« Inicio / Archipiélago de las letras / José María de la Rosa
En la poesía canaria del siglo XX, José María de la Rosa es, sin duda, una de las voces más singulares. Esta singularidad tiene dos ejes vertebrales: por un lado, su mirada atenta y vigilante ante los acontecimientos que rodearon su vida y con los que siempre mantuvo una distanciada perspectiva crítica, aspecto este que, a nuestro juicio, se reflejó tanto en cómo daba a conocer su producción poética cuanto en los artículos que publicará en «Gaceta Semanal de las Artes» y en el rotativo El Día; y, por otro, su constancia y sólida concepción del propio hecho poético, pues siempre fue fiel en toda su producción literaria a un ideario, el surrealista, que oscureció con una rica variedad de matices su palabra poética, signada siempre por su carácter visceralmente humano y por su apasionada trascendencia existencial.
José María de la Rosa y López-Abeleda (1908 1908-1989) nació en Madrid. Con ocho años vino a las islas, donde estudió Bachillerato y se instaló con su familia en la calle Barranquillo de la capital tinerfeña. La casa azul , denominación que da a su hogar en algunos artículos aparecidos en el periódico El Día entre 1977 y 1979, será lugar de encuentro con muchos de sus compañeros generacionales, con quienes compartió arduas discusiones sobre arte , literatura y política; así, por ella pasaron Eduardo Westerdahl, Pedro García Cabrera, Domingo López Torres o Domingo Pérez Minik, entre otros. Es aquí donde despertaron sus primeros afanes intelectuales.
Pero es sin duda su hermano Julio Antonio su primera referencia creativa, como el propio José de la Rosa reconoció. Tras la muerte de aquel en el puerto de Santa Cruz una noche de agosto de 1930 –el mismo año, por cierto, en que nuestro poeta gana por oposición en Madrid, un puesto como funcionario de Hacienda-, se propuso continuar su labor literaria.
Precisamente con Julio Antonio asiste a las reuniones del grupo Pajaritas de Papel entre 1926 y 1928. José de la Rosa señaló siempre una suerte de continuidad entre la actividad de este grupo y revistas como Hespérides (1926-1929), La Rosa de los Vientos (1927-1928) y Cartones (1930), proyectos a los prestó atención desde la distancia. A principios de los años 30 se encuentra como secretario del Ateneo de Santa Cruz, que estaba bajo la presidencia de Agustín Espinosa; y en 1935 sustituye en Gaceta de Arte a Pedro García Cabrera como secretario de esta publicación. En este ambiente asiste, como testigo de excepción, tanto a la exposición sobre Óscar Domínguez que se celebra en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife (1933) y, en 1935, a la muestra de arte surrealista celebrada en Tenerife.
Todas estas inquietudes ya citadas conviven con sus inquietudes políticas: en los albores de la República formó parte de las Juventudes de Tenerife de Acción republicana , primer capítulo en el mundo político al que siguió la fundación del semanario Izquierdas . Años más tarde participará, con algunos compañeros de esta propuesta política, en Izquierda republicana. Todo este cúmulo de vivencias hace ver que José de la Rosa se sentía parte de un momento históricamente trascendental.
Pocos años después de acabada la guerra civil, marcha a la Península, y no regresará a Canarias hasta la década de los sesenta, entrando a ser colaborador, junto a algunos de sus compañeros de Gaceta d e Arte , en «Gaceta semanal de las Artes» (entre 1956 y 1966), suplemento cultural del periódico La Tarde; aquí publica poemas, reflexiones y algunos textos en prosa. En 1966 la editorial paralela a este suplemento edita su única obra publicada, Desierta espera, donde se recoge la mayor parte de su obra lírica hasta la fecha. En la década siguiente colabora en el periódico El Día , y en los ochenta participa en el periódico Jornada.
