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Pedro Lezcano (Madrid, 1920 – Las Palmas de Gran Canaria, 2002) fue un hombre con una inagotable sed de saber y con una personalidad polifacética que se reflejaba en su obra. Sus ansias de conocimiento eran insaciables y esa multiplicidad de aficiones lo distrajo de su labor poética, que fue desigual y con años de inactividad editorial.
Pedro Lezcano nació en Madrid en 1920, pero su familia se trasladó a Gran Canaria cuando él era todavía un niño. Aquí conoció el mar. Cursó su bachillerato entre esta isla y Barcelona. Cursó los años comunes de Filosofía y Letras en La Laguna y la especialidad de filosofía pura en Madrid. Parecía que su futuro estaría ligado a la docencia, pero se dedicó a la tarea de impresor en la habitación trasera de la farmacia de su amigo Sebastián de la Nuez en la calle de Malteses. Pronto se convertiría la imprenta en tertulia de la cultura insular: los poetas Agustín y José María Millares; los pintores Antonio Padrón, Miró Mainou y Felo Monzón; el ensayista Ventura Doreste; el escultor Santiago Santana… De allí salieron, sin pie de imprenta, octavillas de carácter político en unos años de rígida censura y se imprimieron colecciones de poesía, como Antología cercada (1947), que supondría la primera muestra de la poesía social española, antes de su aparición en la península.
Si tuviéramos que definirlo deberíamos hacerlo atendiendo a las diversas caras de su poliédrica personalidad. Además de escritor, fue editor, dibujante, ajedrecista y micólogo. Participó en la política canaria, a pesar de su inicial independencia ideológica; fue consejero y presidente del Cabildo de Gran Canaria y diputado del Parlamento de Canarias. En 1989 obtuvo el Premio Canarias de Literatura. Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Hijo adoptivo de esa ciudad y Miembro de Honor de la Academia Canaria de la Lengua.
LEZCANO, DRAMATURGO
Conocido preferentemente como poeta, Lezcano fue siempre un hombre de teatro. Cuando estudiaba filosofía en Madrid ganó el premio nacional convocado por el Ateneo de Madrid por su drama Desconfianza (1945), que no llegó a representarse porque finalizaba con un suicidio y la censura de aquel momento lo impedía. En 1956 fundó el Teatro Insular de Cámara, en unión de su hermano Ricardo y un amplio número de amigos. Comenzaron a representar obras tanto clásicas como contemporáneas en el Museo Canario, de donde pasarían al teatro Pérez Galdós y a efectuar funciones en diversos pueblos de la isla. Su obra La ruleta del sur (1956) es un poema escenificado que se estrenó al aire libre, en el marco del Pueblo Canario. El Teatro Insular de Cámara se disolvió en 1968, tras la marcha a Madrid de su director, Ricardo Lezcano; pero en sus doce años de existencia fue una luz en el desierto cultural que era Canarias en aquellos años, en los que Pedro fue actor, director y dramaturgo, con su característico entusiasmo.
LEZCANO, NARRADOR
La contribución del autor al campo de la narración está representada por su cuento El pescador (1964), que también ilustró con grabados sobre cinc. Se trata de una breve historia sobre el retorno de un pescador a su pequeño pueblo, después de haberlo abandonado huyendo del hambre y haber desempeñado diversos oficios en la gran ciudad. El regreso del protagonista no es un fracaso sino un éxito, pues el pescador ha aprendido cómo rentabilizar su trabajo y el de sus vecinos, evitando la explotación de los intermediarios. Más amplia es su muestra narrativa Cuentos sin geografía (1968), libro ilustrado por Antonio Padrón, donde incluye cuentos que podríamos clasificar en tres grupos: los que desmitifican convenciones sociales, los que presentan la rebeldía del hombre frente a fuerzas superiores y los que delatan injusticias. Con posterioridad publicó Diario de una mosca. La rebelión de los vegetales (1994), donde recogió un cuento inédito e incluyó otro que ya había dado a conocer en Cuentos sin geografía.
LEZCANO, POETA
Esta es la faceta más conocida de Pedro Lezcano. Sintéticamente, su trayectoria puede resumirse en una frase: de trovador a juglar. La poesía de Lezcano fue primero intimista y amorosa, al estilo de los colaboradores de la revista Garcilaso y con el inequívoco cultivo del soneto petrarquista que utilizó en sus primeros poemas y plaquettes, como Cinco poemas (1944) o Poesía (1945); pasó luego a ser la poesía desarraigada de Espadaña y la costumbrista de Romancero canario (1946), decantándose posteriormente a temas más profundos, como Muriendo dos a dos (1947) o Romance del tiempo (1950) –también ilustrado con dibujos suyos-; llega por fin a su obra más completa, Consejo de paz (1965) y desemboca en una producción literaria donde el compromiso ético será predominante. Su librito Romances (1977) debe tener la consideración de una recopilación de romances, pues solo incluyó uno inédito. Paulatinamente relega el soneto sustituyéndolo por el romance y la silva asonantada. Nunca abandonará Lezcano la métrica, cultivando soneto, romance y silva con preferencia. En este sentido, su utilización de la silva es magistral, como exponente de la conjunción de la lírica tradicional y la culta.
Su poesía es reflejo de su personalidad, pero influye en ella el momento histórico-literario que va viviendo. Predomina la perfección formal y la temática intimista en sus poemas de estos años, tanto los recogidos en folletos poéticos como los publicados sueltos en numerosas revistas de ámbito nacional, como La estafeta literaria, Garcilaso, Mensaje, Posío o Espadaña. A partir de 1947 y su decisión de instalarse en Canarias, su lírica va haciéndose cada vez más reflexiva y filosófica, más personal, abriéndose a los problemas sociales y comprometiéndose con su diario acontecer: la paz, la guerra de Vietnam, el maquis perseguido, el desalojo del pueblo saharaui. El léxico se abre, pues el poeta canta para todos. Las formas se alteran, pues se busca la claridad en la comunicación, la comunión de ideas, lo que puede llevar a un populismo, que el mismo autor reconoce pero que justifica por su compromiso ético, esperando siempre poder cantar la belleza pura, cuando se hayan resuelto “otras cosas que piden la palabra”.
El humor aflora muy tempranamente en la obra de Lezcano, desde sus comienzos como cronista humorístico en la revista estudiantil Spes. Se desarrolla posteriormente desde la despreocupación juvenil hasta la más sutil ironía, pudiendo llegar en ocasiones al más cruel sarcasmo. El humor, empero, brota en mayor abundancia en la narración, a veces rozando el más delicado lirismo, y bordea frecuentemente su prosa crítica, como demuestran los muchos prólogos que redactó.