar todos los rastros y abandonarnos en la niebla.
Así dejados nos llevan también las gotas que traga la tierra, mientras las gaviotas huyen de la costa y caen hambrientas en los patios de luces, y son feroces sus gritos.
Niebla y viento, el mundo rueda con aspas de matanzas y olvidos.
Otra vez septiembre, otra vez la herida.
Y otra costa todavía más lejana y esta otra vida que se disuelve sobre aquella otra que ya no existe.
Ya no hay adioses. Ya no hay bienvenida.
Llovemos, y nos lleva la niebla.