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Natalia Sosa Ayala (Las Palmas de Gran Canaria, 1938-2000) es una escritora grancanaria. Escribe novela, poesía y artículos periodísticos de opinión. Comienza a publicar sus poemas en 1954 en diversas revistas y periódicos, como Mujeres en la isla. Alterna su labor periodística, donde trata temas sociales y personales, junto con su actividad literaria, más centrada en temas de carácter autobiográfico.
Natalia Sosa Ayala nace el 27 de marzo de 1938 en Gran Canaria. Desde pequeña, alentada por su padre, el escritor Juan Sosa Suárez, se inicia en el mundo de la literatura como lectora y escritora, y se sumerge apasionadamente en su biblioteca La influencia del ambiente cultural del domicilio familiar en Ciudad Jardín, donde se celebran tertulias en las que participan artistas e intelectuales de la época, como Pepe Dámaso, Manuel González Barrera o Paco Sánchez entre otros, va marcando su formación literaria. Estudia en el colegio Teresiano. A los diecisiete años escribe su primera novela Stefanía, una historia de amor frustrado, en parte, por los condicionamientos sociales. La portada e ilustraciones del interior las realiza el artista Pepe Dámaso y el prólogo lo escribe Ventura Doreste, quien apunta “la claridad, la eficacia y la emoción” como cualidades de la autora. Desde entonces siente que no puede vivir sin escribir. Su amor por la naturaleza se convierte en un elemento significativo en su obra.
Desde 1954 escribe para la prensa local y diversas revistas, entre ellas Mujeres en la isla, una revista de contenido cultural en la que solo colaboran mujeres, donde publica poemas y artículos de opinión. En 1961 viaja a Londres donde permanece casi un año trabajando y aprendiendo inglés. Fruto de esta experiencia escribe su novela autobiográfica Neurosis, y de la que años más tarde diría que si la llega a publicar en esa época la echan de la isla. De regreso en Gran Canaria trabaja dando clases de español para extranjeros y traduciendo textos. También aprende francés y alemán. En 1970 comienza a trabajar en el colegio Claret, primero dando clases de inglés y luego en la secretaría. Este centro contribuye en la publicación su primer libro de poesía, Muchacha sin nombre y otros poemas, junto a otros dos profesores. Colabora en la prensa de las Islas escribiendo artículos de opinión, entrevistas, cuentos y poesía.
En 1989 sufre un ataque cerebral, una hemiplejía irreversible que paraliza la parte izquierda de su cuerpo. Tras este episodio se jubila y se consagra de lleno a la búsqueda de sí misma a través de la escritura. Sigue escribiendo poesía, reflexiones y artículos de opinión que reflejan su compromiso social en el periódico La Provincia.
Fallece el 13 de noviembre de 2000 en Las Palmas de Gran Canaria.
Natalia Sosa escribe durante la dictadura franquista, y esta contextualización es necesaria para poder comprender su obra. En la dictadura se modifica en 1954 la Ley de Vagos y Maleantes e incluye la represión a los homosexuales. Ante esta situación, Natalia Sosa es consciente de que su discurso poético surge desde la afirmación de ser un cuerpo abyecto concebido desde el rechazo cultural por su condición homosexual. Su poesía habla de silencio y opresión con una voz que, desoyendo el discurso hegemónico, escribe sobre sí misma, siempre en primera persona, en un intento por interiorizar y formular su propio discurso, su propia verdad, frente al impuesto por los otros. Así, se va haciendo con un lenguaje sutil y cifrado donde tienen cabida sus deseos, su amor a otra mujer, amor prohibido, invisible en la organización social. Hablando desde la otredad, desde la negación de la identidad de los cuerpos oprimidos, desde sentirse ser pecado y de ser vacío y nada, va creando un sujeto que se posiciona y cuenta la verdad de su cuerpo. En su poesía explora mecanismos de desdoblamiento que le permiten exceder el yo a través de la práctica de multiplicidad de identificaciones. En este proceso de construcción de la subjetividad, desarrolla una obra poética, como resistencia a la normalización, a través de diferentes etapas que se corresponden con la negación, invisibilidad, opresión, búsqueda y aceptación.
A lo largo de su obra metamorfosea las formas corporales oficializadas por la historia del pensamiento para visibilizar todo aquello que ha sido desterrado de la idea de lo que es un ser humano. Las lesbianas han sido demonizadas en la cultura popular. La patología y la ridiculización de su cuerpo eran la respuesta de la pacata y mezquina moral franquista para poder domesticar dicha desviación. Pero Natalia Sosa utiliza esta experiencia homófoba de opresión para construir un lugar identitario desde la exclusión. Y, así, se declara extraña, rara, monstruo, loca para convertir la transgresión en el proceso de creación de una subjetividad alternativa y legítima. Incide en la transformación metafórica de su cuerpo, de su identidad, que se siente una «Nada navegante, nómada de la vida, peregrina / incesante de espantosas e inquietas soledades». Este sentimiento entronca con la idea de “sujeto nómade” desarrollada por Rosi Braidotti, quien define al “sujeto nómade” como aquellas identidades que se resisten a establecerse en las formas socialmente codificadas del comportamiento, pero también del pensamiento. Natalia Sosa se rebela contra esa imposición normativa aceptando la diferencia para subvertirla y transformarla reapropiándose del lenguaje, porque el mero hecho de nombrarlo, de nombrarse abyecta, supone la configuración de un territorio en el que sí tiene cabida.
La poesía de Natalia Sosa habla de deseos, de miedos, de incomprensión, de búsqueda, de refugio. Su propia obra se convierte en el asidero desde el que da cobijo a su experiencia vital atrapada, sin quererlo, en un cuerpo incomprendido. Desarrolla un relato discursivo en el que cuestiona los códigos políticos y sociales desde la deconstrucción de su cuerpo, y va articulando su poesía en torno a la disociación de su identidad marginada: como mujer, como escritora y como lesbiana. Leer a Natalia Sosa supone visibilizar identidades alternativas, aprender nuevas significaciones, descentralizar el yo lector/a acomodado a normas regulatorias que se desestabilizan y se cuestionan. Su poesía es también resistencia y la frustración, el motor con el que edifica una narración legitimadora de la diversidad. Su lectura precisa de un cambio en la mirada, en la forma de leer para poder percibir los códigos lésbicos subyacentes y cómo su disociación identitaria reconsidera el concepto del ideal de feminidad.