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Hijo de Felipe Perdomo Calderín y de María Acedo Valdés, nace en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de mayo de 1897. Desde muy temprana edad percibe su vocación, primero el periodismo, después la filosofía y un poco más tarde la literatura. Queda evidenciado que su mundo son las letras y decide estudiar en la Escuela Normal del Magisterio y continuar en 1918 estudios superiores en Madrid.
Hijo de Felipe Perdomo Calderín y de María Acedo Valdés nace en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de mayo de 1897. Desde muy temprana edad percibe su vocación: primero, el periodismo; después, la filosofía; y, un poco más tarde, la literatura. Decide estudiar en la Escuela Normal del Magisterio y, en 1918, continúa estudios superiores en Madrid.
En 1912, paralelamente, inicia su andadura periodística: en 1962 se le rindió homenaje por sus 50 años continuados en la profesión al celebrar sus bodas de oro con el periodismo. La Provincia, Florilegio y Ecos son algunos de los periódicos y revistas en los que estampa su firma antes de su marcha a Madrid. En la capital escribe en La Lectura, España, Plural, Revista de Occidente, El Sol, La Correspondencia de España, además de contribuir a la bonaerense Nosotros, a Renovación, de Ciudad Real y al Suplemento Literario de La Verdad, de Murcia. En esta época no difunde mucho su poesía, la guarda celosamente. Imponiéndose cierto silencio, desoye los consejos de los amigos de darse a conocer con colaboraciones (Fernando González) o de editar los libros que tenía preparados (Ángel Olarte). Este silencio y recato editorial se convertirán con el tiempo en una marca personal. Aires de provincia, Itinerario de la soledad, Ciudad de ensueño, Poemas de movilizado, Tamaragáldar… son algunos de los poemarios de este periodo que no saldrán a la luz:
Este callar constante que le he impuesto
adrede a mi juventud
-estridencia interior, muy alma adentro–
no lo quebréis jamás;
devolverle la voz no tiene objeto
que entre nieblas divinas se ha ofrecido
la soberana voz de otro silencio.
(Del libro en preparación Nova et Vetera)
En 1927 regresa a Gran Canaria con un proyecto: crear su propio periódico y un sello editorial, El País (1928-1933) y la Biblioteca de las Islas serán el resultado. En esas fechas participa en estas fechas en el movimiento de vanguardia que se da en las islas junto con los jóvenes de La Rosa de los Vientos. A pesar de tener espacios donde difundir su obra, se prodiga poco, esporádicas colaboraciones firmadas en El País y poemas sueltos en La Rosa de los Vientos, en La Tarde, de Santa Cruz de Tenerife. Ningún volumen suyo aparece en la Biblioteca de las Islas. Sin embargo, Pedro Perdomo Acedo, que persiste en no publicar libros, sorprende con el magnífico prólogo de 1927 a Índice de las horas felices, de Félix Delgado.
En 1934, agotado su proyecto editorial, vuelve a marchar a Madrid. Tiene la intención de afincarse definitivamente en la capital, pero la guerra lo retorna irremediablemente a su isla natal en la que se establecerá de forma permanente hasta su muerte.
De la mano de Juan Manuel Trujillo, en esa importante apuesta cultura que fue Colección para 30 Bibliófilos, da sus dos primeros cuadernillos: La muerte imaginada, 1943, número que inicia la colección, y Epitalamio sin fin, 1945. Seguirán Ave breve (1948), en la colección Halcón de Valladolid, dirigida por Fernando González, y Caballo de bronce (1953), editado el mismo año en que toma la dirección del reaparecido Diario de Las Palmas, donde permanecerá hasta su jubilación en 1962.
A partir de este momento los libros se suceden con una mayor frecuencia, pero con cierta dosificación. El proyecto principal es la publicación de las obras completas, que prepara en varias ocasiones con resultados fallidos. En esta etapa de creación y recreación frenética, nuevos materiales se mezclan con los silenciados durante las épocas anteriores. Los poemas se barajan formando nuevos poemarios, se revisan, se rehacen, mientras breves anticipos, como en Oda a Lanzarote (1966), se intercalan con libros escritos por esas fechas, como Volver es resucitar (1967), Elegía al Capitán Mercante (1971) o Luz de Agua (1973). Tras el fallecimiento de su esposa, Julia Azopardo Cabrera, con la que había compartido casi todo su recorrido vital desde 1923, publica, en edición no venal, Última noche contigo (1976). Poco tiempo después, recién cumplidos los 80 años, fallece el 29 de mayo de 1977 en su ciudad natal.
