« Inicio / Archipiélago de las letras / Domingo López Torres
El poeta y ensayista Domingo López Torres se erige como uno de los intelectuales más notables de la literatura de entreguerras en Canarias. Su obra poética surca una travesía que, tras algunos escarceos tardomodernistas, navega por mares de tormenta desde las corrientes veintisietistas hasta el surrealismo. Pero es, sin duda, su vertiente crítica la que lo encumbra como referente esencial de los postulados surrealistas, al ser uno de sus difusores más incondicionales.
Domingo López Torres (1910-1937) nació en Santa Cruz de Tenerife. El más joven de los vanguardistas canarios estuvo muy ligado al mar y al puerto desde su infancia, y se dedicó a temprana edad a la realización de ciertas labores de orfebrería; más adelante trabajará en una oficina consignataria de buques.
Con respecto a su formación siempre destacó su labor autodidacta, hecho que fortaleció desde muy pronto tanto su abierta mentalidad como su capacidad receptiva con relación a las últimas tendencias creativas. Tal es así que, con el tiempo, regentó una librería, denominada Estanco nº. 5, situada en la Plaza de la Candelaria de la capital tinerfeña, en la que, junto a sus compañeros generacionales, pasaría muchos ratos debatiendo sobre arte y literatura.
Con apenas dieciséis años participa en algunos proyectos y publicaciones como Hespérides o el grupo Pajaritas de Papel. A partir de este momento colaborará en periódicos y revistas como La Prensa, La Tarde, El Progreso, El Socialista, Cartones −propuesta estética en cuya órbita hay que situar su primer poemario, Diario de un sol de verano y que, muy pronto, se vio truncada por la muerte de dos de sus animadores, Julio Antonio de la Rosa y José Antonio Rojas−, A la nueva ventura, Almanaque literario, y, sobre todo, Índice –donde se muestran, con mayor radicalidad, sus postulados políticos− y Gaceta de Arte, revista de la que fue redactor.
A partir de 1930 su compromiso político izquierdista se acrecienta, a la par que el ensayista comienza a compartir escenario escritural con el poeta. Será Gaceta de Arte, donde participó activamente publicando poemas y ensayos embebidos en la impronta surrealista, la palestra desde la que, muy pronto -1933-, anunciara la inminente publicación de su libro Surrealismo, que nunca vería la luz. Cuando André Breton, junto a Jacqueline Lamba y Benjamin Péret, visitan Tenerife con motivo de la exposición surrealista que se celebró en 1935, López Torres escribió en la prensa algunos de los artículos sobre el surrealismo más sobresalientes. En este mismo año, en que se publica Índice, entrevista al propio Breton; esta entrevista aparecerá en el libro del poeta francés titulado Position politique du surréalisme. Un año después, colabora con Eduardo Westerdahl en una monografía sobre Hans Tombrock, que se publicará en Zurich.
El año en que estalla la guerra civil López Torres es apresado y llevado a la prisión de Fyffes a causa de su compromiso izquierdista, lo que le hizo interesarse por el realismo social; allí convive junto al artista plástico Luis Ortiz Rosales, el mismo que había realizado la portada del único número de Índice. En este ambiente escribe los poemas de Lo imprevisto; Rosales ilustrará esta obra que, junto a Crimen, Dársena con despertadores, Enigma del invitado y Vértice de sombra es una de las referencias clave del surrealismo en Canarias. En el mes de febrero del año siguiente, López Torres es vilmente lanzado desde un barco nodriza al mar en un saco, lo que supone uno de los desenlaces vitales más crueles en el seno de los intelectuales canarios del siglo XX.
