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Víctor Doreste (1902-1966) fue un escritor polifacético (teatro, narrativa, poesía), un cronista desbordante de canariedad y humor isleño, un pintor nada desdeñable y un compositor prolífico y genial. Quienes lo conocieron destacan su encantadora bohemia natural, su aguda inteligencia y la generosidad y bonhomía de su carácter. Siempre fue un soñador, tocado por el amor a su tierra y al arte.
Fue polifacético por la misma razón que el pulpo tiene tantos tentáculos, como le contestó al periodista Orlando Hernández, poco tiempo antes de su fallecimiento. Se sentía cómodo y bien definido en todas sus facetas artísticas, pues cada una de ellas le procuraba satisfacción intelectual y le despertaban distintas emociones, según el mismo expresó: La pintura lo entretiene. La literatura lo abstrae y le hace pensar. La poesía lo conmueve. La música lo transporta a otros mundos. Y el teatro le divierte. Su talento y su genio son indiscutibles y se plasman no solo en su obra, sino en las múltiples anécdotas que acumuló a lo largo de su vida, las “dorestiadas”, siempre llenas de un humor socarrón, que permaneció intacto hasta en sus últimos momentos.
Víctor Doreste nació en Las Palmas de Gran Canaria el 11 noviembre de 1902 y murió el día 27 del mismo mes de 1966. En sus Recuerdos de niñez y juventud, Víctor Doreste declara que su natural modo de ser «pacífico y renuente a todo aquello que adolezca de violencia y belicismo» se debe en parte a su fecha de nacimiento, el 11 de noviembre, día de la firma del armisticio que puso fin a la primera guerra mundial (1918) y a que su madre se llamara, “maravilloso y bendito nombre”, Paz Grande Ambrosio, salmantina. Su padre, que dejó una huella indeleble en Víctor hasta el día de su muerte, fue Domingo Doreste Rodríguez, conocido por Fray Lesco, un gran humanista, fundador de la Escuela de Arte Luján Pérez, cuya biografía fue escrita por Juan Rodríguez Doreste. La familia se establece en Salamanca en 1907 y regresa en 1911. Es en ese momento cuando Víctor dice que empiezan sus recuerdos, en el viaje de regreso a bordo del barco Hespérides, vetusto e incómodo, pero buen marinero.
De la lectura de este libro se desprende que Víctor tuvo una niñez y una juventud feliz, como la de cualquier niño del barrio de Vegueta que correteaba por sus calles limitadas por tres puntos neurálgicos: el cercado de Avellaneda, la plaza de Santo Domingo y la de Santa Ana, espacios que serán también los escenarios frecuentados por la pandilla canina, los “perronajes” protagonistas de su célebre novela Faycán.
Según iban creciendo Víctor y sus amigos, los límites veguetianos se iban ensanchando y el Parque de San Telmo y el Risco de San Roque formaron parte también del escenario de su niñez y su juventud, que se desarrollaban, según Juan Rodríguez Doreste, en un ambiente familiar que propició que «su brújula vital se imantara desasosegadamente: un padre de extraordinario talento, pero débil y complaciente en exceso, y una madre, admirable de solicitud y amor, que jugaba con cierta demasía absorbente su papel de ternura tutelar», (Seres, sombras, sueños, 1973). Sus correrías callejeras, no impidieron que, desde muy pronto, el joven Víctor diera muestras de su brillante inteligencia y de su prodigiosa imaginación. Tomó clases de solfeo con D. Bernardino Valle y de guitarra con D. Teófilo Morales y Martínez de Escobar, instrumento que llegó a tocar con tal perfección que llegó a rayar en lo magistral. A los doce años pone ilustraciones musicales a La Llanura de Alonso Quesada y a los dieciséis da su primer concierto de piano. A partir de 1921 completó su formación musical en Leipzig, Alemania, donde compone parte de su obra musical.
Algunos años después, Víctor forma dúo con el guitarrista tinerfeño Ignacio Rodríguez, emprendiendo así una carrera que cosechará grandes éxitos en Gran Canaria y Tenerife. Los periódicos locales se hacen eco de ello y el 6 de enero de 1930 ambos músicos son homenajeados en el antiguo Circo Cuyás de Las Palmas, con motivo de despedirse de Las Palmas para emprender una tournée por la península y el extranjero. En esa gira realizaron una serie de conciertos para dos guitarras por Alemania, deteniéndose en Barcelona para dar dos recitales en el Ateneo, que fueron un clamoroso éxito.