La veta surrealista es el cauce de expresión que mejor enhebra el carácter profundamente dramático y turbio de la poesía de José de la Rosa. Sus avatares vitales, entre los que sobresale la temprana muerte de su hermano, trazaron un perfil escritural lleno de nubarrones. Animado por aquel, comienza a escribir sus primeros textos, de corte romántico, en 1926; en ellos el propio José de la Rosa señaló la influencia de sus primeras lecturas de juventud (Bécquer, Zorrilla y Espronceda), a las que, guiado por su hermano –a quien el mismo tildó d e «mi camarada y mi maestro» -, siguieron las de Machado, Unamuno, Juan Ramón, Salinas, Lorca y, muy especialmente, Aleixandre. Estas lecturas robustecieron su concepción del hecho poético; a pesar de ello, nunca dejaron como secundaria una voz profundamente personal.
Si con anterioridad hemos hablado de que era un poeta singular en cuanto a la forma en que daba a conocer sus textos, ello obedece a que comenzó a publicar de manera ciertamente tardía. Es, precisamente, en gaceta donde publica su primer poema, «Ante la anatomía de Picasso» (nº. 37, marzo de 1936). De 1936 es también su primera obra, Íntimo ser , libro donde se aprecian con facilidad la huella de los poetas del 27 y los primeros destellos de surrealismo. A este primer libro le sigue Vértice de sombra , que iba a ser publicado por Gaceta de Arte; lamentablemente, el estallido de la guerra hizo que este proyecto no cristalizara en libro, pues el original de esta plaquette surrealista se perdió. Tras la contienda, José de la Rosa reconstruirá su escritura en 1940. Sin duda, Vértice de sombra supone, junto a Crimen , de Agustín Espinosa (1934), Dársena con despertadores, de Pedro García Cabrera (1936), Enigma del invitado (1936), de Emeterio Gutiérrez Albelo y Lo imprevisto (1936; inédito hasta 1981), de Domingo López Torres, una de las referencias líricas fundamentales del movimiento surrealista en Canarias. Este poema, distribuido en 21 fragmentos, se configura como una suerte de ecos de ausencia y diálogo de silencios que palpitan en la atmósfera onírica y desatada del surrealismo.
Pero la guerra no supuso para José de la Rosa un abandono de su diálogo con la palabra pues, desde el silencio y la reflexión, siguió escribiendo de manera incesante. Prueba de ello son algunos poemarios, que no se publicaron hasta 1966, como Ausencia (194 5) -donde se dan cita el sufrimiento, la soledad y la agonía de sentirse vivo vivo- y Viento o muerte (1950), obra de título aleixandrino con la que el poeta bucea en las ciénagas oscuras de su más remota intimidad.
En 1966 se publica, con un prólogo de Domingo Pérez Minik, Desierta espera, que representa, hasta ese momento, su obra completa; junto a los libros poéticos citados, aparecen Amor en el tiempo, Mundo y gentes y Paisaje, volúmenes que, en contraste con los anteriores, poseen una tonalidad más evocativa y, en el caso de Paisajes, los poemas son de corte más descriptivo.
Entre 1945 y 1964 José de la Rosa vivió fuera de su isla natal. Es en este momento cuando inicia sus colaboraciones en distintos rotativos de las ciudades en las que vive y trabaja; así, colabora el diario de Teruel Lucha o en Información , de Alicante, entre otros (también colaboró en El Universal , de Caracas). De su escritura en prosa despuntan los textos que publica con cierta regularidad en el suplemento del periódico La Tarde «Gaceta Semanal de las Artes» desde 1956; en ellos podemos encontrar en varias series (como las subtituladas «Evocaciones», «Postal de Madrid» o «Postal de Andalucía») desde relatos costumbristas hasta crítica literaria y, por supuesto, algunos adelantos poéticos de libros no publicados hasta ese momento que no aparecerán hasta la edición de Desierta espera.
En la década de 1970 José de la Rosa aparece como colaborador del periódico El Día, colaboraciones que comenzaron a producirse, de manera esporádica, desde 1968. Entre estas hay que destacar las tituladas «La República, el Ateneo y Gaceta de Arte» (publicada en cuatro entregas entre julio y noviembre de 1977) y «Aventuras y desventuras de la casa azul» (en siete entregas entre julio y agosto de 1979).