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Pese a la brevedad de su existencia, Fernanda Siliuto representa el signo trágico del romanticismo; víctima de la tuberculosis, hace vida aparte en un convento del Puerto de la Cruz (Tenerife), en el que inútilmente aguardará el regreso de su prometido desde tierras americanas. Lo destacable de su poesía consiste en que la expresión de la sentimentalidad es siempre contenida por una sorprendente ejercitación en los recursos métricos y retóricos.
Fernanda Siliuto nació en La Laguna el 20 de marzo de 1834 y murió en el Puerto de La Cruz, el 23 de abril de 1859. Recibió su educación en el contexto de una familia burguesa que responde a un doble ideario de organización de la vida: en lo político, el poder monárquico; en lo religioso, un catolicismo de tipo conservador. Es probable que en aquel medio dispusiera de una surtida biblioteca en la que no debió faltar una representación de la literatura grecolatina así como de los autores renacentistas y barrocos hispánicos, de acuerdo con las reminiscencias que de tal patrimonio se detectan en su poesía.
Quienes han escrito sobre ella recuerdan el dato de que en San Juan de la Rambla Fernanda conoce y enamora de un primo hermano suyo que marcha a América para hacer fortuna; durante más de un lustro aguarda su regreso en el exconvento de Santo Domingo del Puerto de la Cruz, donde, enferma de tuberculosis, fallece. Fue amortajada con el traje de novia que, en un arcón, había quedado dispuesto para el acto de la unión matrimonial. En los periódicos de Canarias dejó publicada una veintena de poemas. Llegó a verse representada en la colectánea de Carlos de Grandy el Álbum de literatura isleña (Las Palmas, 1857).
Fernanda Siliuto pertenece a la segunda promoción del movimiento romántico, conformada por los poetas nacidos en torno a la tercera y cuarta décadas de la centuria decimonónica: Claudio F. Sarmiento (1831-1905), Rafael M. Martín Fernández Neda (1833-1908), José B. Lentini (1835-1862), Antonio Rodríguez López (1836-1901) y Heraclio Tabares Bartlett (1849 1865), en la que resulta asimismo enmarcada una extensa relación de mujeres que escriben poesía: María Victoria
Ventoso y Cullen (1827-1910), Encarnación Cubas y Báez (1832-1915), Cristina Pestana Fierro (1834- 1860), Dorotea Vizcaíno (1835-1899), Victorina Bridoux y Mazzini (1835-1862), Isabel Poggi y Borsotto (1840-?), entre otras.
No escapó a Álvarez Cruz el destacar el hecho de que en Siliuto el espíritu romántico (ciertamente distante del pensamiento liberal y progresista) impregnó más su existencia que su obra; el signo trágico de aquella aparece disciplinadamente asedado por su formación religiosa, alimentada por la lectura de autores ascéticos y místicos (fray Luis de León, san Juan de la Cruz, Teresa de Ávila), sin descartar las huellas de autores grecolatinos (Virgilio, Horacio, Séneca). Otros ecos de su poesía remiten a Meléndez Valdés, Espronceda, Bécquer, Zorrilla… No desconoció la poesía de Lamartine, en particular sus Meditaciones poéticas (1820-1849) y el significado último que el poeta francés dio a la Naturaleza. De ello resulta en Siliuto una expresión que, conciliadora de elementos mitológicos y cristianos, se funde en diversificados paisajes de La Laguna, Tacoronte y, sobre todo, de La Orotava, cuyo Jardín Botánico parece haber identificado con una imagen edénica.
Se sirvió de los metros clásicos (sonetos, décimas, octavas reales, sextetos, quintetos, etcétera) de modo exento o adicionados a otras combinaciones estróficas; las libertades que se toma en este ámbito afectan a las rimas que, en ocasiones, se apartan de las exigencias del modelo preceptivo para entremezclar la consonancia y la asonancia, o se sirve de la rima canaria, que iguala el sonido de las c, z, y de la s.