Monosílabos enigmáticos acabaron con todo. El mundo se había puesto de pie y más dura fue la caída del imperio romano. Nada nos esperaba en la mirada de los otros, los que subieron la pena hasta el extremo último de la montaña. La izquierda y la derecha de nuestros brazos, roces tímidos de sus pechos con tu frente, la vida cuadriculándolo todo, la isla envolviéndote como un imán, la subsistencia, aburrimiento, raudales de barranco destrozando —menos mal— las casas viejas, o rendirse para comenzar la nueva estrecha batalla.
¿Quién lanzó los últimos gritos de nuestra juventud?
¿Quién alimentó el verano tan solamente de sol?
¿Quién rompió los tímpanos con esa rosa roja lanzada al vacío?
¿Quién te secundó en todos los intentos?
Bromeó la nada con nosotros, bromeó la nada.
Nos metió los ojos en los ojos, nos sacó los dedos y lo despellejamos todo, lo destrozamos todo en memoria sutilmente suya. Nos metió los dedos en los ojos y ya no fue posible ver otro tipo de derrotas que las nuestras, las que se cocían dentro de los cuencos de nuestras propias manos vacías.
Nos hizo caso el aire, no hay que quejarse. Y nos reveló de la pasión muerta de andar descaminados. El aire ocupó todos nuestros puestos, y caminamos en definitiva como sonámbulos en el mundo, los conceptos a un lado, acompasados, al tiempo que las lágrimas, oh tremendo mentiroso blanco y solo.
Todo es un tiempo hacia la muerte. Y descubriste la indolencia, el escepticismo y la pequeña mentira sin culpa y sin pecado. ¿Para quién estará acabando en este momento la historia, qué habrá significado nada cuando todo es aire? Tiempo hacia la muerte, caminar, caminar, con la autodestrucción como pensamiento principal y —no te engañes— también como mentira. Cuando en el pecho si acaso habita la espera inútil de las manos llenas.
Se acaba todo apasionadamente nunca. Se acaba todo desde siempre. Ni una tachadura hace visible el mundo. Qué vergüenza da sentir por la mañana tristeza, el vientre sonoro y vacío, el vino, viejo recuerdo de noche recortada hasta el final, con la nada en el pecho, no te engañes. El sol viejo por la ventana que ya abandonaste, nuevo, renovado el suspiro que si espera algo importante espera el final. Levántate, levántate y anda con los pies en el suelo, en el suelo. ¿Para qué? Triste, tristemente y sin embargo el cielo cubriéndose nuevas rocas o quizá en el mar la belleza rostros y tú solo. No es esto. Objetos. Básculas, piedras y remolinos de sustos, el estómago hacia un lado, subiendo la escalera, el pecho duele al final, y los objetos, y un beso te llena la boca y te destroza o te libra de la nada, acaba y comienza, acaba y comienza todo, malditos cafés sin digerir, la mañana perdiéndote, desde la mañana tu historia, mi historia saltando como un balón roto. El teléfono, te oímos lanzar la última queja rubia, mientras la ola subía por tu cuerpo preciso, espera, espera.