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Antonio Hernández de Viana, que cambió el orden de sus apellidos según costumbre de la época, nació en La Laguna en 1578 y fue bautizado en la Iglesia de la Concepción de esa ciudad el 21 de abril de ese mismo año. Su padre, Francisco Hernández, era un funcionario encargado de vigilar los mercados y fijar los precios de las mercancías. Su madre, María de Viana, procedía de una familia venida de Madeira.
En 1595 Antonio de Viana se marcha a Sevilla a estudiar Bachiller, pero después de año y medio, aparece encarcelado por deudas en una prisión de Las Palmas de Gran Canaria. Saldada su deuda, sale libre pero, en junio de 1599, ya en Sevilla, Viana vuelve a endeudarse. Es entonces cuando aparece un personaje que va remediar los males económicos del poeta. Se trata de Juan de Guerra Ayala, 5º señor del Valle de Guerra, que será quien le encargue lo que va a ser su única obra de creación: Antigüedades de las Islas Afortunadas. Así, el poeta empieza a escribir su gran obra, con solo 24 años, Poema que terminará en 1602, – el mismo año en que obtiene el título de Bachiller- y que se publicará en esta ciudad dos años después, costeado por Guerra e impreso por Bartolomé Gómez .
Poco después, Antonio de Viana obtendrá su título de médico cirujano. Durante esta segunda estancia en la capital hispalense, el poeta conoce a Lope de Vega y este le dedica un soneto que Viana pondrá al frente de su obra Las Antigüedades.
A finales de 1605 empieza a ejercer como médico en La Laguna, donde permanecerá, aparte de una breve estancia en Las Palmas donde conoce a Bartolomé Cairasco, hasta 1611, fecha en la que, por problemas económicos, regresa a Sevilla. Desde ese momento y hasta 1631 trabajó en el Hospital del Cardenal de Sevilla como cirujano. Además ejerció también como médico de la Real Armada, por lo que visitó muchos puertos españoles y viajó por Italia y otros lugares de Europa.
El Cabildo Insular de Tenerife lo reclama de nuevo y le hace un contrato como médico insular, mejor remunerado, en teoría, que el anterior. Antonio de Viana decide entonces abandonar Sevilla y venir a Tenerife en junio de 1631. Esta será la última vez que el poeta permanecerá en la isla. Problemas burocráticos, agravados por la agresión a uno de sus hijos, hacen que Viana decida marcharse a Las Palmas para fijar allí su residencia. Pero allí vuelve a encontrarse con los mismos problemas administrativos y, en octubre de 1634, se marcha definitivamente de las Islas.
Estando en Sevilla, en 1649, se desata una epidemia de peste en la que Antonio de Viana demostró una vez más su profesionalidad y eficacia como médico, por lo que es muy elogiado.
Las últimas noticias que tenemos del poeta es que el 7 de junio de 1650, cuando tenía 72 años, firmó una certificación médica, por lo que se piensa murió ese mismo año.
El ensayista Juan Manuel Trujillo afirma, refiriéndose a Antonio de Viana: “Tenerife no tiene poeta, mejor dicho, tiene un poeta incompleto, Antonio de Viana; pero Tenerife ha tratado duramente a su poeta único.”
Tal vez exageraba, pero lo cierto es que a Viana no se le ha hecho popular. Sin embargo y a pesar de que el Poema o Antiguedades de las Islas Afortunadas es la única obra creativa de este autor, escrita cuando contaba 24 años y con la presión del mecenazgo de Juan de Guerra, ha sido objeto de numerosos estudios críticos, desde Viera y Clavijo hasta M.ª Rosa Alonso, pasando por Menéndez y Pelayo, Cioranescu, Millares Carló, Valbuena Prat o Sánchez Robayna.
La obra, que lleva el enorme título de Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria, conquista de Tenerife y aparecimiento de la Santa Imagen de Candelaria, en verso suelto y octava rima, dirigido al capitán don Juan Guerra de Ayala, señor del mayorazgo de Valle de Guerra. De esta primera edición hay que destacar que se conserva un ejemplar en la Biblioteca de la Real Sociedad Económica de amigos del País de Tenerife, en La Laguna, y que a partir de este ejemplar se realizaron las ediciones modernas con las que hoy contamos.) es, dejando aparte la circunstancia del encargo, un poema apasionado, inspirado en el gran amor que el poeta sentía por su patria y que lo lleva a enaltecer, incluso con exageraciones, las costumbres del pueblo guanche, mostrándolo como un modelo de virtudes, fortaleza y belleza. Claro que no menos perfectos eran los conquistadores, a los que el poeta describe como grande y generosos caballeros, lo que, dada la historia, habría mucho que decir de esta alabada caballerosidad.
En su Poema, Viana no solo se convierte en historiador sino que, llevado por su deseo de equilibrar a vencedores y vencidos disfraza y poetiza la historia.
Y así vemos hechos o descripciones reales, como la de las Islas, cuyo paisaje es el verdadero paisaje canario de la época, en el que no podía faltar el Teide y, sobre todo, el mar; los sucesos de la Conquista de Canarias, narrados a veces con un crudo realismo, o la lista que parece interminable de los conquistadores (ocupa unos 500 versos), entre los que incluye al inventado Juan de Viana, al que considera su ascendente.
Pero, dejando a un lado exageraciones y algún que otro invento (quizá demasiados), lo que es cierto es que la obra de Viana, sobre todo gracias a su invención del mito de Dácil, se convierte en un poema “fundacional”. Y es que, sin proponérselo, Antonio de Viana convierte a Dácil en el símbolo de la Isla. Una isla que, como la princesa guanche, lo espera todo del mar. Las Antigüedades tiene todos los ingredientes de un poema épico: la aparición de elementos sobrenaturales como la predicción del adivino Guañameñe o la aparición y milagros de la Virgen de Candelaria, la exaltación de los héroes y su valor que supera lo humano, la muerte de algún jefe y la lamentación por este luctuoso suceso, la guerra, los episodios amorosos y todo esto combinando los motivos de la épica renacentista con el mundo prehispánico de los guanches. Dos episodios de leyenda, el mito de Dácil y la aparición de la Virgen de Candelaria que van a ser la fuente de inspiración de Lope de Vega para su obra teatral Los guanches de Tenerife.
De esta forma, Las Antigüedades de las Islas Afortunadas, se constituye, según Valbuena Prat como «la única obra épica que representa todo el paisaje, espíritu y leyenda heroica reciente de una región de habla castellana, en los albores del siglo XVII, representando -aunque de un modo sin comparación más modesto, pero con el mismo brío racial- para los canarios lo que la epopeya de Camõens para los portugueses. Y del que dice D.ª María Rosa Alonso es «fuente para entender a nuestros guanches, nuestros paisajes, nuestra historia, nuestra literatura y nuestros símbolos.»