« Inicio / Archipiélago de las letras / Ignacia de Lara
Ignacia de Lara es una de las figuras más importantes del Modernismo en las Islas Canarias. Desde muy joven tuvo claro su deseo de dedicarse a las letras, si bien fue en la madurez cuando escribió la mayor parte de su obra, que abarca varios registros, desde la poesía lírica y la canción popular, hasta el ensayo periodístico o el relato corto. Sus composiciones poéticas, enriquecidas por su acervo cultural e influidas por el simbolismo, reflejan un magnífico encuentro entre los temas del amor, la libertad, el desarrollo de la mujer y el dolor, y sus creencias religiosas.
Ignacia de Lara Henríquez nace en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de agosto de 1880. Es la tercera hija de Antonio de Lara y Barraquero, natural de la villa de Osuna (Sevilla), que fue a la capital grancanaria para desarrollar su profesión de sastre, y de Victoria Henríquez Rivero, natural de Las Palmas de Gran Canaria, que le inculcaría valores como la paciencia y la capacidad para las relaciones sociales, entre otras cualidades.
De sus abuelos paternos sabemos sus nombres: Manuel de Lara Aguilar y María Dolores Barraquero y Orellana, de procedencia andaluza, de quienes hereda el carácter alegre y su facilidad para la comunicación, como descubrimos en su primer libro, titulado Tiré de un recuerdo… y como las cerezas, (1922), en el que relata sus experiencias de estudiante.
Los estudios en el colegio de las M.M. Dominicas de Las Palmas de Gran Canaria le facilitaron el acceso a la entonces Escuela Normal de Gran Canaria, en la que en 1896 se graduaría de maestra. Esta formación le abriría las puertas a encuentros literarios y tertulias, con el consecuente intercambio de impresiones con intelectuales de diversa índole. Comparte así amistad con importantes personajes de las letras como Alonso Quesada, Tomás Morales, los hermanos Millares Cubas, Francisco González Díaz, Juan Sosa Suárez, etc. Igualmente es contemporánea, con alguna diferencia generacional, de Josefina de la Torre, Chona Madera, Pino Ojeda, etc., con quienes comenta igualmente sus inquietudes.
Su matrimonio con Miguel Colorado D’Asoy, profesional de la guardia civil y, en sus horas libres, escribiente en la oficina de la empresa inglesa Elder y Dempster, ubicada en Las Palmas de Gran Canaria, se llevó a cabo el 20 de diciembre de 1909 en la Parroquia de San Bernardo, actual ermita de San Telmo. Durante los veintiún años que vivieron juntos, la mayor parte entre Barcelona y Madrid, se produjo un notable deterioro en su relación, agravado por la imposibilidad de tener descendencia, lo que obligó a la escritora a una separación real, aunque no eclesiástica. Esta circunstancia ocupará un lugar importante en su obra.
Ignacia de Lara regresaría definitivamente a su ciudad natal en noviembre de 1931, después de la muerte de su marido, ocurrida unos meses antes.
La escritora, de fuerte personalidad literaria, supo igualmente posicionarse en la esfera pública al abanderar la lucha por el desarrollo de la mujer en lo social y en lo cultural, durante los años que fue Presidenta de Acción Popular de la Mujer en Canarias, en el periodo de la II República. La insistencia en mentalizar a las mujeres en el ejercicio del derecho y obligación al voto en las elecciones de 1933, fue un objetivo fundamental en su trayectoria política.
El año 1954, el entonces alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, José Ramírez Bethencourt, otorga el nombre de Ignacia de Lara a una calle de la ciudad, en la zona denominada de Escaleritas. Igualmente en el Valle de Jinámar, Gran Canaria, otra calle lleva su nombre a partir del año 2013.
No es fácil clasificar la obra de Ignacia de Lara desde un único punto de vista. Mujer abierta y observadora de las circunstancias que está viviendo el mundo, y en concreto las Islas Canarias, supo expresarse según la sensibilidad y las formas estéticas del momento, con una gran capacidad para reflejar las realidades y acontecimientos que la rodeaban y, a la vez, con un profundo sentimiento religioso. El contacto con los escritores canarios y la lectura de los extranjeros, como se observa en la correspondencia mantenida con el escritor Juan Sosa Suárez, la convierten en una mujer de mente abierta para la época. Su prosa, incluida la publicada en los periódicos locales, era vehiculada con un lenguaje claro y conciso.
Su obra poética la podemos dividir en dos momentos diferentes. La primera parte, hasta el año 1930, es más intimista y simbolista. La segunda etapa, más rítmica y colorista, comienza después de la muerte de Miguel Colorado D’Asoy (1931). Su expresión, ahora, encajará totalmente con las postrimerías del Modernismo. La producción de esta etapa se encuentra dispersa en prensa.
Su obra cumbre publicada es Para el perdón y para el olvido (Barcelona, 1924), libro que, como le expresa Tomás Morales en una carta, es fruto de “esa emoción del instante.” Con prólogo de Francisco González Díaz, el soneto que sirve de pórtico al mismo libro, escrito por Tomás Morales y reproducido en el volumen de forma manuscrita, dice: “¡Oíd la voz que viene cargada de Armonía! El ruiseñor inicia su canción”.
Para el perdón y para el olvido es una obra cargada de contenido simbólico. Ignacia de Lara alude a realidades como la muerte, el dolor, la soledad, el abandono, siempre a través de una clara conceptualización que nos remite a una configuración arquetípica, mediante símbolos como el árbol, la noche, la luna, las aves, el nido, el fuego, las ruinas, el vino y la copa, y de manera muy significativa, las flores. Este entramado simbólico viene encauzado por múltiples recursos expresivos (personificaciones, contrastes y antítesis, paradojas, ironías, metáforas, perífrasis, epítetos, etc.), todo ello utilizado con acierto y mesura.
Poco antes de su muerte (1940) dejó escrito el libro titulado Entre paisanos. Cantares, redactado a petición de algunos de sus colegas, amantes del folclore. El volumen comienza así: “Esto es como un juego sencillo, casi ingenuo, con toda puerilidad de las cosas intrascendentes”. La propia escritora no se percató de la riqueza antropológica y costumbrista que legaba con esta obra, hoy en día considerada como una importante aportación a la literatura de raigambre popular. Algunos de estos cantares han formado parte del repertorio de agrupacions musicales como Los Gofiones o la Agrupación Folkórica Arnao.