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Es autor de una considerable obra narrativa que se ha desarrollado por toda la segunda mitad del siglo XX y alcanza los primeros años del XXI. Su mundo de ficción se puebla de personajes problemáticos y excéntricos que salen del mundo común en busca de un conocimiento o de una verdad que, como todo espejismo, resulta inalcanzable.
Nace en Granadilla (isla de Tenerife) en el año 1920. Sus padres eran maestros y marchan pronto a un nuevo destino escolar. La infancia y sus primeros estudios se desenvuelven inicialmente
en Igueste de Anaga, prosigue luego en Santa Cruz y culmina en La Laguna. Ingresa en la Escuela de Magisterio y realiza dos cursos de Ciencias en la Universidad. Es llamado a filas en plena Guerra Civil, en el año 1938, aunque no participa en combate. Se mantiene durante varios años en diferentes centros militares (Gran Canaria, Fuerteventura, Tenerife). Durante los años castrenses no deja de escribir y, en ese ámbito, se sitúan los comienzos de una época formativa y de vocación literaria. Se siente atraído por escritores de la generación del 98, como Pío Baroja, Azorín o el Unamuno que ve en lo intrahistórico la manifestación de lo inconsciente en el marco verificable de lo histórico. Se licencia en el año 1944 y se incorpora como maestro a diversas escuelas del Archipiélago. Cuando regresa a Tenerife se reencuentra con su amigo Julio Tovar, por cuya mediación conoce A Rafael Arozarena, con quien compartió en el año 1988 el Premio Canarias de Literatura. En 1950 aparece su primer cuento, “El Alma de las cosas”. Un lustro después colabora asiduamente, con publicaciones de cuentos, reseñas de libros y artículos críticos, en el suplemento Gaceta Semanal de las Artes, del periódico La Tarde. Fueron años de fructífera relación cultural; se aproxima a personalidades, como Domingo Pérez Minik y Eduardo Westerdahl, provenientes de la desaparecida revista Gaceta de Arte; también se acerca a sus coetáneo Enrique Lite, Antonio Vizcaya o Pedro González quienes habían conformado el grupo Nuestro Arte. En los años setenta formó parte destacada del denominado Boom de la Narrativa Canaria. Se mantuvo firme, constante y exigente en su quehacer literario durante más de medio siglo.
La década del cincuenta se muestra con toda su descarnada miseria: se habita en un espacio insular que se halla social, moral y culturalmente degradado. En ese momento Isaac de Vega quiere emprender la realización de una novela. Pero no se siente a gusto con el modelo que aporta la novela realista. Rafael Arozarena será un compañero que coincide en la necesidad de abrir nuevas rutas a la creación literaria. Se incorporan también a esta nueva manera de pensar los escritores Antonio Bermejo y José Antonio Padrón. Los cuatro integran el denominado grupo fetasiano. Este grupo cuenta con un marco fundamental de referencias que no se ajusta a las ideas provenientes de una sociedad y de un mundo de fuera que les resulta ajeno y que no atrae, ni emocional ni intelectualmente, a ninguno de ellos. Es dentro del grupo donde se va generando una viva y continua actividad; se pone en discusión las lecturas de obras universales; entran a debate diversas cuestiones y temas que, si en principio no venían de la literatura, acabarán llegando a las respectivas obras literarias aún por venir. Eran reuniones para conversar y poner a flote todas sus intuiciones, experiencias e incertidumbres. El grupo entendió que necesitaba un verbo propio que pudiera contener el gran misterio del mundo, del hombre y de la vida. Rafael Arozarena le puso nombre: lo llamó Fetasa. Tan camaleónica es la palabra que se le recomienda a Isaac de Vega que titule con ella la que será su novela emblemática: Fetasa.
La obra narrativa de Isaac de Vega se distancia del modelo y de los procedimientos del realismo literario. Como consecuencia de ello se crea un ámbito y un tipo peculiar de personaje el cual no acata las normas impuestas por un espacio culturalizado. Los protagonistas fetasianos huyen del recinto que los quiere domesticar; la mera acción de evadirse de una sociedad mortecina les infunde, pese a su caracterización de antihéroes, un rango diferenciador con respecto a aquellos otros que se manifiestan obedientes a la ley del rebaño. Tal salida de lo cotidiano pone al sujeto en medio de un universo en el que se manifiestan fenómenos imprevisibles. Ese hombre solitario en medio de paisajes insólitos va interiorizando la extraña acumulación de vivencias que le sobrevienen. Esa irrealidad se integra en el entorno vital del ser humano pues el autor no esquiva la realidad circundante. El relato se configura como un viaje por el interior de sí mismo que le procura al personaje una potenciación del espíritu. Su novelística, de intenso signo existencial, suele mostrar además una conciliación de las técnicas expositivas del expresionismo y del surrealismo.