ESPERANZA
Sí, volver a nuestro tacto de isla,
a nuestra primera conciencia del tiempo
y palpar nuestras esquinas más íntimas
sabiendo que allí, en ese espacio,
está la dimensión de nuestras vidas.
Buscar en el surco de las horas
las huellas que nos salven que nos digan
que nuestro caminar tiene su rumbo,
que nuestros pasos no van a la deriva
sino que apuntalamos ansias
y que nos afirmamos en tiempo y en espacio,
que somos en el mar como una isla,
mendrugo tenaz de voluntad
que yergue su canto cumbre arriba
segura de que todo permanece,
de que todo se va y todo vuelve,
de que el vaivén del agua no solo llega a la playa
sino que asciende hasta la cima,
y la cubre y la protege
para que su afán de isla en punta
-de hombre en pie de pugna-
no se borre del todo sino que siga
enhiesta sobre las aguas, esperanzada,
porfiando, sabiéndose infinita
aunque sus playas y sus cumbres se desmoronen
y sólo quede el mar,
el mar sin una isla.