En esa década, Víctor vive en Berlín durante algún tiempo donde actuó como concertista de guitarra y escribió varios guiones radiofónicos para Radio Berlín. Se casa con una actriz de teatro suiza-alemana, Rita, con quien regresa a Las Palmas de Gran Canaria al estallido de la Guerra Civil española. De 1930 a 1939, colabora en varios diarios berlineses. En 1939, se publicó en Berlín su Einführung in die Spanische Sprache, del que según el propio Víctor hubo tres ediciones (una en 1939 y dos en 1942), dos de las cuales se archivan en el Museo Canario. Este manual sirvió de método para aprender español en algunos colegios alemanes. Paralelamente, Víctor continúa componiendo numerosas obras musicales, literarias, colaboraciones periodísticas, en incluso, ya en 1944, comienza una carrera artística con su primera exposición de pintura en el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria.
La escritora grancanaria Natalia Sosa Ayala le dedicó a su muerte un hermoso artículo en el que evoca las habituales visitas de Víctor a su casa y su último recuerdo, el día que llegó de forma intempestiva, rompiendo bruscamente la norma de la visita en las plácidas tardes domingueras: «Venías con los ojos brillantes e inquietos. No llegabas simuladamente en busca de palabras, sino en busca de un médico, de un remedio absoluto. Y, sin sentarte, hablaste deprisa de la muerte. Mi padre y tú salieron a la calle. Cuando te vi desaparecer junto a los follados, tan alto y delgado como uno de ellos, supe que tenías razón; que no te vería más; que no habría otra tarde» (El Eco de Canarias, 13 de diciembre de 1966).
Víctor Doreste fue un bohemio, en el sentido más clásico y más noble de la palabra, un bohemio «químicamente puro” del que sus amigos destacan su honda humanidad que, como dijera Orlando Hernández, fue una bandera desplegada en nuestra ciudad. Pedro Lezcano, en el prólogo a Once sonetos, afirma que su vida fue «su mejor obra, su compendiosa y febril creación: ella es la confluencia tormentosa de la sangre y el arte, del arte con sus múltiples rostros unificados y palpitantes». Para Juan Rodríguez Doreste “el secreto de su ser, de su recóndita condición, estriba en que Víctor fue siempre, toda su vida, un hombre agónico y soñador en soledad desamparada” (Seres, sombras, sueños, 1973).
Sus músicos preferidos fueron Tchaikowsky y Bach. De la Patética (del primero) dijo que después de oírla podía uno morir tranquilo porque es lo más triste que se ha escrito en el mundo. Y de su admirado Bach declaró que sería el compositor que llegaría a gustar más que todos los músicos juntos. En rendido homenaje le compuso un hermoso soneto.
El día 19 de abril de 1932, en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, se estrenó con mucho éxito la zarzuela de ambiente costumbrista canario La Zahorina, compuesta por Víctor sobre un libreto original de Fray Lesco y con decorados de Felo Monzón y García Ros. La última representación de La Zahorina, después de casi un siglo de silencio, tuvo lugar en el Centro Cultural Maspalomas el 18 de diciembre de 2010, gracias al abnegado trabajo llevado a cabo durante ocho años por el músico Pedro Hernández, violonchelista de la Banda Municipal de Música de Las Palmas, que recompuso la partitura que Manuel Doreste, sobrino de Víctor, depositó en los Archivos del Museo Canario.
Víctor, como el mismo pregona en esta y otras entrevistas, fue un prolífico compositor no solo de música culta, sino también de lo que él llamaba música frívola: pasodobles, rumbas, foxtrots, chotis, boleros, mambos. Muchas de sus composiciones continúan inéditas y algunas probablemente hayan desaparecido para siempre. Destaco igualmente su célebre composición orquestal de cuerda Responso a Fray Lesco.
De la zarzuela pasó al sainete y en la década de los cuarenta comienza su andadura teatral con la comedia Una limonada para el señor y los sainetes canarios Ven acá vino tintillo, La del manojo de tollos y En el risco está mi amor. De las cuatro piezas, Ven acá vino tintillo es, sin duda, la más popular y es considerada como la obra teatral más representada en Canarias. Gozó de más de 100 representaciones en vida de su autor y se estrenó el 8 de febrero de 1941 en el teatro Pérez Galdós. La obra es un fiel reflejo del humor canario y es rica en términos del habla popular. El teatro de Víctor lleva a la escena el sabor de las islas y sus personajes están perfectamente identificados con la intención de la obra.
La admiración y el amor que Víctor sentía por su padre queda patente en la dedicatoria de su libro Once sonetos, «a mi padre, junto a mí siempre», y en uno de sus más sentidos sonetos titulado A mi padre. Víctor compuso estos poemas en Madrid y los publica en 1949 en Las Palmas prologados por Pedro Lezcano. M.ª Rosa Alonso les concede una gran pericia formal y se muestra fascinada por la extrema sensibilidad y el extraño temperamento de hombre y de artista de su autor. Al lado de sonetos profundos y desgarradores, como los que dedica a sus progenitores, y con los que colaboró en la revista Gánigo (números 20 y 24), junto con otros poetas de su generación, como Pedro García Cabrera, Chona Madera, Juan Millares Carló, Félix Poggio Lorenzo, etc, Víctor incluye otros de gran belleza estética y de temática objetiva, como el que dedica a La Palmera o al mar, o de mayor abstracción como el de Eros o el Pensamiento, junto a otra composiciones de factura paródica, como las Lopefutbolerías (parodia del soneto a Violante de Lope) o Yo, a mí vino (parodia del bello soneto de Domingo Rivero, Yo, a mi cuerpo), donde trasluce su fino humor y su aguda inteligencia.
