CANTO A PABLO NERUDA
No recuerdo el momento en que fue, pero un día atravesando espacios y cruzando fronteras, llegó hasta mí tu libro, y con tu claro acento
los aires y las lluvias que bañaban tus tierras.
Burlando vigilancias, desbaratando muros, llegó tu canto libre hasta mi España esclava, hasta mi patria herida, donde la espiga rota
no sonríe a los cielos cuando se acerca el alba.
Pablo, tú no lo sabes, la distancia no deja
que mi voz, tan lejana, pueda llegar a ti.
Tú no sabes qué río luminoso y gigante
saltó de entre las sombras cuando tu libro abrí.
Desde entonces yo miro tu nombre en cada estrella, en las hojas altivas del laurel victorioso.
Miro tu nombre, Pablo, y el nombre de tu patria,
y el nombre de la mía que ya no reconozco.
A ti, hermano de Chile, yo te recuerdo. Escucha. Mi sangre se levanta para llamarte, amigo,
y no es sólo mi sangre, es la sangre de España, que forzada al silencio, calló, mas no ha dormido,
Ella sufre y aguarda. No vencerá el tirano
que vendió nuestros cantos y nuestra primavera, que comerció con todo lo que alcanzó su mano, y privó de alegría nuestras viejas banderas.
Hoy te saludo, hermano, maestro y camarada. Volverás a pisar el verde de mis campos, volverás a traernos en tu voz infinita
el mensaje de aquellos que cayeron luchando.
Humildemente vengo a entregarte en la rubia espiga de mi verso el llanto de mi patria. Acógela en tus brazos, ella viene de lejos,
y es pequeña y sencilla como una gota de agua,
Pero es de aquella tierra que amaste y defendiste,
de aquella tierra altiva hoy bajo el sol callada.
Es nuestra España, Pablo, que sigue en pie esperando que amanezca en sus campos la luz de tu palabra.
CANTO A LUISA MICHEL
En esta hora de lucha viene a mí tu recuerdo, Luisa Michel, tu imagen menuda y solitaria. T figura de niña, tu mirada profunda,
tu frente pensativa donde crecía el alba.
Eras pura y sencilla. Tenían en las manos la paz tierna y agreste de tu pequeña aldea, tenías en la boca, como un fruto dorado,
la sonrisa caliente y la palabra fresca.
Tu existencia era humilde, serena como el cielo que cubría los campos de tu tierra francesa. Enseñar a los niños, amar piedras y flores,
ser panal de alegría, jubilosa colmena.
Pero ya entreveías para ti otro destino.
Un camino más duro, pero inmenso y glorioso. Conducir a los hombres como antaño a los niños y llevar todo el peso de la luz en tus hombros.
Y un día te marchaste, con tu vestido negro, con tu gesto sencillo y tu voz de amapola.
París iba a acogerte, a envolverte en su niebla, as sentir en tu seno tu llama abrasadora.
Apóstol de una idea te entregaste a la lucha. Conociste los muros de las frías prisiones, supiste del destierro, del hambre y la injusticia. En ti se hizo uno solo el dolor de los hombres.
Tú, que eras la más dulce de todas las criaturas. Tú, que te asemejabas a los olivos verdes,
a los arroyos frescos, a los cerezos rojos
y a las viñas azules el color de tus sienes.
Fuiste el más alto ejemplo de fuerza apasionada, de fuego combativo, de humana dignidad.
Tú, la pequeña hermana de pájaros y lirios, entregaste tu vida para la humanidad.
El mundo era en tus brazos una blanca promesa, tibia como la piel de los niños que amabas.
Para que ellos crecieran junto con las espigas
y el aire entrase puro por sus anchas ventanas.
Fuiste un soldado más en la trinchera oscura, tus frágiles tobillos se hundieron en el fango, expusiste tu cuerpo a los negros fusiles,
te alzaste combativa sobre el polvo y el barro.
Perdonabas el odio de tus perseguidores. Ignoran lo que hacen —murmurabas serena. Y del torpe enemigo que buscaba tu muerte, ante asombrados jueces, tomabas la defensa.
Maestra pura y dulce, cuánta fuerza sacaste
de tu delgado cuerpo, de tu leve estructura. Cuánto amor entregaste a humildes y vencidos. Cuánta piedad vertiste sobre la tierra oscura.
La semilla que diste creció como un gran árbol.
Lo que entonces fue siempre hoy es fruto encendido. El mundo que soñabas ya no es sólo promesa,
es realidad viviente sobre el agua y el trigo.
Hoy estás con nosotros en esta hora de lucha. Recordamos tu nombre desde todas las patrias, y tu nombre se enciende como una estrella roja
que ilumina los ríos y las tierras de Francia.