La escritura lírica de Domingo López Torres se movió entre la estética veintisietista y el torrente surrealista. Comenzó escribiendo versos de corte tardomodernista en el semanario Hespérides y en el periódico El Progreso. Posteriormente, en Cartones, de la que solo aparece un número en junio de 1930, publica dos poemas de su plaquette inédita Diario de un sol de verano (1929). En este poemario nos ofrece instantáneas del mar en su constante metamorfosis; el mar, más que un tema e, incluso, más que un eterno elemento simbólico, es un horizonte que marca una forma de mirar o, más bien, de contemplar y enfrentarse a la vida y al mundo. Junto a este valor contemplativo del arte poético, comparte López Torres con sus compañeros generacionales rasgos como la búsqueda de un imaginario insular insuflado de valores plásticos, la convergencia de elementos universalmente simbólicos en el espacio insular o, también, signos estéticos modernos como la abstracción y la depuración.
A partir de 1932 su radicalidad lírica se plasma en poemas que, poco a poco, van abrazando con mayor y virulenta consistencia los planteamientos creativos surrealistas. El punto culminante de su compromiso ético y estético con el ideario bretoniano cristalizará en Lo imprevisto (redactado en 1936), uno de los poemarios esenciales en el marco surrealista. El dramatismo que surca todos los poemas de esta obra –reflejo, también, de las dramáticas circunstancias en que fue concebida-, encuentra dos de sus formas de expresión en la presencia de elementos metálicos y puntiagudos (que ya aparecen en la portada que Luis Ortiz Rosales realiza para Lo imprevisto) y en la deformada visión –huida hacia el fondo- de la realidad. La libertad creativa que López Torres ofrece en los seis poemas de este libro-objeto contrasta con la situación de presidió en la que el poeta se encontraba. Desde la óptica surrealista serán existencialmente trascendidos temas como la sexualidad –con el asesinato erótico como variante en alguna de sus composiciones−, la soledad, la hediondez y lo putrefacto. Será una suerte de transitoriedad metafórica, simbólicamente concretada en un elemento como la nube, la que permita a López Torres lograr un equilibrio entre lo exterior y su dinamismo interior. Esto se verá reflejado en poemas llenos de asociaciones insólitas y versos descoyuntados sintácticamente que, expresivamente, muestran esa distanciada percepción de lo cotidiano que el poeta persigue.
Como ya hemos mencionado, es a partir de 1930 cuando comienza el diálogo entre el poeta y el crítico, pues a pesar de que López Torres no deja de dialogar en y con la palabra poética, es ahora cuando comienza a publicar en la prensa periódica diferentes artículos; el primero de ellos sale en Altavoz, publicación dirigida por su amigo Pedro García Cabrera. En muchos de estos trazos críticos podemos encontrar lazos de unión entre la reflexión y la creación poética, en sintonía con la peculiar manera que autores como él mismo y, sobre todo, Agustín Espinosa, tenían de afrontar la crítica literaria en particular y la artística en general. No hemos de olvidar que por esta época López Torres se encuentra ligado a las actividades del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife junto a Pedro García Cabrera o Eduardo Westerdahl, con los que ya había establecido nexos desde Hespérides. En este ámbito ofrecerá algunas charlas sobre arte y literatura, aunque será Gaceta de Arte la tarima desde la que López Torres catapulte su visión más crítica y comprometida sobre cuestiones de actualidad de variado —y moderno— signo. Además, en la sección de La Prensa titulada «Expresión de G.A.» publicará algunos de sus ensayos más comprometidos con el surrealismo. En estos artículos sobresale desde muy pronto su agudeza intelectual, cimentada en su notable bagaje lector: la pintura –como los artículos que dedica a Juan Ismael, Servando del Pilar o Brandt-, la escultura –como en el caso del ensayo dedicado a Hans Arp- y la literatura –donde sobresalen, en el caso de la literatura insular última, los que aplauden la labor de algunos de sus compañeros generacionales-, junto con otros artículos de corte más claramente político, serán los temas recurrentes. Pero serán sus prosas críticas ligadas a la estética bretoniana las que formarán el corpus más sólido y notable de su producción; con títulos como «Surrealismo y revolución», «Psicogeología del surrealismo», «¿Qué es el surrealismo?», «El surrealismo» o «Aureola y estigma del surrealismo».