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El poeta Julio Antonio de la Rosa es uno de los primeros exponentes de la nueva literatura en Canarias o, como apuntara Domingo Pérez Minik en su Antología, «nuestro primer poeta de vanguardia». Su breve trayectoria poética, recogida póstumamente en el libro Tratado de las tardes nuevas (1931), presenta un contorno definido por un camino que va desde las muestras poéticas de corte romántico y tardomodernista hasta composiciones cercanas al ultraísmo y la estética creacionista. Lamentablemente, su muerte temprana, que truncó el proyecto generacional que efímeramente floreció con la revista Cartones (junio, 1930), hizo que no pudiese desarrollar una personalidad literaria plena; sin duda, esta apuntaba a mayores cotas, como las que alcanzaron algunos de sus compañeros generacionales.
Julio Antonio de la Rosa y López Abeleda (1905-1930) nació en Santa Cruz de Tenerife, donde cursa estudios de Bachillerato. Atraído desde muy joven por la pintura, viaja a Madrid para estudiar Bellas Artes en la Escuela de San Fernando. De vuelta en Tenerife, en 1928 forma parte del grupo de poetas y artistas que se agrupan en torno a La Rosa de los Vientos (1927-1928), donde publica algunas composiciones y donde, por primera vez, aparece el título de su poemario Tratado de las tardes nuevas; tras su fallecimiento, el grupo Pajaritas de Papel respeta ese título en la antología que publica de su obra.
Con anterioridad, Julio de la Rosa -nombre con el que firmaba muchas de sus composiciones en las publicaciones periódicas en que intervino- forma parte de Hespérides (1926-1939), semanario en el que entabla contacto con otros intelectuales de su generación como Pedro García Cabrera, Domingo López Torres, Domingo Pérez Minik o, también, Eduardo Westerdahl. Precisamente con el autor de Poemas de sol lleno integra la tertulia santacrucera Pajaritas de Papel, en la que aparece como poeta, actor y dibujante. Este grupo «sin normas» publicaba cada cierto tiempo una serie de cuadernillos manuscritos en los que la despierta avidez creativa de Julio de la Rosa encontró fácil acomodo; los títulos fueron Maruchi-Historia de una niña bien, Impresiones y chispazos, Flor-Klore, Astronomía, Interview, Viaje a la China, Siluetas 1830-1930, Poemas de Lux, Almanaque y Suplemento. Casi todos estos cuadernillos datan de 1928 salvo Poemas de Lux, volumen de 1929. A estas publicaciones hay que añadir que el grupo tenía otros proyectos editoriales que llevarían los siguientes títulos: Itinerario fantástico de Santa Cruz de Tenerife, Arquitecturas y decoración interior y Traducciones. En estos cuadernillos hay textos de Julio de la Rosa que no pasaron al Tratado.
1930 es un año esencial en la trayectoria de los marineros de la nueva literatura: aparece el único número de la revista Cartones capitaneada, entre otros, por el joven Julio de la Rosa, se celebra, en Santa Cruz de Tenerife, la exposición de los alumnos de la escuela Luján Pérez y, además, Pedro García Cabrera publica en la prensa su programático artículo «El hombre en función del paisaje», conferencia con la que se clausura la citada exposición; al texto de García Cabrera hay que añadir el de Andrés de Lorenzo-Cáceres «Isla de promisión». Precisamente en agosto de este año muere ahogado en el mar Julio de la Rosa, al zozobrar la barca en la que iba junto a sus amigos José Antonio Rojas, quien también perece, y Domingo López Torres, que logra salvarse. Con posterioridad, sus amigos de Hespérides publicarán en Gaceta de Arte (nº. 15, mayo de 1933) una breve antología de sus versos y, tras la guerra civil, es homenajeado con la publicación de algunas de sus poemas tanto en la revista Mensaje (nº. 3, marzo de 1945) como en el suplemento del periódico tinerfeño La Prensa «Gaceta Semanal de las Artes.» (nº. 699, 26 de agosto de 1965).