Faycán es la única novela publicada de Víctor Doreste, aunque él comentó que en una de las gavetas de su escritorio «dormía el sueño de Cestona» una novela de 500 páginas (Historia de un Calibán) y un libro de cuentos. M.ª Dolores de la Fe cree con respecto a la primera que «no solo no permanece inédita, sino que solo fue «contada» a los amigos, tal vez pensada sobre la marcha al calor de la conversación», lo que comparte también Pedro Lezcano en el prólogo de Once Sonetos. Habla también nuestra recordada escritora de otra novela de Víctor, titulada Dos horas en el aire, de la que tuvo la suerte de oír la lectura de algunos folios de boca del propio autor una tarde que la visitó. En todo caso, en el inventario de la obra que su sobrino Manuel Doreste recopiló y depositó en el Museo Canario no figuran ninguna de las dos.
Faycán, la célebre novela perruna de Víctor Doreste, por voluntad de su autor, no lleva prólogo. Es un libro, como sus perros, «que nace desamparado, sin trompetas ni amicales clarinadas, sin padrinazgo bautismal, entero y ladrado como la luna» (Prefacio, Faycán. Memorias de un perro vagabundo, 1945).
Con motivo del segundo aniversario de la muerte de su autor, en 1968 se publicó una segunda edición de Faycán (llegará hasta siete), con 1000 ejemplares corrientes y 100 de lujo, dedicada a sus hermanos Manuel y Teresa, que fue ilustrada, en homenaje a Víctor, por sus amigos los pintores Rafaely, Juan Ismael, Peregrín, Felo Monzón, Betancort y Cirilo Suárez.
Como ya se mencionó, Víctor también es autor de unas memorias, Narraciones canarias. Recuerdos de niñez y juventud (1965), compuestas de 34 capítulos, que desgranan anécdotas y sucesos, y describen a personajes de la época. Pero, sobre todo, el libro constituye un retrato emocionado y emocionante del alma de su ciudad y de sus gentes.
Desarrolló también una vena periodístico-ensayística y escribió en varios periódicos canarios y del extranjero sobre los más variados temas. Realizó crónicas literarias, escribió sobre medicina y salud, sobre fútbol, sobre cine, sobre teatro. Entre 1930 y 1939 redactó numerosos artículos para periódicos alemanes y suizos, sus llamadas crónicas suizas y berlinesas. Epigramas, greguerías y adivinanzas canarias, llenas de humor y filosofía, llenaron las páginas del Diario de Las Palmas en esos años. El 5 de diciembre de 1953 inauguró su serie de Pensamientos y Pensamientas, mezcla de humor y filosofía, como los definió Lola de la Fe. Fueron varios los artículos dedicados a la ciudad de Las Palmas y a sus más conocidos personajes (como Andrés el Ratón), artículos que él llamaba Urbaniloquios. También publicó las Crónicas de Vegueta, colección de artículos, sobre la historia de la ciudad, con el sobrenombre Parece que fue ayer, evocadores de los episodios de la vida cotidiana del barrio viejo de la ciudad. Víctor amaba la ciudad y de una forma u otra tanto ésta como sus habitantes conforman el escenario físico y vital de toda su polifacética obra.
Inaugura su primera exposición pictórica el 1 de marzo de 1947 en el Gabinete Literario. He encontrado numerosas referencias de muchas exposiciones suyas, la mayoría en la galería Wiot y una en Santa Cruz de Tenerife. Sólo pintó paisajes canarios y marinas, todos óleos, salvo unos pocos pasteles. Su obra se encuentra muy dispersa y mucha ilocalizable. Juan Ismael, con el pseudónimo de Pablo Barquín, escribió en 1955, un bello artículo en el Diario de Las Palmas con el significativo título El ingenuo primitivismo de Víctor Doreste, describiendo las características de su pintura. Juan Rodríguez Doreste también celebró su pintura, de la que resalta las «hondas raíces musicales de su estilo. Para Víctor -dice- la realidad es solo punto de partida y no, como para otros paisajistas, estación de llegada. La fantasía exalta la realidad y apoya en la tierra tan sólo el pie alígero que permita el salto. Y de esta afortunada conjunción de realismo y fantasía surgen los mejores frutos de este arte en prometedor agraz».
En Genio y figura de Víctor Doreste se puede encontrar una bio-bibliografía del autor recopilada por Manuel Doreste Sánchez (pp. 110-117).