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Tomás de Iriarte nació en el Puerto de la Cruz en 1750 descendiente de una familia de militares navarros afincados en Tenerife. Su formación incluye estudios de griego, francés, inglés, retórica, música y arte poética. En 1771 ocupa el puesto de traductor en la Primera Secretaría de Estado. Fue director del periódico oficial, Mercurio, y traductor de comedias, dentro de la tradición neoclásica de la época. Su fama se debe sobre todo a Fábulas literarias libro que publicó en 1782.
Tomás de Iriarte nació en el Puerto de la Cruz -en su tiempo de la Orotava- en 1750. Descendiente de una familia de militares navarros afincados en Tenerife, estudió hasta los 14 años en un convento de La Orotava, al cuidado de su tío, el fraile dominico Juan Tomás de Iriarte y, a los 12 años, ya traducía a los clásicos latinos.
En 1764 se traslada a Madrid-donde residían sus hermanos mayores, Bernardo y Domingo-llamado por su tío Juan de Iriarte, hombre culto y políglota, con una gran influencia en la Corte.
Allí termina su formación, con estudios de griego, francés, inglés, retórica, música y arte poética. Tras la muerte de su tío, ocurrida en 1771, ocupa su puesto de traductor en la Primera Secretaría de Estado, hasta 1774. Fue director del periódico oficial, Mercurio, y traductor de comedias, dentro de la tradición neoclásica de la época.
Pero su fama se debe sobre todo a Fábulas literarias, libro que publicó en 1782 y que, aparte de procurarle un gran éxito, también fue objeto de varios textos injuriosos y descalificadores, sobre todo de aquellos que se habían sentido aludidos, incluidos Samaniego y Forner, quienes le dedican la fábula El asno erudito, a la que Iriarte no duda en responder.
Enfermo de gota, Tomás de Iriarte muere en Madrid el año 1791.
A Tomás de Iriarte se le puede considerar como una de las figuras más destacadas de la literatura española de la segunda mitad del siglo XVIII, pues concentró todo su esfuerzo en elevar el nivel cultural de la sociedad de su época, desde las numerosas facetas literarias que cultivó, tanto desde el periodismo, como desde el teatro, la oratoria y las artes musicales, ya que era un gran conocedor del panorama social y cultural del tiempo que le tocó vivir.
Si bien es cierto que Tomás de Iriarte escribió diferentes obras teatrales, como El Señorito mimado o La señorita malcriada; poéticas, entre las que destaca el poema didáctico La Música, así como traducciones, que tuvieron cierto reconocimiento y buena acogida, es -como se dijo anteriormente- con las Fábulas Literarias, con las que alcanza su mayor éxito.
De hecho, en ese mismo siglo, se registran diez ediciones, en el XIX unas sesenta y una veintena en el XX, siendo, además traducidas al portugués, italiano, inglés y alemán.
En el libro Historia de la Literatura Canaria, de Joaquín Artiles e Ignacio Quintana, se afirma que a Iriarte «puede considerársele como el verdadero inventor de la fábula literaria…».
Está claro que no es el creador del género de la fábula, sin embargo, sí suele considerarse el primero que trata, en ellas, temas lingüísticos y literarios, aunque, muchas veces, sus textos van dirigidos a criticar a autores, críticos e, incluso, lectores. Por otro lado, sus fábulas, si no eliminan, si relegan un tanto la “moraleja”, para dar más importancia a lo que se narra en las mismas.
La mayoría de las fábulas son protagonizadas por animales, aunque en algunas de ellas intervienen también personas, plantas, objetos e, incluso, partes del cuerpo.
En cuanto a su producción lírica, que se compone de once epístolas, seis anacreónticas, una égloga, varios epigramas, sonetos y glosas, ha tenido diferentes opiniones por parte de los críticos. Desde calificarlo como “desigual y ñoño” (Valbuena), o decir que “no comprende la diferencia entre poesía y prosa” (Menéndez y Pelayo), hasta defensores como Alborg que afirma que tiene “tersura, elegancia, agudeza crítica y precisión”.
Tal vez, esas críticas negativas tengan algo que ver con unos poemas que el propio Iriarte no incluyó en sus Obras completas (1787) y que fueron editados, más tarde, en 1899, en Barcelona por Delbosc, un “Rebuscador de papeles viejos”, con el título de Poesías más que picantes y que, hace unos años, fueron nuevamente publicadas en Las Palmas de Gran Canaria por la editorial Ultramarinos (1992). Según se dice en la Nota Biográfica de esta edición: «El biógrafo de Iriarte, Emilio Cotarelo, consideraba estos versos indignos de su autor.»
Al margen de críticas y rechazos, lo que está claro es que toda la obra de Tomás de Iriarte, incluso esta última, tiene un propósito didáctico, muy acorde con toda la literatura del siglo XVIII, comprometida en el progreso y que, para ello, se convierte en pedagógica e ilustrada, como correspondía a la necesidad de ser de utilidad pública.
( En Cátedra se puede encontrar su teatro completo)