El Tratado de las tardes nuevas se sitúa dentro de la primera oleada vanguardista, junto a obras como Índice de las horas felices (1927), de Félix Delgado, Versos y estampas (1927), de Josefina de la Torre, Líquenes (1928), de Pedro García Cabrera, Diario de un sol de verano (1929), de Domingo López Torres, Lancelot 28º-7º (1929), de Agustín Espinosa o Campanario de la primavera (1930), de Emeterio Gutiérrez Albelo. Al igual que todos ellos, Julio Antonio de la Rosa surcó con su escritura muchas de las veredas que encajarían a la perfección en la órbita de la estética veintisietista, aunque en sus inicios comenzará publicando poemas lastrados por un epigonal romanticismo, entre los cabría situar las primeras composiciones del Tratado, agrupadas bajo el género título de «Primeros poemas», así como algunos poemas publicados en Hespérides como los titulados «Relámpago rojo» o «Presentimiento».
El Tratado de las tardes nuevas (1931) se compone de seis apartados líricos, cuyos títulos son «Primeros Poemas (1925-1926)», «Poemas Varios (1927)», «Poemas Ingenuos (1928)», «Tratado de las tardes nuevas (1929)», «Últimos Poemas (1930)» y «Plegaria». Como hemos mencionado más arriba, tras algunas composiciones que muestran unos primeros escarceos con el verso y con la estética romántica, en «Poemas varios» se abre un nuevo capítulo, en el que la poesía pura de clara influencia juanramoniana, así como la estética neopopularista e, incluso, algunas composiciones con leves toques ultraístas plantean un evidente cambio de rumbo. A partir de ahora, en palabras del propio poeta «mi verso es el esquema / de una realidad cierta, / de una visión sin viejos / prejuicios de razón». Conceptos ligados a la nueva literatura como «cristal», «blanco», «espejo» o «claridad» serán recurrentes a partir de ahora en su poesía. La veta neotradicionalista, que se verá acrecentada posteriormente en «Poemas ingenuos», permite al joven poeta posar su mirada sobre seres marginales ligados al mundo rural, como también lo hicieran Lorca, Alberti, Juan Ramón o Gerardo Diego. Títulos como «La curandera», «Poema de la gallinita ciega» o «Cañita de manzanilla» son buenos ejemplos de esta tendencia que convive con otros textos, como el titulado «Semblanza», cuya disposición casi caligramática muestra una poesía más intelectualizada, en la que tanto la disposición formal del texto en la página como la impronta simbólica que aportan las referencias cromáticas descubren a un escritor abierto a nuevas rutas.
«Tratado de las tardes nuevas», sección cuyo título es el mismo que el de todo el libro, ahonda en esta vertiente ultraísta: la sonoridad, el color, el ritmo, el mar, la luz se convierten en los puntos de anclaje del leitmotiv general, la tarde, momento taumatúrgico por excelencia. Decididamente su poesía se vuelve antirretórica en textos donde desaparece la puntuación, ahondando en una suerte de desnudez escritural que evidencia a un poeta que ya está a la vanguardia de la vanguardia insular. En esta sección destacan los textos cuyo título comienza con la expresión ‘tarde de’ (como «Tarde de molino», «Tarde de avión», «Tarde de jardín» y, especialmente, «Tarde nueva»), muy en sintonía con el Manual de espumas (1924), de Gerardo Diego, para quien un término o un sintagma era el punto de partida (el «trampolín», en palabras de Ortega y Gasset) para desgranar un aluvión de alusiones.
«Últimos poemas» y «Plegaria» muestran una voz poética que, en cierta medida, hay que situar en la estética de Cartones. Son un heterogéneo conjunto de poemas escritos poco antes de su fallecimiento, en los que respiran las líneas compositivas esbozadas con anterioridad: ultraísmo, neopopularismo y poesía pura. Gana terreno en las composiciones el paisaje, todo un motivo generacional, así como su compromiso con la tradición, que cobra vigor en textos cercanos formalmente al romance.