Si Pedro Perdomo se forma en las islas de la mano de poetas tan grandes como Tomás Morales y Alonso Quesada, o bajo la admiración creadora de Domingo Rivero, en Madrid se nutre de las enseñanzas impartidas directamente por Ortega y Gasset, Luis de Zulueta y García Morente. También entra en contacto con Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez, y comparte con los compañeros de generación el inicio y desarrollo de las vanguardias. Y, luego, pasa por la guerra y una larga postguerra hasta llegar a los albores de la democracia. El periodo transcurrido ha sido largo: el modernismo canario, las vanguardias, en Madrid y en Canarias, los grandes maestros… Si atendemos a las parcelaciones y clichés con que se ha periodizado la historia literaria, Pedro Perdomo Acedo tomó contacto con el modernismo, el posmodernismo, la generación del 14 y el novecentismo, el neopopularismo, la poesía pura, las vanguardias, la generación del 27, el surrealismo, la generación del 36, la literatura de postguerra, el garcilasismo, la poesía social, etc., con las particulares condiciones de la poesía canaria del siglo XX. Todo ello muestra la variedad de inquietudes en las que participó, aunque su obra se constituye como una sola voz, que resulta todavía más compleja si se le añade la particularidad de evitar la publicación.
Pedro Perdomo Acedo es un poeta con una grandísima voz, con una voz potente y también muy personal, con una voz melódica de ricas matizaciones. Una voz libre, sin ataduras ni cortapisas. Una voz trabajadísima, que refleja ese gusto por el vocablo (“una atención extremada por el lenguaje”, que diría Ventura Doreste) y por el ritmo y la sonoridad, que sorprenden continuamente: “arte es selección, búsqueda arriscada de expresiones”, decía allá por el año 27, al prologar Índice de horas felices ,cuando él todavía no había publicado ninguno.
“La fecunda capacidad de quimerizar que posee el autor y su instinto para las asociaciones sorprendentes, espoleados una y otro por la fascinación del paisaje, instauran un espacio ideal que es reflejo magnificado de la realidad y a la vez dominio de cosas, criaturas y acciones fantasmagóricas aparecidas en flujo exuberante”, escribió de su poesía Manuel González Sosa.
Pedro Perdomo Acedo trabajó pacientemente su producción poética, con unas claras convicciones estéticas, en lucha constante con el tiempo y la inmediatez. Convencido de su quehacer, no desfallece. La configuración de su obra se sobrepone a cualquier otro aspecto: así, la titularía Hambre de unidad en un momento; en otro, Niño eterno. Y nos dice: “El secreto de la creación [nos dice el poeta] está en hacer que las cosas se muestren como si apareciesen en el mundo por primera vez, recién nacidas, intactas; y, por añadidura, entrañablemente humanizadas…”.
Poco dado a la edición de sus poemas, muchas de las obras que hoy conocemos son pequeños anticipos, breves muestras que ofrecía pudorosamente en plaquettes, en series limitadas o no venales. En varias ocasiones la edición de sus libros viene marcada por un trágico desenlace. Si el fallecimiento de su madre pudo provocar su despertar poético y su orientación definitiva, la muerte de su hermana María le permite un pequeño homenaje con la aparición de su primera obra: La muerte imaginada. El fallecimiento del capitán Eliseo López Orduña anima su Elegía al capitán mercante; el de su esposa, la Última noche contigo… Alentado por algún amigo o por la situación cultural, decide dar libros más extensos, como son: Ave breve y Caballo de bronce, a un público también más amplio. Pero su clímax editorial le llega en 1967, a los setenta años, cuando su experiencia poética toma nuevos bríos con Volver es resucitar.
El valor y significado de la poesía de Perdomo Acedo podemos resumirlo citando a Luis de Zulueta, uno de sus maestros: “si se dice lo que los otros dijeron, es no haber dicho nada. Decir lo que nadie ha imaginado, es ser otro poeta. Hallar camino nuevo, es ir al Parnaso; ir por donde los otros han ido, es rodear para no llegar”. Más allá de que el término Parnaso hoy signifique poco, el verdadero valor de Pedro Perdomo está en haber dicho con palabra personal y nueva lo que otros habían imaginado.
La actitud receptiva del niño ante el mundo (“poesía es niñez concentrada” diría Ortega y Gasset), la selección como producto de constantes y continuas eliminaciones, la novedad, la búsqueda de nuevos caminos, la originalidad y la personalidad de su lírica son características que dominan su obra de forma consciente desde un primer momento, “desde el crepúsculo de la Paloma / hasta el crepúsculo del Cuervo.”