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Benito Pérez Galdós consiguió volcar la realidad de su tiempo en un universo de ficción trabado y coherente de más de cien títulos en los que nunca falta ni la voluntad de constancia socio-histórica, ni el trazado de perfiles humanos significativos y complejos, ni la tensión textual necesaria para atrapar al lector. Hoy es considerado no solo el mejor novelista español del siglo XIX sino, con Cervantes, el mejor de todos los tiempos.
Benito Pérez Galdós fue un grancanario nacido en 1843 que, tras culminar su bachillerato en 1862, marchó a Madrid con el propósito de estudiar Derecho. Pero no era esa su vocación. En los primeros años madrileños, más que frecuentar las aulas, observa la vida en las calles y en las plazas, va nutriendo su biblioteca particular, asiste a las sesiones de teatro, descubre los museos, dibuja impresiones personales en las tertulias de los cafés y descubre las sesiones del Ateneo y de otras cátedras progresistas. Va en busca de su camino profesional.
Muy pronto comenzó a colaborar en los periódicos madrileños, descubriéndose como crítico musical inteligente y como observador social despierto y curioso. En 1867 y en 1868 realiza, acompañado de su familia, sendos viajes a Francia, con estancia dilatada en París. El regreso del segundo de estos viajes coincide con el estallar de la revolución del 68, «la Gloriosa»; ante ello, Benito decide no continuar la ya iniciada vuelta a su isla natal y regresa a Madrid acuciado por dos llamadas: la de la historia patria, que quiere contemplar en vivo y en directo, y la de la literatura, su ya decidida vocación profesional. Madrid será, desde ahora y para siempre, su residencia, con estancias dilatadas en Santander y viajes continuos por toda España y por Europa. Casi enseguida, en 1871, consigue un nombre y un público con su primera novela, La Fontana de Oro, no por casualidad una novela histórica; inmediatamente después publica El audaz, las dos series iniciales de los Episodios Nacionales, y la redacción de las llamadas novelas de tesis y sociales (Doña Perfecta, Gloria, Marianela y La familia de León Roch). En 1881, cuando marca el verdadero triunfo de la novela realista con La desheredada, era ya escritor de prestigio, con veintiséis títulos publicados. En adelante, proseguirá un camino sin pausas como novelista de éxito y, a partir de 1892, también como dramaturgo. Un estreno teatral, Santa Juana de Castilla, cerrará su obra en 1918.
Paralelamente a su extraordinario papel de creador, conoció Galdós intensa vida pública. En 1886 el partido liberal de Sagasta lo designa como Diputado por Guayama (Puerto Rico). En junio de 1889 es nombrado Académico de la Lengua, cuyo ingreso dilatará hasta 1897. En enero de 1901 conoce la apoteosis teatral del estreno de Electra, una obra que despertó gran polémica; en 1902 viaja a París (en donde es recibido por Isabel II) y en 1904 a Marruecos. 1907 es el año de su elección como Diputado Republicano a Cortes por Madrid, en el centro de una intensa actividad política que proseguirá muy activa en los años siguientes. Verá triunfar su candidatura con la Conjunción Republicano-Socialista en 1910. 1911 puede considerarse como el año del inicio de su decrepitud física con el agravamiento de serios problemas de vista. En 1914 es elegido Diputado Republicano por Las Palmas y propuesto como candidato al Premio Nobel de Literatura. En 1916, y tras un segundo intento frustrado de conseguir el Nobel, redacta las Memorias de un desmemoriado y conoce la alegría del estreno de la versión teatral de su obra Marianela por los hermanos Álvarez Quintero. En 1919 Madrid le erige, por suscripción popular, un monumento en el Parque del Retiro. Un año después, el 4 de enero de 1920 muere Galdós en Madrid, rodeado del calor popular.
A lo largo de la primera mitad del siglo XIX español, la novela había ido afirmándose como género literario de especial interés: no sólo mostraba ese interés un público cada vez más amplio y numeroso buscaba en él distensión y entretenimiento, sino también iba consolidándose como eficaz canal de difusión de las ideas de libertad y progreso que la época demandaba. Muy abundante fue en la época el número de estas publicaciones en España (traducciones de textos extranjeros, muchas de ellas). Los temas de asunto social, sentimental o de aventuras dominaban el naciente mercado, que contaba como soporte con la facilidad de las ediciones por entregas y de los folletines en la prensa. Pero faltaba consistencia y escaseaba la calidad. Consciente de ello es el joven Galdós que en 1865, cuando empezaba a afianzar su voz en el mundo literario de Madrid, pública un ensayo más que lúcid: «En España el movimiento literario no se parece en nada al del vecino imperio. Se publican pocos libros; mas estos libros, aunque pocos, no pueden calificarse de buenos. Las medianías se entronizan y quieren imponer sus producciones al público que las toma por no tener otras mejores. Salvo honrosas excepciones, las obras publicadas no merecen sino el olvido». Así las cosas, el propio Galdós emprendería la renovación de este panorama con su primera novela, La Fontana de Oro, cuya fecha de aparición, 1871, marca el arranque de la novela realista. A partir de ese momento, y hasta 1915 en que publica su último texto novelístico (casi cincuenta años de escritura), Pérez Galdós fue construyendo un universo de creación trabado y coherente cuyos más de cien títulos marcarían el desarrollo de la novela española de su época. Porque en los cimientos de ese mundo de ficción y en los pasos de su elaboración, Pérez Galdós, sin olvidar los sedimentos románticos, fue avanzando por los distintos momentos estéticos del realismo español, hasta llegar a la asimilación en esa novela de las tendencias espiritualistas y simbolistas que marcarán la literatura del final del siglo y que abrirán las transformaciones de la novela del siglo XX y la actual. Hoy es considerado no sólo el mejor novelista del siglo XIX sino, con Cervantes, el mejor de todos los tiempos.