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La poeta, de ascendencia italiana, nació en Cádiz, en 1809. De su unión matrimonial con el comerciante francés Charles Honoré Bridoux y Lefévre, nació en Inglaterra, en 1835, Victorina, que habría de ser también poeta. Muerto el señor Bridoux en Valparaíso, a donde le habían llevado asuntos de negocios, viuda e hija regresaron a Cádiz. Doña Ángela se dedica a la enseñanza de los idiomas que conoce: inglés, francés e italiano. Y con este medio de subsistencia se traslada con su hija a Santa Cruz de Tenerife, hacia fines de 1852.
Ángela Mazzini pertenece a la segunda promoción romántica de las Islas: María Victoria Ventoso y Cullen (1827-1910), Claudio F. Sarmiento (1831-1905), Encarnación Cubas y Báez (1832- 1915), Rafael M. Martín Fernández Neda (1833-1908), Cristina Pestana Fierro (1834- 1860), Fernanda Siliuto (1834-1859), José B. Lentini (1835-1862), Dorotea Vizcaíno (1835-1899), Antonio Rodríguez López (1836-1901), (1835-1862), Isabel Poggi y Borsotto (1840-?), Heraclio Tabares Bartlett (1849-1865).
Aquella integración promocional fue precedida por la de quienes conformaron la primera y lenta oleada romántica: Ricardo Murphy y Meade (1814-1840), José Desiré Dugour 1813-1875), José Plácido Sansón Grande (1815-1875) y otros redactores de la revista La Aurora (1847-1848), que protagonizan el momento cultural que María Rosa Alonso ha llamado de «concienciación regional», fomentadora de la exhumación de obras históricas y literarias atinentes al pasado de Canarias.
La actividad de las Mazzini en la vida cultural tinerfeña queda registrada por su participación en las veladas literarias y artísticas que patrocinan las entidades sociales de la época, en sesiones movidas por intereses filantrópicos. Fines benéficos comprometieron a doña Ángela y a Victorina en el desempeño como actrices en la representación de distintas obras dramáticas; sus poemas pudieron ser escuchados en convocatorias celebradas en pro de los atacados por la viruela, a favor de las víctimas de un temporal, en homenaje a la ilustrada juventud canaria, etcétera.
Con el fallecimiento de su hija, a doña Ángela le estará reservada la vivencia de tres décadas de soledad, remediada por la distracción de sus clases y el ver esporádicamente impresos sus poemas en la prensa periódica. Se puede interpretar aquella dramática soledad por la declaración de un contemporáneo de doña Ángela, al decir que se le solía avistar ensimismada en algún parque ciudadano. Como recuerda la semblanza que de ella traza Isaac Viera, la filosofía fue el estudio favorito de doña Ángela, y a él, durante aquella época, debió entregarse, sin que ―como afirma el mismo autor― los recuerdos del pasado le hicieran perder su reconocida pulcritud en el vestir, o desdeñar «los encantos del tocador, a pesar de tener blanco el cabello» (ibíd., (150). Doña Ángela muere en junio de 1894.
Los textos de Mazzini se hallan repartidos en un gran número de periódicos y revistas isleñas y extrainsulares de la segunda mitad de aquella centuria.
Por lo que concierne a la poesía, la inspiración de Mazzini no sólo se contuvo entre los límites de una escritura convencionalmente «seria», sino que se desbordó en la ingeniosa composición de logogrifos y charadas en verso, refinados entretenimientos de la época. Pero también satisfizo otros aspectos de la creación; algunas de sus prosas desbordan el interés literario para aproximarse a las corrientes científicas del momento, aspectos que, junto al de las traducciones de textos ajenos, indician unas necesidades económicas presumibles y, en suma, la difícil profesionalidad de la mujer escritora. No llegó a recoger su obra poética en un volumen. Lo conservado de ella permanece ―de momento― en la prensa periódica.
La obra de Mazzini protagoniza la transición entre el romanticismo y el realismo; de una parte, se desenvuelve en meditaciones y fantasías, de otra, en fábulas. Su ánimo parece complementarse con la libertad imaginativa del pensamiento que sueña y la voluntad didáctica, desde el asentamiento crítico ante lo que se sabe irrealizable. Hay, en distintos momentos de su obra, una «retractación» del pensamiento que le es más próximo, el romántico, en favor de los pronunciamientos que, al hilo de la Ilustración, han venido conduciendo la idea del Progreso, acaso porque así conviniera al tiempo y al lugar en que escribe Manzini, ya que, tratándose de Canarias, urgía aquella función educadora a la que asimismo con anterioridad habían atendido los empeños de José de Viera y Clavijo y Graciliano Afonso.
El siglo XIX ofrece un rico y variado muestrario de actitudes contradictorias; de esta aseveración no escapa, en efecto, la conducta intelectual de doña Ángela, en quien se concilian la ortodoxia religiosa y el pensamiento liberal y progresista. El momento expresivo de mayor tensión ideológica corresponde al del Sexenio Revolucionario, momento en que su escritura aglutina términos tales como «Cádiz», «Constitución», «República», «Monarquía»…; esta época tampoco podía desentenderse del alegato de los «Derechos de la mujer», en afinidad beligerante con los escritos pro-feministas de Gómez de Avellaneda, Concepción Arenal y Carolina Coronado, entre otras. De sumo interés es el «Prólogo» que Mazzini puso al frente de la edición de las Poesías de Manuel Marrero Torres (1823-1855), en el que, entre otras aseveraciones, se sostiene que el poeta se sabe un «errante peregrino» en el mundo y «se asemeja a aquellas aves de paso que van a suspender sus nidos en las cumbres que más las acercan a Dios».
El estilo rinde tributo, como antes quedó sugerido, a dos sistemas expresivos; de una parte, el del romanticismo, de otra, el del realismo y, por ligero desequilibrio, se ve favorecido el segundo. No hay normas que transgredir, y las que hay que aceptar son de orden religioso y de imperativo social. El tema del Ubi sunt (y, consiguientemente, del destino), reactualizado por los románticos, está ciertamente presente en muchos poemas, pero no hay que olvidar que tuvo su origen en el mundo clásico. El simbolismo fónico a la manera de Espronceda es en esta poética una reminiscencia eventual: «¡El huracán de indómitas pasiones…»; ¡ «Brama la tempestad/ rugen los vientos…»). El asunto de lo «misterioso» es tratado por Mazzini en forma de contienda entre la inspiración poética (bulliciosa algarabía del ser) y la realidad, o de discordancia entre el alma y los sentidos, según se lee en los poemas titulados «La Visión» y «Una voz secreta», y aunque en ambos son rastreables las huellas becquerianas, las suspicacias en torno a la Verdad o al origen de la Poesía surgen de una mentalidad ya ganada por el cientifismo.
Las estrofas de que se sirve Mazzini son de procedencia clásica: cuarteto isomético de endecasílabos (de rima cruzada y abrazada) y aun de tetradecasílabos); cuarteto-lira; quinteto; octavas reales; décima, etcétera; pero así como no practicó ―parece― la combinatoria del soneto, tampoco se sintió atraída por el uso de la polimetría. Entre sus prosas, algunas afrontan el misterio de la creación poética.